El capítulo 25 de Mateo trata sobre la Segunda Venida de Cristo. Comienza dicho capítulo con la parábola de las diez vírgenes. El Señor toma la ilustración de la celebración de unas bodas para enseñar grandes verdades espirituales.
Era costumbre entre los hebreos en las bodas, que el novio venía tarde en la noche en la casa de la novia donde era esperado y era recibido por las doncellas de honor, quienes al recibir el aviso de que ya el novio llegaba ellas salían de las casas con lámparas encendidas en sus manos para alumbrarle el camino hasta su casa donde se celebraría las bodas. En esta parábola el Señor es el novio que muy pronto viene a tomar su verdadera Iglesia para la eterna unión con sus redimidos.
En este grupo de las diez vírgenes no están representados los inconversos, este grupo de las diez vírgenes representa a los creyentes en Cristo. Dice el Señor: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo” (v. 1).
Notemos que entre estas diez vírgenes no había ninguna aparente diferencia, todas se veían iguales, eran diez. El número diez habla de algo que está completo. Entre los hebreos diez personas constituían una congregación, estaba completa.
Todas eran vírgenes, todas estaban capacitadas moralmente para la encomienda que se les asignó, ninguna de ellas podía ser tachada. Las diez tomaron las lámparas en sus manos, las diez tenían luz ardiendo en sus lámparas, las diez tenían aceite dentro de sus lámparas, las diez salieron a recibir al esposo, las diez tenían el mismo propósito de esperar y recibir al esposo, tardándose el esposo las diez cabecearon, a las diez les dio sueño, y las diez se durmieron, todas se ven iguales.
Y mientras las diez duermen, “a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron” (vv. 6, 7). Las diez se despertaron. Las diez arreglaron sus lámparas y las tomaron nuevamente en sus manos, agitaron las lámparas para que el aceite subiera más rápidamente por la mecha y se abrillantara la luz. Y todas actuaban exactamente iguales, y se veían iguales, y se aprestaban a recibir al esposo.
Pero es aquí cuando comienzan las dificultades de cinco de ellas. Por más que agitaban la lámpara la luz no abrillantaba y se dieron cuenta que el aceite se les terminaba, y que el único aceite que tenían era el que estaba ardiendo en la mecha. Lo que es peor se dieron cuenta también que habían cometido el imperdonable error de no llevar consigo una provisión adicional de aceite. Se pusieron muy nerviosas, se acercaba el esposo, se apagaban sus lámparas, ya las diez no se veían iguales, ya no actuaban iguales, ahora había cinco dando carreras sin saber qué hacer.
Mientras cinco permanecían serenas y confiadas, listas a salir de la casa para recibir al esposo, las cinco “insensatas”, nerviosas dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan” (v. 8). Pero no era posible. Las otras cinco vírgenes les respondieron: “Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas” (v. 9). Esta no fue una respuesta dura, sino una respuesta precavida.
“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas (con suficiente aceite y con sus lámparas encendidas) entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta” (v. 10). Y comenzaron las celebraciones de la boda. Pero “después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!” (v. 11). Mas ya era fatalmente tarde. De adentro se oyó la voz del esposo que les dijo: “De cierto os digo, que no os conozco” (v. 12). ¡Qué terrible!
Y termina el pasaje bíblico con la extraordinaria y eterna verdad: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (v. 13).
Amados, repetimos que las diez vírgenes representan a todos los creyentes, a todos los que profesan a Cristo, y todos tienen lámparas, y las lámparas tienen luz, y todos creen que el Señor Jesucristo volverá a este mundo, y todos le esperan, y todos en lo exterior se ven iguales.
La lámpara es típico de todo lo que se ve exterior en la vida cristiana, es típico del testimonio exterior, del testimonio de los labios. El aceite es típico del testimonio interior. El fracaso de muchos creyentes es que no tienen suficiente aceite del Espíritu Santo en sus vidas, dándoles testimonio de que son hijos de Dios. Y en el día de la prueba se les apagará la luz, cuando el Señor venga estarán vacíos del aceite santificador del Espíritu Santo, y por consiguiente no estarán preparados para recibir al Señor. Es por ello que Cristo dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mt. 7:21). “Muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14). “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:44).
El aceite aquí representa la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo. Jesús hablando de la obra regeneradora del Espíritu Santo dijo: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios… así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:5, 8).
Todo esto nos enseña que podrá tener toda la apariencia de un creyente, pero no ha nacido de nuevo, y por lo mismo que no ha nacido de nuevo tampoco el Espíritu Santo puede hacer la obra de santificación en su vida que es separación del mundo y dedicación a Dios. Y por lo cual, no está preparado para recibir al Señor, pues, sin santidad nadie verá al Señor.
Escuchemos una vez más la solemne exhortación de nuestro Señor Jesucristo: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (Mt. 25:13).