El pueblo de Israel estaba en cautiverio en Egipto, pero Dios les lanzó el reto para conducirles a una “tierra que fluye leche y miel”.
Cuando ellos salieron, quisieron llegar enseguida a esa tierra prometida, sin ningún contratiempo en el camino. Pero Dios sabía que no estaban preparados para pelear contra los gigantes que poblaban esa tierra, ni tampoco la fe de ellos estaba edificada como para conquistar gentes y ciudades por medio de la fe. Ellos no habían visto los prodigios y maravillas de Dios. De modo que Dios optó por conducirlos cruzando el Mar Rojo, a través de desiertos inhóspitos donde no había agua ni alimentos, de manera que Él tuviera la oportunidad de mostrar al pueblo su amor, su poder, su cuidado para con ellos en todas las cosas, y así ellos le conocieran y vieran como su Dios resolvería para ellos los grandes y los pequeños problemas y dificultades de la travesía y de la vida.
Dios quería que ellos aprendieran a confiar y a depender enteramente de Él. Por eso, cuando tenían de frente el Mar Rojo, a sus lados inexpugnables montañas y detrás el ejército de Faraón que les perseguía, en respuesta al acto de fe de Moisés de herir las aguas, Dios mostró su amor y su poder y dividió el mar y el pueblo cruzó a salvo.
Por eso, no habiendo agua en el desierto y siempre en respuesta a actos de fe, Dios hacía que de la roca brotara agua. No habiendo alimento, Dios les mandaba cada mañana el maná del cielo. No habiendo carne, Dios les mandaba codornices. No habiendo sombra en el desierto, Dios les hacía sombra en el calor del día con la nube. No habiendo luz, Dios les alumbraba el camino en la noche con la columna de fuego. No habiendo ley en el desierto, Dios les dio Ley. No habiendo templo, Dios les proveyó de un tabernáculo desmontable. Dios quería que para cada necesidad, para cada dificultad, para cada emergencia, ellos ejercieran su fe en Él.
Pero de muchos de ellos, Dios no se agradó y los excluyó. Ellos no querían vivir dependiendo de Dios, no querían vivir por fe en las promesas de Dios, y puesto que “sin fe es imposible agradar a Dios”, cayeron postrados en el desierto.
Y el Espíritu nos dice que estas cosas fueron escritas para nuestra advertencia, para que no caigamos en las mismas dudas, incredulidad y desobediencia.
Hoy día, cuando este moderno Egipto que es el mundo, hay tanta abundancia, tanto alimento, tanto dinero, tantos inventos, tanta ciencia, tanta organización, tanta comodidad, el principio divino que sigue agradando a Dios es: “La justicia (el poder) de Dios se descubre de fe en fe… y el justo vivirá por la fe”.
Hay los que piensan que vivir por fe es vivir en necesidad y en penurias. Depende en quién esté puesta la fe. Si la fe está puesta en hombres y en recursos humanos, éstos siempre fallan. Pero si su fe está puesta en la inmutable fidelidad de la Palabra de Dios y en los inagotables recursos de la gracia y el poder de Dios, usted vivirá una vida victoriosa, una vida de contentamiento tanto en la abundancia como en la escasez, porque sabe que todo lo puede en Cristo que le fortalece… que todo obra para el bien de los que son llamados conforme al propósito de Dios… que Dios suplirá todo lo que le falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús; porque sabe que no hay muro que se resista el impacto de la fe, no hay boca de león que se abra ante el testimonio de la fe, no hay amenaza que atemorice a la intrepidez de la fe, que no hay gloria mayor que la gloria de la fe.