Por Emma Bevan
Bajo los Alpes, cerca de la localidad de Gap, situada en el sureste de Francia, empezó en 1489 la historia de un hombre recto que no buscó un honor más alto que ser un obrero de Dios y que no deseaba otra alegría que escuchar que el Señor fuera glorificado. Nacido en el seno de una familia creyente, se llamó William Farel y descubrió a Jesús con las enseñanzas de sus padres y desde muy temprana edad demostró una gran disposición para seguir los pasos del Creador.
-En su infancia, Farel empezó a educarse para transformarse en una persona erudita, capaz de escribir libros y predicar la Palabra del Redentor. En 1509, persuadió a su progenitor para que lo enviara a estudiar a la Universidad de París. Ávido de conocimiento bíblico, tomó clases particulares de latín, griego y hebreo, en la prestigiosa universidad La Sorbona.
Además, conoció al siervo James Faber, investigador de las Sagradas Escrituras, quien detestaba la idolatría de la iglesia tradicional.
Impactado por la postura de Faber en contra del pecado, William escuchó sus conferencias, asistió a sus clases, lo siguió de templo en templo para adorar al Altísimo y se constituyó en uno de sus discípulos más cercanos. En marzo de 1519, convertido en maestro de artes y profesor de filosofía luego de su formación universitaria, fue testigo de cómo su maestro, por medio de la fe en Dios, descubrió la verdadera doctrina del Salvador y empezó a difundir el Evangelio.
Convencido por los fundamentos inapelables del cristianismo, el futuro reformador, tras escuchar la auténtica adoración al Creador en boca de Faber, estudió a profundidad y con mucho cuidado la Biblia. También leyó la historia de los primeros días del cristianismo y descubrió el poder transformador del mensaje del Mesías. Entonces, se alzó contra el catolicismo debido a que impulsaba el paganismo con ceremonias y ritos de veneración a imágenes, santos y vírgenes.
IMPULSOR DEL EVANGELIO
En 1521, levantado por Dios, como un promotor de la verdad, el misionero francés empezó su labor evangelística en la ciudad de Meaux, situada muy próxima a París, donde compartió el pan de vida en las calles y mercados y con voz de trueno anunció, que la humanidad se debía apartar de la maldad y seguir a Jesucristo. Sin embargo, su significativa predicación, basada en las Escrituras, despertó el odio de las autoridades eclesiásticas que lo obligó a huir en 1523 antes de ser proscrito.
Después de abandonar Meaux, el evangelizador regresó a París y denunció abiertamente las desviaciones de la iglesia católica. En seguida, volvió a su hogar. Y tan pronto como llegó a su pueblo, difundió la Palabra, en la vía pública, en campos, en molinos, en corrales, al lado del río y en las laderas de las montañas. En cualquier parte en la que dos o tres personas se podían reunir para escucharlo, él apareció allí, con una Biblia bajo el brazo, para hablar del Rey de Reyes.
Bajo el cuidado protector de Dios, Farel se marchó de Gap una vez que fue calificado como predicador hereje, por monjes y sacerdotes locales. En esos días, perseguido por una gran cantidad de enemigos y opositores, viajó de un sitio a otro y se escondió en distintos bosques y diferentes montañas para salvaguardar su integridad física, hasta que, en diciembre de 1523, llegó a Suiza, a la urbe de Basilea, donde se estableció y fue albergado por el teólogo Johannes Hausschein.
Durante este período de su existencia, William visitó la metrópoli de Zúrich, contigua a los Alpes, y se vinculó con el teólogo Ulrich Zwingli, principal reformador suizo de aquel tiempo, por el que tuvo una gran consideración. De igual forma, fue invitado a ministrar el Evangelio en la comuna de Montbéliard, perteneciente en ese momento al imperio alemán, que le prestó atención por su enérgico ministerio. En 1525, su lucha contra la devoción por imágenes lo condenó al destierro.
