Héroes de la Fe
01 de Septiembre del 2016
La palabra de Nott
Reconocido como uno de los pioneros de la evangelización de la isla de Tahití, en Oceanía, Henry Nott resaltó por su enorme confianza en Dios y firme convicción de predicar el mensaje del Señor entre las tribus paganas del lugar.
Eugene Myers
Bajo la sombra de las palmeras de una de las islas de la Polinesia, en el final del siglo dieciocho, un hombre blanco y un nativo dialogaban. El primero era un misionero cristiano. El segundo un gobernante pagano. El siervo de Dios y sus compañeros habían sido amenazados de muerte en varias ocasiones. Tres de ellos, de hecho, habían muerto. Otros cuatro fueron asaltados, desnudados y arrastrados hasta un río para ser ahogados. Todos deseaban huir de la zona, excepto uno. Este creyente solitario, pero resuelto, era Henry Nott.
Conducido por el Evangelio, Henry Nott procuró aprender el idioma tahitiano desde un primer momento. Mientras que sus compañeros sufrían con los rigores de un ambiente hostil, el siervo de Dios se familiarizó con rapidez con el habla local y aprovechó cada contacto con los nativos para asimilar su lenguaje oral. El 16 de agosto de 1801, por la gracia del Señor, se convirtió en el primer cristiano en compartir una prédica en tahitiano. Un año más tarde, habló con fluidez la lengua del lugar y fue seleccionado para enseñar tahitiano a nuevos misioneros.
Pomare, quien falleció el 3 de setiembre de 1803, se hizo amigo muy próximo de Nott y lo adoptó como su predicador favorito. Debido a esta proximidad, el misionero efectuó todo lo que le fue posible para atraer al monarca tahitiano a los pies de Dios, pero jamás pudo torcer su voluntad. A partir de sus conversaciones, el ministro del Señor estimó que durante su reinado, que duró cerca de 30 años, se habían sacrificado alrededor de 2,000 personas como ofrendas a sus ídolos. A continuación de la muerte del rey, lo sucedió en el trono su hijo Otu.
Firme como una roca, Henry nunca desfalleció en su tarea de difundir las buenas nuevas entre los tahitianos. Ni las guerras internas, que estallaron con la asunción de Otu, llamado Pomare II, ni la indiferencia de la población local y mucho menos las reiteradas amenazas de muerte que recibió por parte de un grupo de paganos, le quitaron la tenacidad a su pasión por la difusión del Evangelio del Señor. Incluso en 1810, luego que sus compañeros huyeron para salvar sus vidas, se quedó solo en Tahití como el único defensor de la causa de Jesucristo.
Quehacer fecundo
Convencido del poder de Dios, Henry Nott puso atención especial en la conversión de Pomare II, individuo salvaje y violento, quien a diferencia de su padre se rindió ante el Evangelio. Tras escuchar la Palabra, el nuevo rey comenzó a asistir de forma regular a los servicios presididos por el predicador. Con su ayuda y su aliento, tiempo más tarde, se edificó un templo que fue inaugurado el 25 de julio de 1813. Al día siguiente, impulsados por su gobernante, 31 nativos renunciaron a la idolatría y empezaron a conocer las bondades del cristianismo.
El 16 de mayo de 1819, ante la presencia de 5,000 personas, el rey Pomare II fue bautizado por Nott luego de aceptar a Cristo como su salvador. Aquel día, después de más de dos décadas de lágrimas y penurias, el misionero comenzó a ver el fruto de su indesmayable trabajo en una ceremonia cargada de gran emoción. Durante el decenio siguiente, cientos de tahitianos se volvieron evangélicos y profundizaron sus conocimientos de la Palabra. Pronto, algunos de ellos salieron a llevar el Evangelio a Borabora, Raiatea, Huahine y a otras islas de la Polinesia.
Henry, quien confiaba en Jesús a plenitud, vivió otro día de triunfo el 18 de diciembre de 1835 cuando terminó de traducir las Sagradas Escrituras al idioma tahitiano tras cerca de 3 décadas de arduo trabajo. En seguida, en 1836, viajó a Londres para comandar la impresión de la versión de la Biblia recién elaborada. Más adelante, el 8 de junio de 1838, se presentó ante la reina Victoria con el primer ejemplar de las Escrituras en tahitiano. Este inmenso esfuerzo, de toda una vida para Nott, fue aclamado por los miembros de la corona inglesa.
Considerado uno de los gigantes de la fe cristiana, Henry Nott escuchó el llamado de Dios el 1 de mayo de 1844 y se fue a su reino. Sobre sus últimos días en la tierra, Joseph Moore, uno de sus colaboradores en sus labores misioneras, escribió que el ministro del Señor habló mucho respecto a la salvación. Además, indicó que el ex albañil consagrado a Cristo, quien vivió innumerables sufrimientos, nunca dejó de repetir que: “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda”.
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