El sexto día Jim Elliot descendió de la casita construida en un árbol, a 11 metros de altura, en donde había pasado una noche tranquila. Sobre el río colgaban cortinas de niebla que serpenteaban entre los árboles. Por el oriente se alzaron gruesas nubes teñidas de rojo y oro y el sol de la mañana se elevó para inaugurar el nuevo día en la selva amazónica. Sobre la blanca arena de la playa ribereña se entrecruzan las huellas recientes de un animal salvaje, señal inequívoca de que un puma había merodeado por los alrededores del campamento durante la noche.
Mostrado por la literatura de Janet y Geoff Benge, James Elliot fue el protagonista de una historia de fe asombrosa que estremeció al mundo entero en 1956. Un hombre de Dios, que abrazó el cristianismo desde muy niño, honrado y reconocido por su empeño para llevar el mensaje del Todopoderoso a los indígenas de la selva ecuatoriana. Un empeño que le costó la vida y lo constituyó como un mártir para el pueblo evangélico.
El 8 de octubre de 1953 Jim cumplió veintiséis años. Ese mismo día se casó. Ni él ni Betty deseaban una boda tradicional, con damas de honor y ramos de flores. La ceremonia se celebró en la Oficina del Registro Civil, un viejo edificio colonial situado en el corazón de Quito. El señor Tidmarsh, su esposa, Ed y Marilou fueron los únicos testigos. ¡Todo el trámite duró diez minutos! El señor y la señora Elliot pasaron su luna de miel en Panamá. Después viajaron a Costa Rica para visitar a Dave -hermano de Betty- y su esposa Phyl, que eran misioneros allí.
Nacido en Oregón, el 8 de octubre de 1927, Elliot es parte esencial de un libro aleccionador donde se cuenta toda su vida: su infancia, su llegada al cristianismo, su afán denodado por convertirse en misionero evangélico y su dramático final. A través de la prosa sencilla, pero profunda de los esposos Benge, Jim y su gran interés por la propagación del mensaje de Dios son descritos en 16 reveladores capítulos.
Mientras avanzaban en fila, Jim recordó a Betty que aquello era una aventura. Eran probablemente los únicos blancos que habían pisado aquel sendero. Enormes plantas aéreas pendían de las copas de los árboles, algunas con hojas de más de medio metro de anchura y con un constante ruido de fondo de alaridos de monos, croar de ranas y graznidos de papagayos. Era fácil imaginar que se encontraban en tiempos prehistóricos. La exótica jungla los rodeaba en todo su esplendor.
CONQUISTA DE LA SELVA
Con una escritura fluida y espontánea, los Benge abordan en “Emboscada en Ecuador” la Operación Auca, una tentativa de contacto de un grupo de misioneros estadounidenses con los indígenas huaorani de la selva del Ecuador, en la que participó Jim. Trabajo que, además, respaldado en una amplia investigación histórica, muestra la Operación desde su génesis y brinda luces certeras de lo vivido por Elliot en Ecuador.
¿Debían insistir en que Arajuno fuera una base remota? Durante varios días, Jim y Ed lidiaron con la difícil decisión. No habían sido invitados por los indígenas de la zona para vivir allí -al contrario que en Puyupungu-, y conociendo sus antecedentes, los indígenas aucas podrían mostrarse ofendidos si recibían visitantes. Después de mucha oración, Jim y Ed sintieron que debían comenzar a hacer viajes diarios a Arajuno para ver qué clase de respuesta obtenían de los indígenas quechuas de aquella zona.
Obra de convicción, pero también de aprendizaje, donde se relata los hechos con una interesante dosis de suspenso, la publicación de Editorial Jucum es una de esas bellas narraciones cristianas que se leen de un tirón y logran mantener de inicio a fin el interés del lector. Con la selva como telón de fondo omnipresente, el libro cuenta paso a paso y de forma cronológica el día a día del protagonista.
La vida en la selva nunca era aburrida. Siempre surgían nuevos desafíos, así como nuevos obstáculos que había que vencer. Jim se esforzaba por traducir el Evangelio de San Lucas a la lengua quechua, además de dirigir la escuela, la iglesia y los estudios bíblicos. Tenía que responder también a innumerables emergencias sanitarias. A veces caminaba muchos kilómetros de selva para atender a un indígena mordido por una serpiente, o con un hueso quebrado, o con algún otro tipo de herida.
