Discípulo más amado de Jesucristo, Juan el apóstol es una de las personalidades distinguidas de los primeros años del cristianismo. Su obra en pro de la propagación del Evangelio, registrada en el Nuevo Testamento, lo coloca en el firmamento de los precursores del credo de Dios, que buscaron esparcir las buenas nuevas por el mundo, como los misioneros de hoy. Nativo de Galilea, fue hijo de Zebedeo y Salomé y hermano del apóstol Jacobo. En el libro de San Mateo, en el versículo 21 del capítulo 4, se revela que se dedicaba a la pesca en la embarcación de su padre antes de entregar su vida al Señor.
Pescador de hombres
El llamamiento de Juan el apóstol a la causa evangélica, al lado de Jacobo y los hermanos Pedro y Andrés, grafica el inicio del ministerio de Jesús. Así, en el Santo Evangelio según San Marcos, en el capítulo uno versículos diecinueve y veinte, se señala que Jesús andando próximo al mar de Galilea vio a “Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes. Y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron”. Además, en el libro de San Lucas, se apunta que el Señor lo incorporaba para se transformara en pescador de hombres.
En opinión de algunos exégetas de la Biblia, Juan el apóstol fue también alumno de Juan el Bautista al igual que el apóstol Andrés. Al respecto, los analistas de los Santos Evangelios, basados en el libro de San Juan, señalan que un día cuando estaba Juan el Bautista y dos de sus discípulos, Andrés y posiblemente Juan el apóstol, el predicador judío mirando a Jesús, que anda por allí, dijo: “he aquí el Cordero de Dios”. De inmediato, los dos aprendices siguieron a Jesús. Entonces, el Señor se volvió y viendo que ambos le seguían, les preguntó: “¿qué buscáis?”. Ellos contestaron: “Rabí (que traducido es Maestro), ¿dónde moras?”.
Juan formó parte, junto con los apóstoles Pedro y Jacobo, del grupo más cercano del Salvador en su paso terrenal. Además, este trío de siervos del Mesías lo acompañó a todas partes y presenció sus más grandes milagros. En relación a este punto, en el capítulo cinco del Evangelio según San Marcos, se narra que Juan, Pedro y Jacobo fueron los únicos apóstoles que acompañaron al Maestro en la resurrección de la hija de Jairo. Las Escrituras señalan que Jesús “no permitió que nadie sino Pedro, Jacobo y Juan hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga… Y entrando, les dijo: la niña no está muerta”.
Fiel compañero
La importancia de Juan el apóstol no admite dudas. Su trascendencia y relevancia para el trabajo del Redentor está asentada en las historias sobre la vida, doctrina y milagros de Jesucristo. De este modo, se puede leer en el capítulo diez del libro de San Mateo respecto a la elección de los doce apóstoles en la que le menciona entre los escogidos. “Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista y Judas Iscariote”, afirma la Escritura.
A más de esto, el aporte del descendiente menor de Zebedeo fue de gran magnitud para el ministerio del hijo del Creador. Sólo basta recurrir al evangelio de San Marcos, capítulo nueve, para percatarse que Juan constantemente estuvo al lado de Jesucristo en los momentos más vitales. Este mencionado momento no es otro que la transfiguración, evento que describe a Cristo hablando con Moisés y Elías, donde se sostiene que: “Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos… Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús”.
De igual forma, Juan estuvo al lado del Redentor cuando este predijo la destrucción del templo y delineó las señalas que antecederán al fin del mundo. En el libro de San Marcos, a lo largo del capítulo trece, se cuenta que Jesús “se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse? Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: mirad que nadie os engañe; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: yo soy el Cristo; y engañarán a muchos”.
Otro de los momentos significativos en la biografía de Juan es su presencia en la crucifixión y muerte del Salvador. En este pasaje de su existencia, conforme a la narración bíblica, Juan recibió el encargo de Cristo de velar por la vida de María su madre y fue llamado el “discípulo amado”. Acorde con el evangelio de San Juan se afirma que: “cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: he ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
Hijo del trueno
La íntima relación de Juan con el Señor es inobjetable. Este vínculo cercano está registrado en más de un pasaje bíblico. Quizá el de mayor elocuencia es el asentado en el versículo 17 del capítulo tres del evangelio de San Marcos en el que se refiere que el Altísimo llamó a “Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno”. Además, en el libro de San Lucas, capítulo veintidós, se informa que Juan, en compañía de Pedro, preparó la última cena del Omnipotente. “Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: id, preparadnos la pascua para que la comamos”, dice la Biblia.
En Hechos de los Apóstoles, Juan también es mencionado y se destaca el rol que cumplió dentro de la organización del primer tramo del cristianismo. Siempre en sociedad con Pedro, Juan en el tercer capítulo de Hechos forma parte de la curación de un hombre cojo en el templo la Hermosa. El texto indica que el lisiado al verlos les rogó “que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”.
Luego, un capítulo más adelante, se relata que ambos apóstoles tuvieron que comparecer ante el concilio en Jerusalén tras ser apresados. Aquí se expone que Juan y Pedro, llenos del Espíritu Santo, testificaron a favor del Poder de Jesús de Nazaret. Acorde con las Sagradas Escrituras, los gobernantes, los ancianos, los escribas y los sumos sacerdotes y sus familiares viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaron y reconocieron que habían estado con Jesús. Asimismo, viendo al hombre que había sido sanado, que estaba de pie con ellos, no pudieron decir nada en contra.
Perseguido y azotado por su fe evangélica, Juan fue llamado “columna” de la iglesia por el Apóstol San Pablo en su epístola a los Gálatas y de este pasaje se desprende que llevó una existencia completamente entregada a compartir las buenas nuevas hasta el final de sus días. Al respecto, en el epílogo de su vida, tal como se describe en las tres cartas de San Juan Apóstol, que se le atribuyen junto al Apocalipsis, se dedicó a efectuar en análisis completo de la doctrina de Dios y dejó mensajes que hasta la fecha perduran como “Dios es amor” y “todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”.
Ampliado
Juan constantemente estuvo al lado de Jesucristo en los momentos más vitales como la transfiguración, donde se sostiene que: “Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos… Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús”.
Perseguido y azotado por su fe evangélica, Juan fue llamado “columna” de la iglesia por el Apóstol San Pablo en su epístola a los Gálatas y de este pasaje se desprende que llevó una existencia completamente entregada a compartir las buenas nuevas hasta el final de sus días.