Por Rev. Luis M. Ortiz
Amigos, estamos viviendo en una hora negra en la historia de la humanidad, pero todavía viene lo peor, la hora más horrible está por venir. La carrera armamentista no se detiene. Las bombas nucleares de gran potencia destructiva se siguen fabricando. Albert Einstein, antes de morir, dijo: “Una guerra nuclear puede matar dos terceras partes de la población de la Tierra”.
El profeta Zacarías, 500 años antes de Cristo, describe el horrible efecto de la radiactividad de las bombas nucleares, y dice: “La carne de ellos se corromperá estando ellos sobre sus pies, y se consumirán en las cuencas de sus ojos, y la lengua se les deshará en su boca” (Zac. 14:12).
Tan poderosas serán las explosiones nucleares que los planetas serán sacudidos en sus órbitas. El profeta Isaías, describiendo esto, indica: “Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza… en gran manera será la tierra conmovida” (Is. 24:19- 20). Isaías se refiere a la explosión atómica, al profundo hoyo que deja, y a la radiactividad, cuando expresa: “Y acontecerá que el que huyere de la voz del terror caerá en el foso; y el que saliere de en medio del foso será preso en la red” (Is. 24:18).
Sobre esto mismo, el Señor Jesucristo afirmó: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc. 21:25-26).
No habrá escape para nadie. Esta será una guerra que dejará pequeñas a todas las demás guerras habidas en el mundo. Jesucristo dice, refiriéndose a este tiempo: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt. 24:21).
El apóstol Juan, en las visiones del Apocalipsis, oyó el número de los ejércitos que se movilizarán en Armagedón, y expresa: “Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número” (Ap. 9:16).
Sobre estos mismos acontecimientos el apóstol Juan abunda en su libro de Apocalipsis, y describe: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar… porque el gran día de la ira de Dios ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap. 6:14-17). Habrá tantos muertos en esta guerra que la sangre llegará hasta los frenos de los caballos.
Amigos, esos días terribles se avecinan. Dice el profeta Sofonías: “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres. Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra” (Sof. 1:14-18).
Amigos, Dios en su misericordia te ofrece la preciosa oportunidad de librarte de ese terrible día, y te dice: “Congregaos y meditad… antes que tenga efecto el decreto, y el día se pase como el tamo; antes que venga sobre vosotros el furor de la ira de Jehová, antes que el día de la ira de Jehová venga sobre vosotros. Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra, los que pusisteis por obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre; quizá seréis guardados en el día del enojo de Jehová” (Sof. 2:1-3).
Y escribiendo Pablo a los tesalonicenses, explica: “Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros)” (2 Ts. 1:6-10).
Positivamente, amigos, aquellos que buscan a Dios ahora, serán guardados de los estragos y del juicio de ese horrible día. Dice el Señor Jesucristo, como sigue: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10).
Hoy es el día de salvación (2 Co. 6:2; Is. 55:6, 7). Mañana será día de juicio (Ro. 2:1- 16; Mt. 25:31-46; Ap. 20:11-15). Entre tanto que se dice: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3:15). ¡Dios le bendiga!