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14 de Mayo del 2019

MARÍA

“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra… Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre”. Lucas 1:38, 46-49

  • MARÍA

Por Rev. Rubén Concepción

La Biblia distingue a muchas mujeres valientes, humildes, abnegadas y de fe. Entre todas ellas resalta a María. Si bien nosotros no la idolatramos, ni le damos culto ni adoración, reconocemos que Dios puso los ojos en ella para cumplir el más grandioso de los planes: la redención de la raza humana.

María fue una mujer escogida por Dios para ser madre. En efecto, aquella doncella hebrea reunía cualidades hermosas que hicieron que el Señor se fijara en ella para llevar a cabo el gran misterio de la encarnación de Jesús.

De importancia crucial es que la mujer sea consciente de que el privilegio y el honor de dar la vida a otro ser humano provienen directamente de Dios. Por desgracia, hay mujeres que no valoran el don divino de ser madres, y el hijo viene a convertirse para ellas en una carga, en algo molestoso, y hasta deciden la vida o la muerte sobre él.

MARÍA, UNA MUJER HUMILDE

Este siglo XXI se ha caracterizado por el aumento vertiginoso de los embarazos causados por el sexo prematrimonial. El embarazo de las jóvenes solteras pone abruptamente el punto final a la infancia y a la inocencia, para marcar el inicio de las responsabilidades de una mujer adulta.

En lo que atañe a María, ella nunca había conocido varón y, en su tiempo, quedarse embarazada fuera del matrimonio era considerado como un delito digno de muerte. María sabía, pues, que exponía su vida al aceptar llevar en su seno lo que parecería el fruto de la fornicación, y todavía más al estar desposada con José. No obstante, son hermosas las palabras que pronunció aquella joven cuando recibió el mensaje del ángel Gabriel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1:38).

MARÍA, UNA MUJER DE FE Y DE PIEDAD

María confiaba totalmente en Dios, y por eso aceptó el reto de llevar en su seno al Creador. Aquella joven entendió que ser la madre del Mesías haría de ella una mujer bienaventurada entre todas las generaciones pasadas o futuras (Lc. 1:48). Solo una madre es capaz de transmitir la ternura, el cariño y la bondad que emanan de Dios; y esto es lo que hace de ellas unos seres especiales e inolvidables.

MARÍA, UNA MUJER DE CONFIANZA

Me llama la atención que, en distintas partes de los Evangelios, se repite esta frase: “Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2:51). En el corazón de María siempre hubo una disponibilidad espiritual para el servicio, y ella supo guardar en secreto todo lo que el ángel le había revelado con respecto a Jesús y su misión mesiánica antes de que naciera.

Desde el nacimiento de Cristo, María supo también que tendría que experimentar, como madre, un dolor inmenso. En efecto, cuando María y José llevaron a Jesús al templo para que fuera circuncidado, Simeón le profetizó: “Y una espada traspasará tu misma alma…” (Lc. 2:35). María tenía una confianza maternal en Cristo, y en las bodas de Caná fue a Jesús como una madre que ve las capacidades y los talentos de su hijo.

María puso toda su confianza en Jesús, sabiendo que Él era capaz de ayudarla en aquella situación. Por este motivo, ella les dijo a los que atendían a los comensales de la boda: “Haced todo lo que os dijere” ( Jn. 2:5).

María le había inculcado principios morales sólidos, y que Él no dañaría nunca su testimonio ni tampoco traería la deshonra a su casa. Es menester concienciarnos de que los principios y los valores fundamentales de la vida se enseñan principalmente en el hogar, no en la iglesia ni en la escuela.

MARÍA, UNA MUJER FIEL

Es revelador, en cuanto al carácter fiel de María: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena” ( Jn. 19:25). En medio de tanto dolor y sufrimiento, la madre de Jesús estaba al pie de la cruz, como una madre que apoya a su hijo.

Jesús también era consciente de su responsabilidad filial: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” ( Jn. 19:26- 27).

En medio de su cruel agonía, Jesús puso la mirada cariñosa de un hijo en María, estaba preocupado por el bienestar futuro de aquella quien fuera su madre en la Tierra. Él no la quiso abandonar ni entregarla en manos de cualquiera. Así pues, la confió al apóstol Juan, que era su discípulo amado. Cristo supo valorar a la suya hasta su partida de esta tierra.

María es una fuente de inspiración: estuvo al pie de la cruz, cuando todos los amigos y los discípulos de Jesús lo habían abandonado. María fue una mujer valiente, fiel, dispuesta, reservada, llena de fe y de piedad.

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