Israel estaba en una condición de descarrío, al borde del cautiverio a tierras paganas. El profeta Isaías percibió que si tan solo Dios descendiera, y manifestará Su presencia, resolvería cada problema de la nación, las montañas de dificultades se escurrirían, el fuego de su presencia haría hervir las aguas de la tibieza y la indiferencia, nada podría detenerse a la presencia de Dios.
Hoy vivimos en condiciones similares, el pecado, la maldad, el vicio, la corrupción, la inmoralidad, la pornografía, el exhibicionismo sexual, la incredulidad, el materialismo, el ateísmo, todo se aumenta cada día más entre el mundo inconverso. Y entre el pueblo que se llama de Dios hay mundanalidad, tibieza, doctrinas erróneas, ecumenismo, incredulidad, y la terrible apostasía.
Los grandes programas en las iglesias, la elocuente predicación filosófica, la erudición teológica, la súper organización eclesiástica, los nutridos y bien adiestrados coros, las buenas orquestas, los programas sociales y filantrópicos, y las muchas sociedades dentro de las iglesias, la posición social y política de muchos laicos y ministros, las actividades cívicas y culturales, los lujosos templos; todo lo que el hombre pueda hacer siempre ha fracasado en traer las soluciones correctas y permanentes para el problema espiritual del hombre, que es la raíz de todos los problemas, lo único es la manifestación gloriosa del poder y de la presencia de Dios.
Cuando se manifiesta el fuego de la presencia de Dios y de Su Santo Espíritu se derrite las montañas de obstáculos, y surge la victoria y el triunfo; se derrumban las torres de orgullo, y viene la contrición y la humildad; se limpian los antros de vicios y de pecado, y aparece la pureza y el perdón; se retira la obscenidad y la pornografía, y fulgura la santidad y el decoro; se posterga la incredulidad y el materialismo, y se levanta la fe y el amor al prójimo; la tonta predicación filosófica sede el lugar a la ungida y ardiente predicación bíblica; la rígida organización eclesiástica se pliega ante la sabia y ordenada dirección del Espíritu Santo.
Todo lo profesional, lo humano, lo ceremonioso, lo dogmático, lo sectario, lo elaborado, lo carnal, cede el paso a todo lo espiritual: lo bíblico, lo real, lo que es del Espíritu Santo sean cánticos, salmos, alabanzas y dones del Espíritu Santo. Todas las actividades sociales, culturales, cívicas, filantrópicas, económicas, se replegan ante la actividad suprema de la Iglesia que es su gran comisión de: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura y hasta lo último de la Tierra, con demostración y poder del Espíritu Santo, con prodigios y milagros (Mr. 16:15-18).
¿Y cuándo manifestará Dios su presencia de modo que todo esto acontezca?, ¿por qué no lo estamos viendo hoy en toda su plenitud? La Biblia nos da la repuesta, y dice: “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti” (Is. 64:7).
Amados, es la falta de oración, de intercesión, de ayuno, de vigilia, de ruego, de arrepentimiento, de confesión, de restitución. Es un hecho histórico de los grandes derramamientos del Espíritu Santo y las grandes manifestaciones de la presencia de Dios siempre han venido en repuesta a la oración y al clamor incesante del pueblo de Dios. “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los de cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
La Iglesia de Jesucristo siempre ha marchado adelante, victoriosa sobre sus rodillas. La guerra más fuerte de la Iglesia la pelean no los teólogos, ni los intelectuales, ni los eruditos, ni lo sociólogos, ni los predicadores, ni los dirigentes, sino los intercesores. Los intercesores son los que pelean en la oración contra todos los poderes infernales, visibles e invisibles, y prevalecen con Dios. Pues la verdadera guerra de la Iglesia es espiritual. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef. 6:12). Y en este campo de batalla espiritual no podemos andar según la carne, “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4).
Amados, hoy día generalmente hablando la Iglesia tiene de todo, menos poder de Dios. Es tiempo de intensificar nuestra vida de oración y de intercesión, hay que buscar a Dios con todo nuestro corazón. ¡Qué Dios descienda con poder y gloria sobre Su Iglesia!