Por Arthur Kinder
Buscado por la Inquisición y las autoridades españolas, Casiodoro de Reina se abrió paso a mediados del siglo dieciséis por su fidelidad a la Palabra de Dios y porque llevó a cabo una labor que hasta el día de hoy perdura y se mantiene vigente: la traducción completa de las Sagradas Escrituras al idioma castellano. Siervo humilde del Todopoderoso, fue además un creyente que, debido a su amor por el Señor, afrontó numerosos riesgos a lo largo de su vida.
Natural de la localidad de Montemolín del Reino de Sevilla, según los inquisidores que lo investigaron por su disconformidad con las ideas de la iglesia tradicional, el traductor de la Biblia nació alrededor de 1520. En su juventud asistió a la Universidad de Sevilla, en la que aprendió presumiblemente latín, griego y hebreo. Luego, se incorporó al monasterio de San Isidoro del Campo, situado a las afueras de Sevilla, donde se aproximó a la fe cristiana.
SIERVO PERSEGUIDO
En el convento de San Isidoro del Campo, institución que por aquellos días se había volcado a impulsar el estudio del Evangelio entre sus frailes, Reina se constituyó en guía espiritual de sus compañeros debido a su particular interés por descubrir el auténtico mensaje de Cristo.
Interesado por las ideas reformadoras que socavaban los cimientos del catolicismo, estudió asimismo las obras de Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio y Miguel Servet.
Defensor de una teología centrada en el Creador, el seguidor de Jesús huyó en 1557 del monasterio de San Isidoro del Campo, junto a otros monjes disidentes, entre los que se encontraban Cipriano de Valera y Antonio del Corro, para evitar caer en las redes sangrientas de la Inquisición. Al partir, en busca de futuro mejor, se volvió enemigo de la corona española y fue catalogado como blasfemo y recibió el título de “heresiarca” (maestro de los herejes).
Pese a haber escapado de la intolerancia imperante en su patria en ese momento, Casiodoro no se libró de ser juzgado, en ausencia, por la Inquisición. El 26 de abril de 1562, en la plaza San Francisco de Sevilla, uno de los principales escenarios de la brutal represión inquisitorial de la época que se manifestaba por medio de sangrientas penas, fue quemado en efigie, al lado de las figuras de Antonio del Corro y Cipriano de Valera. Y todo por su “mala doctrina”.
CRISTIANO ERRANTE
Una vez fuera de España, Reina llegó primeramente a la ciudad de Ginebra, cuna de la Reforma promovida por Calvino en Suiza, donde lo esperaba el refugiado sevillano Juan Pérez de Pineda, quien en vida fue un activo promotor de la Palabra. Allí, cerca de Francia, se unió a una congregación integrada por fieles italianos y conoció a Calvino. Sin embargo, y pese a lograr cierto reconocimiento, pronto se incomodó con el rígido sistema de los calvinistas.
Durante el período que permaneció en Ginebra, antes de marcharse a Londres tras la coronación de la reina Isabel I, se hizo conocido porque cada vez que pasaba por el lugar donde había sido ejecutado el teólogo Servet, quien murió en la hoguera el 27 de octubre de 1553, se le escapaban abundantes lágrimas de los ojos. Cuando se fue a la capital de Inglaterra, sus simpatizantes lo nombraron como el “Moisés de los españoles”, por su errante existencia.
Antes de partir a Londres, empero, pasó en 1558 algunos meses en la urbe alemana de Fráncfort. Después, en 1559, se instaló en suelo inglés y reunió a un grupo de creyentes hispanos a quienes predicó las buenas nuevas e instruyó en el Evangelio tres veces por semana en una casa privada. Entonces, se le ocurrió escribir un texto teológico que, al poco tiempo de ser editado, despertó grandes polémicas fuera de Inglaterra: “Confesión de fe cristiana”.
En 1560, con su grey consolidada, Reina envió una carta al ministro Edmund Grindal, cabeza de la iglesia de Londres, y al secretario de la reina Isabel I, William Cecil, en la que solicitó un lugar para constituir un templo. Con su misiva, logró la concesión de un edificio en la calle St Mary Axe. No obstante, su rebaño no tuvo un futuro favorable. El 21 de setiembre de 1563, el pastor abandonó el territorio británico al ser acusado falsamente de sodomía.
Después de escabullirse por el Canal de la Mancha, arribó a la metrópoli de Amberes, una de las plazas comerciales más importantes del norte de Europa de aquellos días, en la que fue protegido por el banquero de estirpe judía Marcos Pérez de Segura, que se había entregado a Dios y auxiliaba a los cristianos en los Países Bajos. Pero pronto, debido a que el rey Felipe II de España puso precio a su cabeza, se vio obligado a viajar de forma clandestina a Fráncfort.
OBRA CUMBRE
En Fráncfort, pese a los peligros que corría, de inmediato se dedicó con afán a trabajar en la traducción de las Escrituras al español y se unió a la comunidad de evangélicos franceses. Sin embargo, acechado por los esbirros de la Inquisición, deambuló una y otra vez, como un nómada, por las ciudades de Estrasburgo, Orleans, Amberes y Heidelberg durante tres años. Su azarosa subsistencia jamás evitó que prosiguiera con su versión de la Biblia.
En busca de un lugar propicio para imprimir su obra, se desplazó en 1567 al núcleo urbano de Basilea, convertido en ese instante en el centro editorial del Viejo Continente, donde cristalizó su obra cumbre con la autorización del ayuntamiento local. Ayudado de nuevo por Pérez de Segura, imprimió 2600 ejemplares de las Sagradas Escrituras en lengua castellana en 1569. Los libros, grabados con la imagen de un oso en su portada, marcaron el inicio de una nueva era.
La Biblia del oso, por la misericordia del Altísimo, se distribuyó enseguida por muchas regiones europeas y se agotó con una velocidad inusitada. La falta de copias fue una de las razones por las que Cipriano de Valera publicó en 1602 una segunda edición del material de Reina, con una revisión exhaustiva de alrededor de veinte años, que hoy en día es la versión por excelencia de las principales denominaciones evangélicas hispanas de todo el mundo.
LOABLE LABOR
En 1570, Casiodoro regresó a Fráncfort para bregar por la predicación de la Palabra junto a su familia y se sumó a una congregación liderada por el exégeta Théodore de Bèze. Tres años después, lanzó un tratado de comentarios de los Evangelios de Juan y Mateo. Después, en 1580, editó un manual de doctrina cristiana que fue impreso en latín, francés y holandés. Igualmente, redactó un estatuto para una sociedad de ayuda a los pobres y perseguidos, que aún se conserva.
Leal al Redentor, se ocupó de pastorear un templo en Amberes entre 1578 y 1584. Varón de fe genuina y servicial, en marzo de 1579 tras probar su inocencia, fue absuelto de las imputaciones de las que había sido víctima en Londres años antes. En el tramo final de su historia, de vuelta en Fráncfort, batalló en beneficio del cristianismo y tendió la mano a los creyentes necesitados. El 15 de marzo de 1594, con más de setenta años encima, dejó de existir.
Ser humano bueno, respetable, amante de la paz, sabio y experimentado, Casiodoro de Reina se enfocó en su paso terrenal en evitar las disputas importunas, las defensas violentas y los pretextos cautelosos. Consciente del poder de Jesucristo, trabajó para que el Evangelio del Creador discurriera en cualquier lengua por todos lados, tan libremente como el Sol por el cielo, como lo señaló en la amonestación a los lectores de su versión de las Sagradas Escrituras.