En el Medio Oriente, al pie del Monte del Templo de Jerusalén, uno de los lugares por donde Jesús de Nazaret esparció las huellas de su presencia terrenal, el primer ser humano que caminó sobre la superficie lunar, el comandante Neil A. Armstrong, acuñó veinticuatro años atrás una gran testificación respecto a la fe cristiana: “ha sido más emocionante haber pisado sobre los pasos del Señor que haber pisado la luna”.
Armstrong, recientemente fallecido, el pasado 25 de agosto a los 82 años de edad, se conmovió al conocer Tierra Santa y quedó impactado hasta reconocer su admiración por Cristo.
Nacido el 5 de agosto de 1930, en Wapakoneta (Ohio), fue un hombre muy religioso y profundamente cristiano. La historia más conocida en ese sentido es la relatada por el periodista y escritor estadounidense, Thomas Loren Fridman, dentro de su obra “De Beirut a Jerusalén”.
Según este relato, Neil visitó Israel en 1988, y le pidió al arqueólogo israelí Meir Ben-Dov, un experto con amplios conocimientos religiosos, que le condujera a un lugar donde pudiese tener la certeza de que había caminado Jesucristo. Entonces fueron hasta la Puerta de Hulda, que está en la parte superior de la escalera que conduce al Monte del Templo.
EL SEÑOR EXISTE
El profesor, según describe Fridman, sostuvo un diálogo revelado con Armstrong al frente de los restos del templo construido por Herodes el Grande que aún se conservan en pie. “Estos peldaños constituían la principal entrada al templo”, le dijo: “No hay duda de que Jesús subió por ellos”. Armstrong le preguntó si se trataba de las medidas originales, y Ben-Dov confirmó que eran. “¿Entonces Jesús salió de aquí?”, preguntó el astronauta. “Así es”, respondió Ben-Dov. Neil se concentró profundamente y oró durante un rato. Al terminar, se volvió al arqueólogo y emocionado le dijo: “para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna”.
Espiritualmente, Armstrong, según su propia confesión, creía sin duda alguna en el Todopoderoso. Y como explicó el escritor James Hansen, en su libro titulado “El Primer Hombre: La Vida de Neil A. Armstrong”, el comandante del Apolo 11 se convirtió al cristianismo después de retornar de la Guerra de Corea, en 1952, y era una persona cuya fe en Dios era inmensa como un rascacielos. Así, el americano que llegó a la Luna el 21 de julio de 1969, acompañado por Michael Collins y Buzz Aldrin, repetía a menudo que el “Señor existe y creó el universo”.
En el plano humano, sería injusto reducir la vida de Armstrong sólo a su famosa caminata por el Mar de la Tranquilidad o a su célebre frase: “es un pequeño paso para un hombre, un salto gigante para la humanidad”. Antes fue piloto de pruebas y aviador militar y se graduó como ingeniero astrofísico en la Universidad de Perdue. Unos sueños que nunca habría alcanzado si no fuera por un gran interés por los aviones que cultivó desde niño. Voló por primera vez con apenas seis años y con 16 ya había sacado su primer permiso de vuelo. Neil se enroló en la segunda hornada de astronautas de la NASA en 1962 y debutó en el espacio cuatro años más tarde con la misión Gemini 8.
Celoso siempre de su intimidad, el pionero en la aventura lunar fue condecorado por 17 naciones y recibió una serie de honores en su país natal, pero nunca se sintió cómodo en su papel de “famoso” y procuró alejarse de los primeros planos. En su última aparición pública, en noviembre de 2011, Neil A. Armstrong recibió junto a sus compañeros Aldrin y Collins la medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. Luego de su deceso, producido por una complicación cardiaca, sus cenizas fueron esparcidas en el Océano Atlántico tras una ceremonia privada a bordo del portaaviones USS Philippine Sea de la Marina de Norteamérica.