Con capítulos cortos, párrafos muy ágiles y rápidos cambios de escena, “Emboscada en Ecuador” logra mantener siempre una atmósfera de espiritualidad. Un texto crucial para aquellos que piensan en convertirse en misioneros de la fe evangélica. Geoff y Janet Benge presentan un texto claro y cuidado que permite la lectura ágil, desenvuelta y a la vez prolija, facilitando al lector la comprensión de una biografía dedica al Señor.
En el mes de julio, Bert, el hermano de Jim y su esposa Colleen llegaron procedentes de su base de misión en el Perú. Los dos hermanos disfrutaron la visita, e incluso se las arreglaron para visitar Arajuno y ver a los McCully. En Shandia, Bert fue testigo del bautismo más numeroso que hasta entonces se había celebrado. Catorce personas fueron bautizadas en una pequeña playa del río Talac. Fue una ceremonia especialmente satisfactoria para Jim porque los candidatos habían sido discipulados por los indígenas cristianos más veteranos. Los cristianos quechuas comenzaban a comprender la necesidad de asumir ellos mismos la responsabilidad sobre la iglesia.
La vida de Elliot, publicada por primera vez en 1999, explora con agudeza la misión de los primeros cristianos que evangelizaron a los huaorani y encuentran en su parte medular el punto de partida de la inmolación de Jim junto a Nate Saint, Ed McCully, Peter Fleming y Roger Youderian. Ilumina, también, no sólo la existencia de cada uno de estos misioneros sino un período crucial para la divulgación del cristianismo en suelo ecuatoriano.
El domingo 2 de octubre de 1955, por la noche, cuatro hombres se tendieron en el suelo de madera del salón de estar de los Saint en Shell Mera y concentraron su atención en un mapa del oriente ecuatoriano, en particular, en una zona situada al este de Arajuno, territorio Auca. Alguien podría haber insinuado que era una coincidencia que los cuatro estuvieran allí reunidos. Jim Elliot no lo creía así. Él estaba absolutamente convencido de que aquella reunión se celebraba en aquel momento y lugar, por designio de la mano de Dios.
ENCUENTRO CON LA MUERTE
En un sentido dogmático, “Emboscada en Ecuador” constituye asimismo una historia impresionante de los últimos días de James Elliot. Y es que en los cincos capítulos finales se lee cada detalle de lo realizado por el personaje central, en compañía de sus hermanos de fe, cuando decidió internarse en la selva del oriente ecuatoriano entre los ríos Napo y Curaray.
Con ese entendimiento, los planes para la siguiente fase de la Operación Auca entraron en plena actividad. Los hombres decidieron llevar a cabo el programa que Jim había venido sugiriendo. El 3 de enero, última luna llena antes de la estación lluviosa, los inquietos misioneros aterrizarían en Playa las Palmeras e intentarían establecer contacto con los indígenas aucas. Si éstos no se presentaban el primer día, los hombres acamparían en la playa hasta que llegasen. Esta estrategia sería probablemente menos peligrosa que presentarse directamente en uno de sus campamentos. Una cosa sabían a ciencia cierta: nunca había que sorprender a un guerrero auca.
En la parte final de su obra, los Benge dan cuenta del cruento deceso de Jim Elliot, junto a los otros cuatro misioneros llegados hasta el interior del Ecuador, a manos de los guerreros aucas. Un desenlace que, más allá de lo brutal y feroz que fue, abrió el camino para que la Palabra del Señor se instalara en una de las zonas más inhóspitas de Sudamérica.
Jim y Pete casi habían llegado a la orilla opuesta del río Curaray cuando oyeron un grito espeluznante detrás de ellos. Giraron la cabeza y vieron un enjambre de guerreros aucas con sus lanzas listas para atacar, corriendo por la playa hacia Nate, Ed y Roger. Jim se quedó inmóvil por unos segundos, empuñando la pistola que llevaba en el bolsillo. ¿Debía hacer uso de ella? Antes incluso de plantearse la pregunta conocía la respuesta. Todos se habían prometido no matar a nadie para salvarse a sí mismos. No matarían a aquellos a quienes iban a predicar el Evangelio en el nombre de Jesús.