Por Rev. Alberto Ortega
Una de las carencias más grandes en nuestra sociedad es la ausencia de palabras que orienten a los hijos. El compartir entre un padre y su hijo ya es casi inexistente. En nuestra era de las comunicaciones de masas, el diálogo no existe entre los seres que viven debajo del mismo techo. No se conversa, se discute; no se comparte, se pelea.
SEÑALANDO UN ESCOLLO INVISIBLE
“Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre…” (1 Cr. 28:9). Aquí hay un escollo que muchos no ven, que muchos ignoran y, por lo mismo, sus vidas se hunden en Él. ¿Acaso Salomón no había nacido en un hogar donde Dios era conocido y adorado? ¿No asistía regularmente al lugar de oración y de adoración? ¿No aprendió como todo niño judío a leer los libros de Moisés? ¿No cantó los himnos de los libros de los Salmos? ¿Por qué entonces David le habló de reconocer a Dios? Nosotros nos sorprendemos al ver aquel adolescente, que vivía en aquella familia fiel a Dios; sin embargo, de repente, se apartó de la fe. ¿Dónde se fraguó ese fracaso? Incluimos algunas de las respuestas:
1) El hogar más piadoso no garantiza el conocimiento personal que debemos tener a Dios.
2) La iglesia más espiritual, adherida a la sana doctrina, no asegura que uno de sus miembros tenga un conocimiento personal de Dios.
3) Hay personas que conocen la doctrina de la salvación sin haberla experimentado.
4) Podemos conocer versículos de las Sagradas Escrituras de memoria, y no conocer a Dios personalmente.
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