Escuche, el apóstol Juan fue testigo de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Vio al Cristo resucitado, habló con Él, estuvo con Él, comió pescado asado con Él, presenció muchas señales que Él realizó. Pero en las visiones del libro de Apocalipsis, cuando Juan vio al Cristo entronado, cuando le vio en Su gloria y esplendor, sus ojos como llama de fuego, Su rostro como el sol resplandeciente, dice Juan: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies” (Apocalipsis 1:17).
Amados, meditemos en esto. Todos nosotros los cristianos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, estaremos ante la presencia del Cristo resucitado, glorificado y entronado, a quien el Padre dio todo poder y autoridad, “porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5:22). Así como Juan cayó “como muerto a sus pies”, con respecto a nosotros, en ocasión de nuestra comparecencia ante Su Tribunal, “dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:11, 12).
Ante Su gloria, su esplendor, Su Omnisciencia, Sus escrutadores ojos que son como llama de fuego; quedarán, expuestos, manifiestos los materiales con los cuales sobreedificamos; si fue oro, plata, piedras preciosas, o si fue madera, heno, hojarasca.
El oro representa la gloria y la santidad de Dios; la plata representa la redención por medio del Hijo; y las piedras preciosas representan el poder, los frutos y los dones del Espíritu Santo. ¡Y el fuego hará la prueba!
Lo que se va a evaluar no son las obras mismas como tales, sino las motivaciones, las intenciones que tuvimos al realizar esas obras. “Dios juzgará por Jesucristo los secretos (lo encubierto) de los hombres (de los corazones)” (Romanos 2:16), y “la obra de cada uno será manifiesta… para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (1 Corintios 3:13; 2 Corintios 5:10). ¡El fuego hará la prueba!
Si nosotros hubimos de trabajar en la Obra de Dios con motivaciones puras, honestas, siempre para la gloria de Él; si hubimos de exaltar el señorío de Cristo y la eficacia de Su sangre redentora; si hubimos de trabajar con el poder, la unción, los frutos, los dones y la dirección del Espíritu Santo; estos materiales son oro, plata y piedras preciosas, los cuales resisten la prueba del fuego de la gloria y de la presencia del Señor, quien “manifestará las intenciones (las motivaciones) de los corazones;” pues no hay cosa… que no sea manifiesta en su presencia, “y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5); y por consiguiente, seremos recompensados (1 Corintios 3:13, 14).
Pero, aun cuando hubiésemos trabajado mucho y fuerte, y hasta con buenos resultados, si hubimos de trabajar con motivaciones malas, deshonestas, carnales, de ambiciones personales de posiciones, y de prestigio, de grandezas humanas, de orgullo denominacional o conciliar, de menosprecio y ataque al hermano o compañero, de falsas enseñanzas, envidias, contenciones; el fuego de la gloria y de la presencia del Señor “aclarará también lo oculto de las tinieblas” (1 Corintios 4:5), pues “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13), “por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:13). Y “si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego (o como quien pasa por el fuego)” (1 Corintios 3:15).
Aún en Su ministerio terrenal el Señor evaluaba las motivaciones de los que le seguían, y de los que le querían seguir.
Un escriba le dijo al Señor: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:19, 20).
Parecería que el Señor no entendió lo que le dijo el escriba, pero ciertamente, entendió. Y entendió sus palabras y entendió también sus motivaciones para seguirle. Entendió que venía buscando ventajas; venía buscando posesiones y posiciones, grandeza y liderato; el Señor no contestó sus palabras pero si contestó sus motivaciones al decirle: “Las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”. Esto era como decirle: “De lo que tú vienes a buscar, no hay nada”.
Y si así era en Su ministerio terrenal; cómo será ante Su Tribunal en el Cielo. Dice la Biblia que Dios conoce la inclinación del corazón (Jeremías 17:9, 10; Salmo 94:11); que Dios pesa el espíritu (Proverbios 16:2); y que detecta el espíritu extraviado (Isaías 29:24).
