Este fue el más dulce, glorioso y transcendental himno que jamás el mundo escuchó. Los ángeles entonaron sus melodiosas voces a Dios por el glorioso nacimiento de Jesús.
Toda la creación alaba y glorifica a Dios. El Salmo 148 declara que Dios es alabado y glorificado desde los cielos, en las alturas por todos sus ángeles, por el sol y la luna, las lucientes estrellas, los cielos de los cielos, por las aguas que están sobre los cielos; desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad; los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros; la bestia y todo animal, reptiles y volátiles; los reyes de la tierra y todos los pueblos. Pero nada trajo mayor gloria a Dios y mayor regocijo a toda la creación que el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Pero aunque toda la creación se fusione en una gigantesca sinfonía de alabanza, jamás podrá igualar al gran cántico de la encarnación del Hijo de Dios. Jamás antes la multitud de las huestes celestiales habían cantado: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:14).
Hay más gloria y más melodía en el nacimiento virginal de Jesús que en el nacimiento de todo el vasto universo. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14).
El apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo en una magna y sublime exclamación dice: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Ti. 3:16). Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne.
El inmenso universo está colmado de misterios, desde el microscópico germen en el aire que respiramos y en el agua que tomamos, hasta los gigantescos soles y estrellas que fulguran en el espacio a distancias inconcebibles. Los antiguos creyeron en cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua; pero en nuestro tiempo la ciencia ha descubierto 103 elementos. Por mucho tiempo se creyó que el átomo era la partícula de materia más pequeña que existía y que era indivisible, pero en nuestro tiempo el átomo ha sido desintegrado en sus componentes: electrones, protones, neutrones, etc.
Hay un misterio en cada gota de agua ¿qué es lo que une a dos átomos de hidrogeno, con un átomo de oxígeno para formar una molécula de agua?, ¿por qué un saltamontes tiene doscientos setenta dientes en su cuerpo?, ¿de dónde la lombriz de tierra saca el poder para hacer que le crezca otra cabeza cuando le cortan la primera?, ¿por qué el caballo se levanta con las patas delanteras primero y la vaca con las patas traseras primero? Bueno, podríamos hacer preguntas indefinidamente, la única respuesta que encontraríamos es que las cosas son como son, en obediencia a las leyes establecidas por el Creador.
El propio Creador le hace unas cuantas preguntas a Job (Job 38-41), y le dice: “¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz, y dónde está el lugar de las tinieblas…? ¡Tú lo sabes! Pues entonces ya habías nacido, y es grande el número de tus días. ¿Has entrado tú en los tesoros de la nieve, o has visto los tesoros del granizo…? ¿Por qué camino se reparte la luz, y se esparce el viento solano sobre la tierra? (…) ¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades, o desatarás las ligaduras de Orión?” Estamos rodeados de misterios. Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne.
Su concepción y nacimiento virginal, su vida, su ministerio, su doctrina, su sacrificio, su muerte, su expiación, su resurrección, sus apariciones, su ascensión, su segunda venida, todo está saturado de este gran misterio de la piedad. Cada edad en el mundo ha tenido sus grandes personajes o protagonistas, pero Jesús es único en todas las edades. Dios por nosotros, Emanuel, el Verbo, el Hijo de Dios, y al mismo tiempo es Jesús, Hijo del Hombre, Redentor, Siervo, Dios y Hombre, divino y humano; su divinidad era real y verdadera, su humanidad era real y verdadera. ¿Cómo puede ser esto? Grande es el misterio de la piedad.
Los más renombrados científicos no pueden entender ni explicar los misterios del mundo físico y material; tampoco los más versados teólogos pueden entender ni explicar estos grandes misterios de la piedad. El gran apóstol Pablo le fue revelado mucho acerca de estos misterios y tuvo que exclamar: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Ro. 11:33-34). Grande es el misterio de la piedad.
Con sobrada razón los ángeles cantaron esa mañana: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”