Por Rev. Rómulo Vergara
Jacob no esperó a la intervención divina, sino que se mostró dispuesto a recurrir a cualquier argucia y fraude para procurárselo por sí mismo. Siguió un acto fraudulento. Isaac era viejo y casi ciego. Rebeca, su madre, convenció a Jacob para que se vistiera con ropas de Esaú, y se cubriera el cuello y las manos con pieles de cabritos, porque Esaú era mucho más velludo que Jacob, de esa manera se haría pasar por su hermano. Así obtendría de Isaac, que pensaba que estaba muriendo, la bendición que correspondía al derecho de primogenitura.
Cuando Esaú descubrió lo que Jacob había hecho, se lamentó violentamente de haberse dejado arrebatar su derecho. Esaú resolvió matar a su hermano cuando su padre muriera (Gn. 27:1-41). Después de muchos años, Jacob siguió siendo un problema para él y para otros. El nombre de Jacob significa: suplantador, engañador; él era así. Jacob se prepara para el encuentro con Esaú.
Jacob estaba dispuesto por un cambio, dejó los suyos en otro lugar y se apartó con Dios, no necesitó que alguien lo acompañara o le motivara. “Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía” (Gn. 32:22-23).
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