“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.” Apocalipsis 3:1-3
Desde su fundación, en el día de Pentecostés, la Iglesia de Jesucristo ha experimentado periodos de tiempos de grandes victorias y tiempos de grandes reveses; periodos de grandes conquistas, como también de pérdidas; periodos de prolongada bonanza y también de encarnizada persecución.
Alrededor del año 51 de la era cristiana el apóstol Pablo invadió Europa con el poderoso mensaje del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, en ocasión de la visión del varón macedonio, cuando Europa estaba sumida en las densas tinieblas de la corrupción moral y política del imperio romano pagano de los césares. Pero el mensaje apostólico y post-apostólico ungido con el poder del Espíritu Santo transformando vidas, comarcas y ciudades, y a la vez acompañado de una interminable cuota de mártires cristianos hizo tambalear el férreo imperio romano de los césares.
Como a los 500 años d. C. se desarrolló y floreció el imperio romano religioso. Pero hubo millones de cristianos en los países de Europa que no aceptaron, ni se sometieron, a este otro imperio romano religioso, aunque tuvieron que sufrir grandes persecuciones, huir a los montes, esconderse en las catacumbas, sufrir martirio.
Más de 500 años después tomaron lugar las guerras de las cruzadas, fomentadas por el imperio romano religioso, para conquistar la ciudad de Jerusalén y a Palestina de mano de los mahometanos que la habían invadido. Lo cual a pesar de las siete expediciones que salieron desde Europa estas no lograron su objetivo, aunque transcurrió mucho más de un siglo de guerras con incontables pérdidas de vidas y fortunas, y es fácil entender que los verdaderos cristianos no se envolvieron en estos empeños bélicos y políticos.
Cerca de 500 años después de haberse iniciado las cruzadas estaba Europa en medio del oscurantismo de la Edad Media, bajo el yugo del imperio religioso, el cual fue sacudido hasta sus cimientos por la predicación valiente de la fe evangélica en ocasión de la Reforma en el 1517 d.C. encabezada por Martín Lutero que al fin prevaleció, aunque con una cuota de millones de mártires cristianos evangélicos muertos en las inquisiciones.
Hoy día, a menos de 500 años de iniciada la Reforma, hay en Europa y en todo el mundo un protestantismo sin vida espiritual o con muy poca vida espiritual, con grandes sectores ecumenistas; afirmando con el Concilio Mundial de Iglesias (CMI) con sede en Ginebra, que hoy día ya no hace falta enviar misioneros, porque cada cual debe quedarse con la religión pagana que tiene, pues, ellos dicen que Cristo está dormido en toda religión pagana y lo que hay que hacer es despertarlo. Y para colmo de males hoy los protestantes luteranos y de otras denominaciones protestantes están en conversaciones con Roma para una fatal unión.
Si Lutero resucitara ya no se ocuparía de reformar la iglesia romana, sino reformar la iglesia protestante. Y lo que aun es mucho más triste, más grave, más deprimente y alarmante; cuando apenas han transcurrido 14 años de que el Señor hubiera concedido a la Iglesia en el presente siglo XXI, un derramamiento del Espíritu Santo, es ver que hoy día a tan corto plazo la mayoría de las iglesias y concilios pentecostales y de avivamiento están perdiendo el fuego y el bautismo en el Espíritu Santo. Y lo están sustituyendo con el fuego extraño de lenguas prefabricadas, estudiadas, aprendidas, y repetidas a voluntad del instructor lingüístico quien a su vez en ese sentido es un intruso, un profano y un engañador; pues, el bautizador en el Espíritu Santo es el Señor Jesucristo que no necesita muletas y las lenguas se hablan según el Espíritu Santo da que se hablen.
Que tampoco el Espíritu Santo necesita el auxilio de instructores lingüísticos, y desde luego con la pérdida del fuego del Espíritu Santo y de la verdadera obra del Espíritu Santo y todo lo que esto representa. Además, de entrar todas estas falsas imitaciones, también están entrando por la puerta ancha: la mundanalidad, las modas impías y costumbres paganas, la superficialidad, la tibieza, el modernismo en práctica y en doctrina, la carnalidad, el materialismo, el pecado, el divorcio y el recasamiento, la muerte espiritual. ¡Qué tragedia!
Es bueno prestar atención a la exhortación de parte del Señor, que dice: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti… El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”(Apocalipsis 3:1-3).
¿Qué muchas sorpresas habrá, qué muchos nombres más están siendo borrados hoy del libro de la vida? Que el Señor, en esta hora final, nos envíe el auténtico fuego de Pentecostés. Amén