Por Steven López
“Tú serás la madre de mis hijos”, le dijo José Miguel a Ana Antonia. Era una promesa de amor eterno en la primera cita de ambos jóvenes que se habían conocido un par de meses antes en la panadería donde laboraban. Podría decirse que fue atracción a primera vista, porque los dos quedaron prendados desde el instante mismo que se vieron.
Al comienzo, mantuvieron amistad, pero luego, cierto día, acordaron salir después de cumplir su jornada de trabajo para pasear y conversar. Fue en esas circunstancias en que el joven le declaró su amor y ella aceptó, henchida de felicidad.
Luego de tres años de enamoramiento, contrajeron matrimonio, a pesar de la oposición de la familia de la novia, que consideraba que ella aún no tenía la edad suficiente para el matrimonio.
Pese a todo, los jóvenes se casaron en una ceremonia modesta en el que se reafirmaron amor y fidelidad para siempre. Al poco tiempo, fueron invitados por unos vecinos a la iglesia bautista. Allí encomendaron su existencia a la voluntad de Dios. Todo parecía ser feliz en la pareja. La noticia de la llegada de su primogénito aumentó la dicha.
Al cabo de unos meses, la situación laboral decayó en la ciudad y él tomó la decisión de buscar una oportunidad en otra localidad. Viajó dejando a la familia y comenzó a vivir solo, alejado del hogar. Fue el comienzo del distanciamiento. El amor por Dios y su esposa se enfrió con el paso del tiempo.
José Miguel volteó su mirada a los placeres del mundo, al alcohol, las malas amistades y el mayor problema: las mujeres. Las dulces palabras para Ana Antonia se acabaron y se convirtieron en frías frases. Las infidelidades eclipsaron el amor por la esposa, la relación entró en crisis al punto que a los cuatro años de casados, decidieron separarse para siempre.
José Miguel Cuevas Encarnación estaba recorriendo casi el mismo camino de Leo, su padre, un militar de rango medio que lo había abandonado muy chico a causa de su afición a las aventuras amorosas furtivas en cada pueblo al que llegaba durante los tiempos de conflictos en República Dominicana, en pleno Caribe.
Su madre, Luisa Encarnación, una joven buenamoza de solo quince años que sucumbió ante las frases seductoras del oficial, no soportó las continuas infidelidades y resolvió apartarlo de su vida dejando sin padre a José Miguel que había nacido una tarde del 28 de enero de 1970, en la provincia de Barahona.
Tras la separación de sus padres, el niño pasó al poder de sus abuelos maternos, quienes se esmeraron por darle el amor y cuidados. Anhelaban criar un joven de bien, con principios y valores, pero no lograron su objetivo. A los 15 años, José Miguel fue llevado al hogar de su padre, en la ciudad de Constanza, en busca de un porvenir mejor. A lado de sus medios hermanos, logró terminar sus estudios escolares, pero no continuó con los superiores. Ingresó a una panadería donde fue contratado como ayudante. Allí conoció a Ana Antonia, su futura esposa.
LA RUINA DEL MATRIMONIO
A los cuatro años y con dos hijos, el matrimonio entre José Miguel y Ana Antonia colapsó. Él se olvidó de la mujer a la que le había jurado amor eterno. La vida nocturna lo tenía absorvido por completo. Durante muchos meses frecuentó, bares y discotecas donde iniciaba aventuras con una y otra mujer, en una cadena interminable de aventuras sin sentido que duraban solo algunos días o apenas horas.
Tiempo después viajó a Barcelona, España, con el apoyo de su madre, para poder trabajar y solventar los estudios de sus hijos a los que, felizmente, no había olvidado, pese a su vida disipada. El cambió de ambiente no produjo mejoría en su vida, por el contrario, continuó su vida desenfrenada. Las fiestas y las mujeres formaban, casi el todo, de su quehacer cotidiano.
En las mañanas trabajaba en cualquier oficio que encontraba y con el poco dinero que obtenía, pasaba las noches en las cantinas más concurridas de la ciudad catalana. Poco a poco su estado físico iba desgastándose a causa de la vida desordenada, hasta que cayó enfermo. Tenía 16 años en España y había logrado muy poco; al contrario, su salud estaba resquebrajada.
