Por Eliseo Aquino
Cuando triunfó la revolución de Fidel Castro en Cuba, nadie pensó que empezaba una dictadura feroz e interminable. Los discursos previos habían sido prometedores; los “revolucionarios” ofrecían igualdad, el fin de la pobreza y un gobierno del pueblo y para el pueblo. Miles de cubanos se ilusionaron por los cantos de sirena que prometían un país con más igualdad.
El pastor Rodolfo González Cruz tuvo su primer choque con el gobierno comunista en el año 1959. Él nunca había mostrado un rechazo al gobierno; al contrario, colaboraba de muchas maneras, pero por el solo hecho de predicar el Evangelio no era visto con buenos ojos por los comunistas. Fue detenido y encerrado en calabozos varias veces por 48 y hasta 72 horas, cuando realizaba cultos especiales en casas o confraternidades con los hermanos. En una ocasión, una multitud comunista llegó hasta su iglesia a buscar problemas e intentar agredirlo. El hostigamiento se hizo común en esa época y varias iglesias de otras denominaciones fueron quemadas.
Los momentos más hostiles del gobierno para con la iglesia cristiana empezaron en 1963. Ese año, Fidel Castro dio un discurso en el que reveló que era marxista, leninista; “patria o muerte”, exclamó en su alocución. Fue una bomba para el mundo entero y para Cuba también. Ya no era una revolución cubana, era una revolución comunista. A partir de entonces empezó la deserción de la gente que apoyaba a Fidel Castro durante los primeros años de la revolución. Muchos de los que se rebelaron fueron asesinados casi de inmediato. Otros cientos de personas resultaron apresadas.
FRENTE AL PELOTÓN
En cierta ocasión, el pastor Rodolfo González había salido a pescar en un bote con otros tres pastores; se alejaron como tres kilómetros del puerto y, de pronto, llegó un guardacostas que los detuvo. Los condujeron hasta la orilla y los cuatro quedaron detenidos en un cuartel bajo la acusación de querer escapar de la isla. Los cristianos mantuvieron la calma y, lejos de alterarse, comenzaron una prédica que fue recibida con cólera por los militares. El capitán respondió con la perorata habitual del comunismo. “En la revolución se ha derramado mucha sangre y nadie puede venir a engañar con el imperialismo yanqui a través de la religión”, dijo iracundo. El pastor Rodolfo González le respondió: “La revolución ha derramado sangre, pero la iglesia cristiana tuvo un pago más costoso cientos de años atrás. Esto sí ha sido un derramamiento de sangre”.
El hombre se encolerizó aún más y amenazó con quitarles la vida a los cuatro. Entonces, llegó un grupo de militares y sacaron a los detenidos al patio. Los colocaron contra una pared y les apuntaron con fusiles. “No le tengo miedo ni a usted, ni a los fusiles, ni al diablo que los maneja a ustedes. Podrán matar mi cuerpo, pero mi alma no podrán matarla, y yo me voy al cielo, pero ustedes se irán para el infierno”, les dijo el pastor Rodolfo con toda serenidad.
El capitán ordenó a los militares que apunten sus armas, pero la orden de disparar demoraba. El pastor Rodolfo oraba con toda su fe y bajó una unción poderosa del Espíritu Santo; entonces, de los fusiles no salió ni una bala. Confundido, el capitán ordenó bajar las armas y dirigiéndose al pastor le dijo: “Usted es valiente, ¿no?”. El hombre estaba impactado y los cuatro pastores fueron liberados de inmediato.
LA PRISIÓN
En febrero de 1967, el pastor González fue arrestado nuevamente. El comité de defensa, creado por el gobierno de Castro en todos los vecindarios cubanos, lo vigilaba al centímetro y le hizo una serie de acusaciones falsas. Esos comités reportaban las salidas y las entradas de todos los habitantes, controlaban hasta lo que ocurría dentro de las casas. En el expediente contra el pastor González se decía que este se alegró por la muerte del Che Guevara y que había hecho una fiesta.
Cuando se lo llevaron preso, el barrio se levantó a mirarlo porque sabían que era un hombre de principios, de testimonio, mientras sus hijos y su esposa lloraban. La detención fue un golpe muy fuerte para el siervo de Dios. Fue recluido por tres meses en una celda del G2 (Inteligencia) para interrogarlo. En cada sesión, él respondía con serenidad y firmeza. Una vez el capitán quiso tentarlo para transformarlo en comunista; le dijo que la revolución necesitaba gente como él. El pastor González respondió con firmeza: “la revolución tiene sus hombres y la iglesia tiene sus hombres. Yo soy uno de los hombres de la iglesia”. Él se molestó y le metió un puñetazo gritándole groserías.
Cierta vez, un recluso que volvía de la sala de interrogatorio contó al pastor que lo iban a fusilar. Inicialmente, él no creyó la versión, pero ese día recibió un almuerzo que solo estaba destinado a los que iban a ser fusilados; después lo subieron a un auto que arrancó seguido de un camión cargado de soldados armados. No sabía a dónde lo llevaban, el pastor comenzó a sospechar que lo iban a fusilar, la versión del reo parecía cierta. Se detuvieron en el camino, mientras el pastor sentía el frío de la muerte; se puso a orar y después se puso a silbar un coro. Nada ocurrió. Pararon otras veces más y el pastor se atrevió a preguntar a dónde lo llevaban; le respondieron que estaban yendo para el juicio en su contra. Ahí sintió que su alma volvía al cuerpo. En el tribunal, el fiscal pidió 30 años de cárcel o la pena de muerte para él. Le dieron oportunidad de defenderse, y Dios le dio palabra de tal manera que el capitán que hizo la denuncia se quedó callado.
Al día siguiente, el juez lo condenó a seis años de cárcel con el cargo falso de ser “contrarrevolucionario”. La noticia salió en los periódicos. “Pastor evangélico sentenciado a 6 años de cárcel por ser contrarrevolucionario”, titulaba el artículo. Esto lo hicieron para amedrentar a los pastores; y algunos se metieron en el plan comunista solo por miedo. Cuando llegó a la cárcel, como todos habían leído los periódicos, se abrió la puerta, y en eso se escuchó que se anunciaba “llegó el pastor”, y se oyó un formidable recibimiento en el penal que albergaba unos diez presos. Tres años después, en 1970, el pastor González salió con libertad condicional para seguir predicando la Palabra de Dios.
(*) Disponible en nuestra revista edición Junio 2021