Por Eliseo Aquino
En el siglo XVI, el continente europeo se desgarraba a causa del conflicto entre Reforma y Contrarreforma. La Inglaterra de Enrique VIII optó por un comportamiento, cuando menos peculiar, que provocó un cisma con Roma, pero, a la vez, se manifestó ferozmente anti protestante persiguiendo a los partidarios de la Reforma y manteniendo un sistema dogmático sustancialmente católico. La llegada al trono de su hijo Eduardo, en 1547, permitió que en Inglaterra inicie una reforma muy similar a la que estaba experimentando el continente.
La reina María Tudor, conocida por sus súbditos como “la sanguinaria” por la persecución desencadenada contra los protestantes, intentaría retroceder, luego los cambios realizados, pero su hermana Isabel, una vez en el trono, consolidó la orientación protestante del reino, especialmente cuando fue excomulgada por el Papa.
La manera tan peculiar en que el proceso había sido vivido en Inglaterra, tuvo notables consecuencias, mientras que un sector considerable de la iglesia anglicana se sentía a gusto con una forma de protestantismo muy suave, otro muy relevante abogaba por profundizar esa reforma amoldando la realidad eclesial existente a los modelos contenidos en el Nuevo Testamento. Los partidarios de esta última postura recibieron diversos nombres: puritanos, porque perseguían un ideal de pureza bíblica; presbiterianos, porque sus iglesias se gobernaban mediante presbíteros elegidos en lugar de seguir un sistema episcopal como el católico romano o el anglicano, y también calvinistas, porque su teología estaba inspirada vehementemente en las obras del reformador francés Juan Calvino.
En el siglo XVII, Carlos I Estuardo fue coronado rey, a través de la iglesia, buscó instituir prácticas ceremoniales consideradas católicas por los puritanos. Las fuerzas parlamentarias derrocaron al rey y Oliver Cromwell, quien era puritano, asumió el gobierno. En 1660 Carlos II subió al trono, restaurando la iglesia de Inglaterra e inició una nueva era de persecución contra los puritanos. Como consecuencia del fracaso de un gobierno puritano, muchos de ellos se fueron a otros países, buscando lugares con mayor libertad religiosa, como Suecia, Países Bajos, Sudáfrica y, principalmente, a las colonias inglesas en América.
Después de años de persecución, en 1689 se promulgó la “ley de tolerancia”, que le permitió a los grupos disidentes, como el puritanismo, seguir funcionando en el país separados de la iglesia anglicana. La llegada de los puritanos a las colonias inglesas de América, fue la oportunidad para establecer el tipo de gobierno que no pudieron instaurar en Inglaterra. Ahí fundarían la mayor cantidad de comunidades puritanas y vivirían un auténtico auge de sus creencias, formando, en buena parte, el carácter de lo que hoy es los Estados Unidos de América.
INFLUENCIA DE LOS PURITANOS
La gran producción teológica y doctrinal puritana tuvo una notable influencia en la vida diaria de todos los creyentes. Por ejemplo, los padres estaban comprometidos con enseñar las escrituras a sus hijos y consideraban que no había una división de la vida sagrada y la secular. El trabajo duro fue para los puritanos una parte central para la vida cristiana y lo que se llama la ética del trabajo protestante es una legado de parte de ellos. Los puritanos tenían una visión robusta de Dios, de su gloria, soberanía, santidad y justicia, nunca desligado de su amor. Entendieron que la verdadera adoración es un ecode la Palabra de Dios, siempre buscaron, diligentemente en la Biblia, las respuesta a la verdadera naturaleza, misión y practica de la iglesia. Durante dicho proceso edificaron congregaciones con una madurez espiritual y un conocimiento de las Escrituras realmente admirables. De la misma manera, estaban maravillados entre el amor de Dios mostrado en Cristo y su obra redentora.
APORTE A LA SOCIEDAD MODERNA
Los puritanos fueron pioneros en la alfabetización universal. Mientras en la Inglaterra de siglo XVII la tasa era del 35 por ciento, en las colonias puritanas del Norteamérica era del 80 por ciento, entre hombres y mujeres. La razón era simple, todos debían leer su Biblia. A consecuencia de ello se promovió la educación gratuita para todos y se formaron muchos centros educativos y universidades como Harvard y Yale. Así, el puritanismo generó entre sus miembros una comunidad altamente Ilustrada para su época. Un ejemplo de ello es que a mediados del siglo XVII, siete de los diez miembros de la Royal Society en Inglaterra, eran puritanos. La Royal Society de Inglaterra, es la sociedad científica más antigua de Europa.
El puritanismo fue decisivo en el proceso constitucional de la primera democracia moderna. Según los puritanos, la Biblia enseña que el género humano es una especie afectada moralmente por la caída de Adán. Por supuesto, los seres humanos pueden hacer buenos actos y realizar acciones que muestran que, aunque empañadas, llevan en sí la imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, la tendencia al mal es innegable y hay que guardarse de ella celosamente. Por ello, los puritanos, pensaron que el poder político debe dividirse, para evitar que se concentre en pocas manos, lo que siempre derivará en corrupción, en tiranía y debe ser controlado.
En la declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, redactada el 4 de julio de 1776, que fue aprobada por una asamblea de amplia mayoría de diputados puritanos, se señala lo siguiente: “Consideramos evidentes por sí mismas las siguientes verdades: todos los hombres han sido creados iguales; el creador les ha concedido ciertos derechos inalienables; entre esos derechos se cuentan: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Los gobiernos son establecidos entre los hombres para garantizar esos derechos y su justo poder emana del consentimiento de los gobernados”. El origen y las influencias de la Constitución de los Estados Unidos constituyen uno de los temas más apasionantes de la Historia Contemporánea. Es la primera Constitución democrática de la historia y contiene una peculiar doctrina de la división de poderes. En la historia del Derecho, los primeros códigos de leyes, como el de Hammurabi, consagraron el principio de que el delito era castigado no de acuerdo al tipo penal sino a la persona que lo había perpetrado. De ese modo, la pena por homicidio no era igual para un noble, un funcionario o un campesino. Esa visión se mantuvo a lo largo de la Edad Media.
En el siglo XVII, los puritanos ingleses acabaron con esa forma de ver el Derecho Penal. Con ello, se instauró un concepto nuevo para la época: todos somos Iguales ante la ley. El legado que dejaron los puritanos rige las vidas de miles de personas y congregaciones cristianas en muchos países del mundo, todo gracias a este movimiento poco valorado y estigmatizado, que transformó la sociedad moderna.