Devocionales
15 de Octubre del 2019
EL ESPÍRITU SANTO Y LA EVANGELIZACIÓN
“Y ni mi palabra ni mi predicación no fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu Santo y de poder”. 1 Corintios 2:4
Por Rev. Luis M. Ortiz
Una conocida revista americana, publicó en su primera página el título de un artículo que decía: “El cristianismo en Retroceso”. Y la verdad es que, si comparamos los movimientos de la iglesia de hoy, en su labor de evangelización en el mundo, con el crecimiento demográfico, con los movimientos y adelantos de la ciencia moderna, y con la proliferación de tantos cultos heréticos, claramente veremos que la iglesia no está marchando al ritmo acelerado con que todo se mueve en estos días del fin.
¿Podrá la iglesia de Jesucristo hoy día moverse con la premura y con la urgencia que estos días del fin requieren? Si la iglesia de los primeros tiempos pudo hacerlo, creemos que la iglesia de hoy puede hacerlo. ¿Cuál fue el secreto del crecimiento fenomenal de la iglesia al principio? Existe una razón principalísima: El Espíritu Santo. Sí, el Espíritu Santo, obrando a través de vasos limpios, humildes, rendidos y obedientes. Los predicadores eran verdaderamente ungidos del Espíritu Santo. Vemos a Pedro lleno de la unción del Espíritu Santo predicando un gran sermón en el día de Pentecostés, y tres mil almas fueron salvas (Hch. 2:14-41). Vemos a Pedro y a Juan llenos del poder del Espíritu Santo sanando a un cojo de nacimiento, y cinco mil fueron salvos por este milagro (Hch. 3:1-4:4).
Vemos a Pedro con la operación del don del Espíritu Santo de la palabra de conocimiento y el de discernimiento, reprendiendo a Ananías y Safira por su engaño; y como resultado los convertidos se afirmaron, los hipócritas se alejaron, y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como mujeres (Hch. 5:1-35). Vemos nuevamente a Pedro bajo la unción del Espíritu Santo, predicando en casa de Cornelio, y el Espíritu Santo descendiendo, convirtiendo y bautizando a los gentiles (Hch. 10:1-48). Le vemos también, lleno del Espíritu Santo, orando por Dorcas, que había muerto, y Dios devolviéndole la vida (Hch. 9:36-42).
Vemos también al diácono Esteban, “lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hch. 6:8). Y la sangre del mártir Esteban fue la semilla que produjo al gran misionero y ganador de almas, San Pablo. Vemos también a otro diácono, Felipe, que “predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados…” (Hch. 8:5-8).
Vemos también a Bernabé, otro predicador, “varón bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch. 11:24).
También está San Pablo, hombre erudito, cuyo ministerio excepcional y “predicación no fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu Santo y de poder” (1 Co. 2:4). Aunque Pablo era un gran erudito, gran teólogo, gran orador, gran intelectual; él sabía que, si había de lograr verdaderas conversiones de sus oyentes, no sería haciendo gala de sus recursos humanos, sino dejando que el Espíritu Santo hiciere uso de él y de sus talentos.
En los días primitivos de la iglesia, las iglesias locales eran centros de evangelización y de fervor misionero, donde el ministerio del Espíritu Santo era tan real y evidente que en la iglesia de Antioquía donde estaban Bernabé, Saulo y otros, “ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado...” (Hch. 13:2-4). La labor misionera de esta iglesia local, fue tan notable, que fue precisamente aquí en Antioquía, donde los discípulos fueron llamados “cristianos por primera vez” (Hch. 11:26).
En la iglesia primitiva, los dirigentes eran hombres llenos del Espíritu Santo, en quienes los dones milagrosos del Espíritu Santo estaban en operación. Por esto, cuando Ananías y Safira se confabularon para engañar a la iglesia y al pastor, Pedro; en este caso, con el don de la palabra de conocimiento y el de discernimiento en operación, les dijo: “¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hch. 5:3).
Por eso, cuando los legalistas quisieron mezclar la ley y la gracia para que los cristianos guardasen la Ley y el sábado, etc., los dirigentes del primer concilio o convención cristiana en Jerusalén, con el don del Espíritu Santo de la palabra de sabiduría en operación, dijeron: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (Hch. 15:28).
Amados míos, si la iglesia de Jesucristo en estos tiempos ha de moverse al ritmo acelerado que estos tiempos tan peligrosos requieren, se hace urgente, que tengamos un poderoso derramamiento del Espíritu Santo; se hace necesario que el Espíritu Santo sea una gloriosa realidad en cada corazón, en cada congregación, es apremiante que el impacto glorioso del poder del Espíritu Santo estalle en cada vida y en cada iglesia para que este mundo sea conmovido y sacudido hasta sus cimientos, y las multitudes se tornen al Señor. Amén.
Comentarios