Por Rev. Luis M. Ortiz
San Pablo no deseaba que la cruz de Cristo o el sacrificio de Cristo en la cruz, viniera a resultar vano, sin efecto, inútil. Y para que esto no sucediera, dijo que él no predicaba el Evangelio “con sabiduría de palabras”, que es sabiduría humana, sabiduría confundida, sabiduría enloquecida, sabiduría disputadora, sabiduría insensata, sabiduría mundana, sabiduría que perece.
Afirma el apóstol que predicar el Evangelio con “sabiduría de palabras” hace vana la cruz de Cristo, hace nulo el sacrificio de Cristo. En tiempos del gran apóstol había predicadores con “sabiduría de palabras”, y puesto que para los judíos la predicación de Cristo crucificado era tropezadero, y para los gentiles era locura (1 Co. 1:23), estos falsos predicadores evadían la predicación clara, franca y escueta de la cruz; y la sustituían con palabrería, vanas filosofías y huecas sutilezas.
Por esta razón el apóstol amonesta, diciendo: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas… Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (Col. 2:8; 2 Co. 11:3).
Niegan la eficacia del sacrificio de Cristo en la cruz y el poder de su sangre que nos limpia de todo pecado. Ocultan el mensaje de la cruz y predican un evangelio social, acomodaticio y fácil; para atraer gente a la iglesia; presentan toda clase de programas y entretenimientos superficiales; organizan fiestas sociales, toda clase de sociedades, bailes, rifas, paseos, festivales teatrales, espectáculos, etcétera.
Otros equivocadamente citan la oración de Cristo: “Para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn. 17:22); y preconizan una unidad, un ecumenismo, un cristianismo sin Cristo; en el cual cabe el que niega la deidad de Cristo, la eficacia de la sangre de Cristo, el nuevo nacimiento, la santidad, el bautismo en el Espíritu Santo y muchas otras doctrinas fundamentalísimas de la Palabra de Dios. También cabe el que cree toda clase de doctrinas erróneas y de demonios; cabe también el mundano, el fornicario, el adúltero; el asunto es aglutinar (juntar) gente, mucha gente, no importa cómo vivan ni lo que crean. Caben todos menos Cristo.
Mas los verdaderos cristianos están unidos en el Espíritu. Los verdaderos cristianos, los lavados en su sangre, cuyos nombres están escritos en el Cielo, la verdadera Iglesia de Jesucristo, aunque está diseminada en los cuatro cabos de la tierra, aunque está compuesta por muchas congregaciones y denominaciones, y por consiguiente no puede estar unida físicamente ni orgánicamente, empero está unida en el espíritu. Nos amamos mutuamente, no importa cuál sea la raza, color, posición o denominación, pues “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Esta es la verdadera unidad de los verdaderos cristianos, la unidad bíblica, la unidad en el espíritu (Ef. 4:2-6).
Hay otros que en vez de predicar la verdadera Palabra de Dios, la gran revelación del amor y del poder de Dios manifestado en la cruz del calvario, que es lo que realmente alimenta el alma y el espíritu, que es el único y firme fundamento para nuestra fe, estos siempre están predicando sus propias visiones, revelaciones y supuestas apariciones de Cristo ante ellos. Todo aquel que edifica su casa espiritual sobre visiones y revelaciones propias o ajenas, pero falsas, en el momento de la prueba su casa se derrumbará, pero todo aquel que edifica su casa sobre el fundamento inconmovible de la Palabra de Dios, su casa permanecerá. “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro…” (2 Pe. 1:19). De modo que, así como Pablo, también Pedro enseña que ninguna visión, revelación, aparición, puede tomar el lugar de la Palabra escrita, pues esta es segura.
A San Pablo no le interesaba para nada ninguna de aquellas cosas de los falsos predicadores de su tiempo, como tampoco le interesaría las muchas sutilezas huecas, las vanidades y los embelecos de hoy, que también hacen vana la cruz de Cristo. Como ayer, él también diría hoy: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Co. 2:1-4).
Nosotros predicamos a Cristo crucificado a fin de que nadie se jacte en su presencia. Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Amigo lector, te aseguramos que el único modo en que pueden ser perdonados todos tus pecados y salvar tu alma, es mediante el arrepentimiento y la aceptación de Cristo. Y ahora mismo puedes tener esa gloriosa experiencia, pide ayuda y ora delante de Dios. Amén.