ACUÉRDATE DE DIOS
José Miguel acudió al hospital de urgencia. Tras varios exámenes clínicos, los médicos le diagnosticaron cáncer agresivo en las amígdalas y en los intestinos. La noticia lo dejó sin palabras. Su vida parecía tener cercano final.
Transcurría el año 2008, sus hijos, que ya eran jóvenes, necesitaban aún de su ayuda para financiar los estudios. Por eso los llamó por teléfono para comunicarles su estado de salud. Ellos no podían hacer mucho desde la distancia y solo le dijeron que se cuidara. Con Ana Antonia lo unía un trato distante, basado solo en el hecho de que tenían dos hijos. El tema de reconciliación no estaba en sus planes.
Los doctores recomendaron comenzar tratamientos invasivos para frenar el avance del cáncer a otros órganos del cuerpo. Fueron meses de mucho dolor y sufrimiento que tenía que pasar en soledad.
Transcurrieron varios meses, logró recuperarse satisfactoriamente; las quimioterapias y radioterapias habían surtido efecto. El hecho de salir airoso, lo llevó nuevamente a las calles y la vida nocturna en búsqueda de placer. No escarmentaba.
A los pocos meses, la enfermedad volvió a recrudecer. El hombre tuvo que ser llevado de emergencia para su rápida atención. Los doctores optaron, esta vez, por un trasplante de médula ósea. La intervención era urgente o moría.
En la cama del centro de salud, agobiado por la situación, levantó su mirada al cielo para pedir la ayuda a Dios. Era la última oportunidad para arrepentirse y regresar al camino de la fe que había dejado hace tantos años. Sentía que su vida peligraba y solo Él podía ayudar a encontrar una salida.
Se puso a orar con mucha carga y la paz inundó su corazón. Experimentó el deseo de pedirle perdón a su exesposa; incluso quería escuchar su voz. No entendía lo que pasaba en esos momentos. Muchas veces la había llamado para decirle que no sentía nada por ella, que rehaga su vida, pero, en ese momento, tenía el deseo de oírla, de hablar con ella.
La cirugía fue un éxito y, a los pocos meses, salió del hospital. Agradecido por el milagro y por la oportunidad, comenzó a congregar en el Movimiento Misionero Mundial de Barcelona. Le había pedido a Dios en oración que dirigiera sus pasos hacia una iglesia de Sana Doctrina y de amor por las almas y, de ese modo, llegó al templo.
RENACE EL AMOR
José Miguel iba casi a todos los días a los cultos. Las prédicas de los pastores en relación al matrimonio retumbaban su corazón. Quería reconciliarse con su esposa, pero habían pasado veinte años y el amor entre ambos era historia pasada.
Aunque la comunicación con Ana Antonia era regular, no traspasaba el límite de lo amical, hasta que cierto día decidió plantearle la idea que venía rondando su cerebro: retomar la relación. Por eso, las conversaciones se volvieron más constantes y cargadas de afecto, hasta que el amor reapareció con fuerza.
Luego de dos años de incesante oración, el hombre viajó a Santo Domingo con la finalidad decirle, frente a frente, que Dios había devuelto el amor por ella y quería compartir su vida para siempre y así cumplir la promesa que se hicieron hace 20 años.
– Ponte a orar. Si es de Dios, volverá el amor- dijo Ana Antonia a José Miguel por toda respuesta.
No pasaron muchos meses para que Dios completara su perfecta voluntad; las oraciones de los hermanos de Barcelona y el clamor del propio José Miguel obtuvieron resultados, ambos se volvieron a enamorar como en sus tiempos juveniles. El temor de la infidelidad quedó en el pasado.
Ambos renovaron sus votos matrimoniales y decidieron continuar su vida en Barcelona, junto a sus hijos y sus hermanos de la fe.
Han pasado 10 años desde que se reconcilió con Cristo y con su esposa y siente que cada día hay más amor por su esposa. Lo que era imposible para el hombre, para Dios fue posible.
En la actualidad la pareja, junto con sus dos hijos, sirven en la iglesia del Movimiento Misionero Mundial en Barcelona. El hermano José Miguel apoya la Obra como encargado de diáconos.