Por Rev. Carlos Guerra
En la Biblia se mencionan muchos tipos de enfermedades. Sin embargo, Dios hizo tal énfasis en la enfermedad de la lepra, que, a diferencia de las demás dolencias, le dedicó varias leyes. Dicha enfermedad era peculiar, dado que no era tratada por los médicos, sino por los sacerdotes. Sus características estribaban en ser una enfermedad hereditaria, muy contagiosa y oculta, o sea, uno podía llevarla en el cuerpo muchos años sin percatarse de ello. Los primeros síntomas de la lepra eran unas pequeñas manchas blancas rojizas que aparecían en la piel, pero cuando el individuo las veía, ya era demasiado tarde para él.
El pecado funciona de la misma manera se inicia con cosas pequeñas, que juzgamos insignificantes y de las cuales pensamos que no afectan ni nuestro corazón, ni nuestra mente, ni nuestro cuerpo. La lepra del pecado se esparce poco a poco, hasta que carcome la moral y hunde al hombre y a la mujer en la más sórdida corrupción. Uno empieza con un trago de alcohol, con un cigarrillo, con una primera inyección de droga, con un poquito de pornografía y, cuando viene a darse cuenta, el pecado ya le está ahogando. Hoy día, al pecado se le ha minimizado y dicha palabra ha tomado un significado leve. Algunos prefieren pintar el pecado de otros colores, pero el pecado sigue siendo pecado.
Poco importa nuestra posición en la iglesia o en algún concilio; si el virus del pecado infecta nuestras vidas y bajamos la guardia en nuestra congregación al Señor, cualquiera de nosotros puede perder todo lo que ha ganado.
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