Publicado con el deseo de llevar a los lectores a encaminar su atención en el Señor, el libro no solo es la historia del pastor Liu Zhenyin, preso por su fe, sino también es una narración que evidencia la persecución que todavía sufren millones de creyentes en China.
En una cálida tarde de septiembre, un pequeño grupo de cristianos se reunió en el aeropuerto internacional de Bangkok para darle la bienvenida al hermano Yun. Habían pasado más de ocho meses desde la última vez que viéramos su rostro sonriente. Lo arrestaron en enero del 2001. Durante los primeros días de su encarcelamiento, las autoridades de la prisión lo golpearon hasta casi matarlo. Más tarde lo sentenciaron a siete años de prisión. Los preocupados amigos de Yun en todo el mundo recibían mensajes esporádicos desde la prisión. En uno decía: “Dios me ha enviado a ser un testigo en este lugar. Hay muchas personas aquí que necesitan a Jesús. Estaré en esta prisión por el tiempo exacto que determinó Dios. No saldré ni una hora antes, ni una hora después. Cuando Dios decida que mi ministerio en la prisión ha terminado, saldré libre”.
Publicada en febrero del 2002, la obra “El hombre celestial” es el testimonio de la forma en que el Señor transformó la vida de un joven creyente de un desdichado pueblo de la provincia china de Henan, y lo utilizó para predicar la Palabra en una nación en que el cristianismo es reprobado y reprimido a diario por las autoridades locales. Libro autobiográfico, fue escrito por Liu Zhenyin, conocido como el hermano Yun, con el apoyo del autor Paul Hattaway.
Mi nombre es Liu Zhenyin. Mis hermanos en Cristo me llaman “hermano Yun”. Una mañana en el otoño de 1999 me desperté en la ciudad de Bergen, en el oeste de Noruega. Mi corazón estaba conmovido y lleno de emoción. Había estado hablando en iglesias por toda Escandinavia testificando sobre las iglesias en casas en China e invitando a los cristianos a que se nos unieran en la evangelización de China y todas las demás naciones. Mis anfitriones me preguntaron si me gustaría visitar la tumba de Marie Monsen, una gran misionera luterana que Dios usó con poder a fin de avivar las iglesias en diferentes partes de mi país desde 1901 a 1932.
OBRERO FIEL
En el preámbulo del texto de Zhenyin y Hattaway, el pastor Xu Yongze, otro de los fieles chinos perseguido por creer en el Dios Todopoderoso, reveló la particularidad del hermano Yun. En ese sentido, apuntó: “A lo largo de casi treinta años de pruebas, ha visto cómo se ha derramado la gracia del Señor sobre su vida, rebosando como una bendición para muchos. Es uno de los líderes escogidos de Dios para esta generación, un gran luchador y obrero fiel”.
Cada día, desde la mañana hasta la noche, leía la Palabra de Dios. Cuando tenía que trabajar en los campos, envolvía la Biblia dentro de mis ropas y aprovechaba toda oportunidad para sentarme y leer. A la hora de dormir, llevaba mi Biblia conmigo a la cama y la ponía sobre mi pecho. Al principio, leer la Biblia no era fácil debido a que solo recibí tres años de educación. Además, mi Biblia estaba impresa con los caracteres tradicionales chinos, mientras que yo había aprendido a leer con los simplificados. Encontré un diccionario y con cuidado buscaba un carácter a la vez que avanzaba a través de la Biblia. Al final, terminé de leer toda la Biblia, de modo que empecé a memorizar un capítulo cada día. Después de veintiocho días logré memorizar todo el evangelio de Mateo.
El prólogo de “El hombre celestial” cuenta además con la participación del reverendo Zhang Rongliang, encarcelado en China en más de una ocasión por anunciar el Evangelio, quien certificó la labor evangelizadora de Zhenyin. “El testimonio de Yun está escrito con sangre y lágrimas; su travesía ha sido una que ha encontrado muchas luchas amargas. En lugar de quejarse y gruñir, aprendió a enfrentar los obstáculos arrodillado y en oración ante Dios”, afirmó.