REFORMADOR DE SUIZA
Tras su expulsión de Montbéliard, el siervo de Jesucristo, prosiguió con sus viajes evangelísticos en la misma región. Durante un tiempo, su base de operaciones fue la ciudad de Estrasburgo, un importante centro de comunicaciones que en la actualidad conforma parte de Francia, donde se reencontró con su maestro Faber. Luego, en octubre de 1526, optó por trasladarse a la zona occidental de Suiza animado por Berthold Haller, exégeta amigo de Zwingli, que residía en Berna.
Con la asesoría de Haller, el ministro de Dios, se dirigió al pueblo de Aigle, ubicado en el sureste del lago de Ginebra, donde abrió una escuela en la que enseñó, además de leer y escribir, las historias del Hijo de Dios. Fueron cuatro años en los que, inspirado por la Palabra, habló a los más pobres acerca del amor y la gracia de Jesús. Con amabilidad, les mostró igualmente al Salvador que nunca habían conocido antes. En esos días, la población levantó la vista hacia Cristo.
Convencido de que el Todopoderoso lo había enviado a Suiza, para engrandecer su redil, el pastor veraz fue bendecido por el Altísimo, con prédicas impregnadas de fe, que ayudaron a salvar a muchas personas. Almas hambrientas y sedientas, llegadas de diferentes puntos del territorio suizo, lo buscaron para sentir la presencia del único Redentor. Como en los tiempos de los apóstoles, una gran multitud fue agregada al Señor. Las buenas nuevas, además, se extendieron de aldea en aldea.
En enero de 1528, Farel, quien cuando no estaba concentrado en la enseñanza, la predicación o la oración, escudriñaba diligentemente la Biblia, participó en un debate público entre los partidarios del papa y los reformadores. Efectuada en la ciudad de Berna, capital de Suiza, la polémica fue determinante en la historia de la Reforma en suelo helvético. Ponente en la última discusión del evento, contribuyó con sus sólidos argumentos para que se aboliera la misa.
GLORIOSO PREDICADOR
Después de marcharse de Aigle, en 1530, el predicador continuó con su obra y prosiguió esforzándose para extender el Evangelio en nuevos lugares. Empero, su paso por la urbe de Orbe, histórico punto del cantón de Vaud, su predicación sufrió algunos reveses, sus mensajes se vieron violentados por el feroz accionar de un grupo de mujeres contrarias a la sana doctrina. Asimismo, una mención aparte son los atentados contra su vida, que sufrió en las localidades de Saint-Blaise y Grandson.
En medio de sus muchos sufrimientos, el enviado del Soberano de los reyes de la tierra, experimentó la alegría de ver, en distintas ciudades y pueblos suizos, que una importante cantidad de pecadores, fueron salvados de las garras del maligno, gracias a la Palabra predicada por William Farel, además de un gran número de hombres y mujeres que se entregaron al Dios vivo y verdadero. Con la espada del Espíritu y tomado del yelmo de la salvación, desaprobó también las ceremonias blasfemas e idolátricas del culto romano.
En octubre de 1532, el portavoz de Jesús, ingresó, por primera vez, a la localidad de Ginebra, para proclamar la autoridad de las Escrituras, por aquel entonces Ginebra que se hallaba en medio de una lucha por su libertad.
Atacado desde su aparición en esta ciudad, fue un instrumento de Cristo que propició, que este núcleo urbano, viviera en la fe del santo Evangelio. Luego, se relacionó con el teólogo francés John Calvin y lo impulsó a convertirse en un destacado representante de la Reforma.
William Farel trabajó, día y noche, durante casi cuarenta años entre las montañas y los valles de Suiza con el objetivo de dar a conocer la Palabra de Dios. El 13 de setiembre de 1565, a la edad de setenta y seis años, falleció y se marchó a la presencia del Señor. Pocos hombres, quizás, han sido, en proporción a su trabajo, como este amado siervo de Jesucristo que se elevó por encima del odio, el desprecio y los reproches, para predicar sobre la vida eterna y la redención.