Por Daniel Davies
Reconocido como uno de los principales pioneros de la evangelización de Corea del Sur producida a finales del siglo XIX, Henry Gerhard Appenzeller fue uno de los misioneros más destacados en el crecimiento de la fe en Dios en el Asia Oriental. Su labor a favor del Evangelio, de varias maneras, fue de gran influencia para el impulso de la libertad religiosa y el fomento de la educación secular y cristiana en territorio surcoreano.
El misionero Appenzeller, acompañado por su esposa, Ella Appenzeller, y el predicador Horace Underwood, llegó al puerto surcoreano de Chemulpo, actual ciudad de Inchon, el 5 de abril de 1885. Desde ese momento, hasta su trágica muerte en una colisión de buques, producida el 11 de junio de 1902, el siervo del Altísimo propulsó la creación de las primeras congregaciones evangélicas, defendió la independencia de Corea y fundó la primera escuela occidental.
FORMACIÓN EVANGÉLICA
Nacido el 6 de febrero de 1858 en Estados Unidos, Henry formó parte de un hogar temeroso del Señor. Descendiente de alemanes y suizos que abrazaron la religión tradicional, en su niñez aprendió de la voz de su madre, que solía escudriñar la Biblia, los fundamentos de las Sagradas Escrituras. Después, el 6 de octubre de 1876, mientras se preparaba para ingresar a la Universidad West Chester, se entregó al Dios Todopoderoso durante una reunión de avivamiento.
En 1878, Appenzeller se matriculó en el Franklin & Marshall College de Lancaster, con el apoyo financiero de su padre, para formarse como pastor. En 1880, impulsado por un sentimiento cada vez más profundo de amor al Señor, optó por unirse a la Iglesia metodista episcopal con el objetivo de predicar la Palabra del Salvador. Entonces, se transformó en pastor asistente y con el correr del tiempo asumió la conducción de un templo de la ciudad de Lancaster.
En 1882, tras graduarse en el Franklin & Marshall College, el reverendo continuó con su formación espiritual y se anotó en el Seminario Teológico Drew, que en 1928 se convertiría en universidad, donde completó su aprendizaje de la doctrina cristiana. En esta reconocida institución, ubicada en Nueva Jersey, además se interesó por el trabajo evangelizador en las naciones que aún no habían sido alcanzadas por las buenas nuevas del Creador.
Familiarizado con la labor pastoral internacional en Drew, gracias a las enseñanzas de sus maestros, presentó una solicitud a la junta de misiones extranjeras de la Iglesia metodista episcopal para predicar la Palabra de Dios en Japón. Sin embargo, su petición fue denegada por falta de vacantes. A fines de 1884, cuando se abrió un campo misionero en el imperio de Corea, que era gobernado por el emperador Gojong, fue recién admitido.
Debido a su entrenamiento para el ministerio pastoral, la junta de misiones extranjeras de la Iglesia metodista episcopal decidió, el 20 de diciembre de 1884, enviarlo a Corea, que en aquel momento enfrentaba la amenaza de ser invadida por China o Japón, con la tarea de difundir el mensaje de Cristo. Veinticinco días después, el 14 de enero de 1885, inició un largo periplo que lo llevó en barco de Estados Unidos hasta Asia Oriental atravesando las aguas del Pacífico.
SACRIFICADA LABOR
Al llegar a territorio coreano, Appenzeller se encontró con un panorama gris: la actividad evangelística, debido a la convulsión interna, se encontraba restringida. En aquel momento, los reverendos extranjeros, impedidos de predicar el Evangelio y de realizar actividades religiosas, solo podían unirse a trabajos médicos o comenzar proyectos educativos. Por ello, el predicador de origen estadounidense optó por esperar hasta que mejoraran las condiciones sociales.
El 20 de junio de 1885, luego de permanecer a salvo en Japón, el evangelista regresó a Chemulpo y empezó una sacrificada labor que lo encumbró como uno de los misioneros más importantes de la historia del cristianismo en suelo coreano. Acompañado por su consorte, se instaló en un alojamiento temporal. Luego, el 29 de julio del mismo año, llegó a la ciudad de Seúl y se estableció en una modesta residencia donde, durante un año, aprendió el idioma local.
En 1887, con la caída de las restricciones para efectuar actividades de fe, el portavoz del mensaje del Altísimo lideró el establecimiento de una obra, ubicada cerca de las delegaciones de Estados Unidos y del Reino Unido, con características muy peculiares. Ese espacio, conocido como “América en miniatura”, le permitió dar a conocer las bondades del cristianismo y de una vida familiar ilustrada a la población de la capital histórica de Corea del Sur.
El primer logro de Appenzeller fue la fundación de una escuela para niños, que el rey coreano llamó Paichai Hakdang, en febrero de 1887. El héroe de la fe vio en este centro de instrucción un medio para exponer el Evangelio a los jóvenes coreanos. Además, en el currículo introdujo cursos que impartían conocimiento occidental de gran beneficio. De este modo, sentó las bases de la educación surcoreana.
LEGADO IMPERECEDERO
En 1890, el pionero de la evangelización en Corea del Sur comenzó a editar un folleto trilingüe en Paichai Hakdang, a fin de proveerse de los recursos necesarios para otorgar becas a sus estudiantes. Este medio, impreso en inglés, chino y coreano, se transformó con el tiempo en la cuna de publicaciones importantes como el Korean Christian Advocate, el primer periódico coreano cristiano, y el Independent, que se convirtió en el vocero de la emancipación local.
Appenzeller también fue uno de los gestores de la primera iglesia cristiana en territorio surcoreano y ayudó a establecer muchas otras instituciones protestantes. El misionero fundó en 1887 el templo Chong Dong, ubicado en Seúl, donde sirvió como su pastor hasta el día de su muerte. Esta congregación nutrió al cristianismo coreano con hombres y mujeres que alzaron la bandera del Evangelio y que robustecieron el desarrollo de la fe en el Todopoderoso.
La traducción de las Sagradas Escrituras al idioma coreano fue otra de las labores a las que se abocó el predicador estadounidense. Con el respaldo de un grupo de misioneros metodistas y presbiterianos, así como de un conjunto de traductores coreanos, Appenzeller trabajó en la transcripción del Antiguo Testamento. Del mismo modo, estuvo inmiscuido en el establecimiento de diversas instituciones relacionadas con la fe evangélica que perduraron.
Mucho antes de la aparición del movimiento de independencia en el firmamento coreano, el abanderado del cristianismo se constituyó en un férreo defensor de la libertad de Corea. En ese sentido, él creyó con firmeza que el pueblo podía dominar su destino con la bendición de Dios. Día a día, con la Biblia entre sus manos, bregó y batalló para alcanzar la conversión de miles de personas que no conocían el amor de Cristo y vivían en el pecado y la maldad.
La existencia de Henry Gerhard Appenzeller se interrumpió el 11 de junio de 1902, cuando apenas tenía 44 años, en una colisión de dos pequeños vapores mientras viajaba por la costa de Corea. Según sus biógrafos, la muerte lo atrapó en el momento en que trataba de salvar a otras personas. Hoy es recordado como un varón del Señor preocupado por la salvación de la humanidad, mediante el amor de Jesús, y que confiaba en las Escrituras como fuente de esperanza.