En Números 16 y 17, las Sagradas Escrituras relatan los acontecimientos relativos a la rebelión de Coré, Datán y Abiram contra Moisés y Aarón, la autoridad espiritual establecida por Dios. Estos tres hombres junto con otros doscientos cincuenta israelitas se alzaron contra Moisés y Aarón. “Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:1-3). Ante aquellas acusaciones y actitudes, Moisés les advirtió que no estaban murmurando contra Aarón, sino contra Dios mismo; “tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová; pues Aarón, ¿qué es, para que contra él murmuréis?” (Números 16:11).
Dios, pues, tomó cartas en el asunto, y permitió que se abriera la tierra, y tragara vivos a Coré, Datán y Abiram, junto con sus familias. En cuanto a los doscientos cincuenta rebeldes que se habían atrevido a quemar incienso delante de Jehová, tarea que le correspondía exclusivamente a los sacerdotes del linaje de Aarón, éstos fueron consumidos por un fuego que salió de la presencia de Dios, “salió fuego de delante de Jehová, y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso” (Números 16:28-33 y 35).
Sin embargo, aun después de que sucedieran aquellos eventos, el pueblo seguía murmurando y quejándose de Moisés y Aarón. Para hacer cesar aquellas críticas, el Señor pidió entonces que cada príncipe de Israel le entregara su vara a Moisés con su nombre escrito en ellas, y que la vara de la tribu de Leví llevara el nombre de Aarón. Dios dio como señal que la única vara que reverdecería sería la del hombre que se hallaba ubicado en el centro de su voluntad. Al día siguiente, “he aquí la vara de Aarón de la casa de Leví, había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras” (Números 17:8).
Las varas eran unos bordones, hechos de madera seca, que servían tanto como apoyo para caminar largas distancias, como un instrumento de defensa cuando algún animal atacaba las ovejas de sus rebaños. Según la lógica humana y las leyes inherentes de la naturaleza, resulta imposible que una vara de éstas vuelva a reverdecer jamás, ni crear corteza ni fibras vivas. En un instante durante aquella noche, la savia empezó a fluir en aquella vara seca, y no sólo reverdeció la misma, sino que, simultáneamente, pasó por las tres etapas de producción: capullos, flores y frutos. La vara estaba seca, pero reverdeció, y de esta manera, fue indiscutible ante los ojos de todos que la autoridad de Dios reposaba sobre Aarón. Dios le bendiga.