¿Cuál será el resultado de esta comparecencia nuestra ante el Tribunal de Cristo? El Espíritu Santo inspirando al apóstol Pablo, dice: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa (esto es con la gloria de Dios y de Cristo, Juan 17:22), que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27).
En Hebreos 9:14, dice que Cristo “mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, y limpiará vuestras conciencias de obras muertas”.
En 1 Pedro 1:19, dice que Cristo derramó su sangre preciosa, “como de un cordero sin mancha y sin contaminación”. De modo que Cristo es sin mancha, y Su Iglesia también será sin mancha; y será gloriosa con la gloria de Dios y de Cristo como también llena de la plenitud de Dios (Efesios 3:19), de la plenitud del cuerpo de Cristo, como también llena de la plenitud del Espíritu Santo (Efesios 1:23; 5:18).
Y además de nuestra comparecencia ante el Tribunal de Cristo, cuando el Señor con Su gloria y Su santidad queme la madera, el heno, y a hojarasca, se escuchará en el Cielo la proclama: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:7, 8). Y el Redentor de la Iglesia “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11).
¿Y cuál ha sido y es el propósito de Dios con la Iglesia que aun estando ya en el Cielo debemos comparecer ante el Tribunal de Cristo? ¡Son propósitos súper gloriosos! ¡Maravillosos! “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Tomemos solamente la Epístola a los Efesios para que notemos algunos de estos gloriosos propósitos divinos:
Es para que “fuésemos santos y sin mancha delante de Él, en amor” (Efesios 1:4); “para ser… hijos suyos por medio de Jesucristo” (1:5); “para alabanza de la gloria de su gracia” (1:6); para “reunir todas las cosas en Cristo… así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (1:10); para darnos “las riquezas de la gloria de su herencia” (1:18); para hacernos parte de Cristo como Su cuerpo (1:23); para darnos vida eterna en Cristo (2:5); para sentarnos en los cielos con Cristo (2:6); “para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia… para con nosotros en Cristo Jesús” (2:7); para ser “hechos cercanos a Dios por la sangre de Cristo” (2:13); para darnos “entrada por un mismo Espíritu al Padre” (2:18); para hacernos ciudadanos del cielo y de la familia de Dios (2:19); para ser templo y morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (1:22); para hacernos “coherederos… y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús” (3:6); para darnos “las inescrutables riquezas de Cristo” (3:8); “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (3:10).
Estas, tan gloriosas cosas, y muchas otras cosas más son las que están incluidas en el propósito de Dios para con la Iglesia.
Y por causa de este múltiple y maravilloso propósito de Dios para con la Iglesia, es que el Espíritu Santo nos advierte que “todos compareceremos ante el tribunal de Cristo… De manera que cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí… para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo… hasta que venga el Señor, el cual aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones…” (Romanos 14:10, 12; 2 Corintios 5:10; 1 Corintios 4:5).
El fuego de la gloria, de la pureza y de la santidad de Dios quemará toda motivación incorrecta, y aunque éstos no recibirán recompensa, pero quedarán libres de su espíritu de tales tendencias; y los que trabajaron para la gloria de Dios serán recompensados.
Conviene, pues, que sobreedifiquemos, que trabajemos en la obra de Dios con el material que trae gloria y alabanza al Señor; de otro modo nuestra obra será quemada, no importa cuánto hayamos trabajado.
Estimado lector, el fundamento para su salvación está puesto, que es nuestro Señor Jesucristo. Usted puede comenzar a sobreedificar en este momento, arrepintiéndose de sus pecados y aceptando a Jesucristo como su único Salvador.
Amado hermano, que Dios nos ayude a todos a trabajar para el Señor, no para levantar nuestra propia imagen sino única y exclusivamente para la gloria de Dios y la bendición de las almas perdidas. Dios le bendiga.