Por STEVEN LÓPEZ FOTOS: EVELYN ÁNGELES Y ARCHIVO FAMILIAR
Una tarde, Ismael Simití Gutiérrez, un oficial del Ejército de Panamá, iba rumbo a su cuartel, cruzó la calle y, de pronto, apareció un automóvil que se le fue encima. Cuando quiso eludirlo era demasiado tarde, el vehículo lo atropelló y lanzó en medio de la pista. Dos hombres bajaron presurosos del automóvil, lo asistieron con presteza y comenzaron a orar para que nada grave le ocurriera.
Eran dos cristianos que imploraron la ayuda de Dios en este momento difícil y le pidieron entregar su alma. El hombre, aún en el suelo, rechazó la solicitud. Era parte de su duro carácter, preparado para la guerra desde muy joven y con poco apego a los asuntos de la fe. Ser militar había sido un sueño que acarició desde adolescente.
Por eso, se enroló al ejército con 20 años de edad, gracias a la recomendación de un amigo cercano. Dentro del cuartel era un militar correcto y responsable, pero al salir a la calle caía en el vicio del alcohol y los placeres de la vida nocturna. Quería vivir intensamente su juventud y tener dinero, prestigio y poder. Buscaba una especie de revancha por las vicisitudes sufridas en sus primeros años de vida.
Las marcas de su infancia y adolescencia dominaban su conducta de joven orgulloso y vanidoso. Era ambicioso en las cosas seculares y quería escalar hasta ocupar altos cargos dentro del ejército.
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