La iglesia en nuestra zona empezó a crecer en gracia y en número a medida que Dios salvaba de forma radical a muchas personas y las enviaba como ganadoras de almas. Pronto, sin embargo, se levantó la oposición en contra de nosotros. Debido a que tantas personas creían en Cristo, las autoridades comenzaron a movilizarse. Antes de nosotros, nunca hubo cristianos en nuestra aldea. Mi madre se identificaba como líder de nuestra iglesia y la perseguían las autoridades. Le pusieron un gran sombrero con orejas de burro sobre su cabeza y la pasearon por las calles. La obligaron a asistir a clases de “reeducación”, a fin de “ayudarla a corregir sus falsos puntos de vista”. Después que asumí el liderazgo de nuestra iglesia, la presión se desvió de mi madre a mí.
VARÓN ELEGIDO
En el relato de la historia de Yun, se hace evidente el arrojo del creyente reconocido en toda la China como “El hombre celestial”. Al respecto, se debe indicar que este sobrenombre nació el día que no reveló su identidad ni dirección ante la policía china para resguardar la integridad de sus hermanos de fe. Entonces, gritó: “¡Soy un hombre celestial! ¡Mi hogar está en el cielo!”. Sus compañeros escucharon su voz, advirtieron el peligro y huyeron.
En 1983 se desató una ola de violencia en China, con desenfrenados homicidios, secuestros, robos y prostitución. El gobierno vio que perdía el control de la situación y lanzó una campaña en contra de la delincuencia. A cientos de delincuentes los ejecutaron en público. Fue lamentable, pero el gobierno consideró también ilegales las iglesias en casas debido a nuestra decisión de no inscribirnos en el movimiento de la Iglesia Patriótica de las Tres Autonomías, de modo que nos convertimos en uno de los blancos de esa campaña. Las autoridades y los líderes de la Iglesia Patriótica catalogaron a los cristianos no inscritos como “agentes contaminantes espirituales”. Cientos de líderes de iglesias en casas fueron buscados, arrestados y enviados a campos de trabajo forzado. En Henan ejecutaron a muchos creyentes por su fe en Jesús.
En diversas ocasiones, Paul Hattaway, autor de varios libros cristianos, ha remarcado el sometimiento de Zhenyin ante el poder del Creador. Y ha expresado también que desde el primer momento en que Yun se encontró con Jesucristo se ha esforzado al máximo en servirle de todo corazón. Del mismo modo, ha referido que hay lecciones y experiencias de su existencia que pueden animar mucho a los cristianos alrededor del mundo que procuran seguir al Señor.
Después que me llevaron de vuelta a la celda, los guardias me golpearon y me gritaron: “¿Cómo te atreves a hablar y a comer hoy después que te negaste a hacerlo por tanto tiempo? ¡Te voy a desollar vivo! ¡Espera y verás!”. Salieron de la celda dando un gran portazo a la puerta de hierro. El líder de la celda me insultó: “¡Eres un mentiroso! Fingías estar a punto de morir cada día. Yo me encuentro bien en la cárcel a pesar de haber matado y violado a mujeres. Viniste a la prisión por creer en Jesús y estás muriendo como un perro enfermo”. Otro de los prisioneros era musulmán. Me dijo gruñendo: “¿Cómo te atreves a predicar a Jesús en contra de las leyes de nuestra nación? Mereces que te maten”.
Escrito con el deseo de llevar a los lectores a enfocar su atención en Cristo, el libro “El hombre celestial” no solo es una semblanza de Liu Zhenyin, que nació el 1 de enero de 1958, sino también es un relato que denuncia la persecución que todavía sufren millones de cristianos en China. Y es que en el gigante de Asia aún se arresta, tortura y asesina a quienes alaban a Jesús. Una realidad que el hermano Yun ha explicado con la colaboración de Paul Hattaway.
Desde que salí en libertad de la prisión, en enero de 1988 hasta mediados de 1991, las iglesias por toda China nos invitaban a predicar el Evangelio. El Señor me usó para proclamar Su Palabra en muchas zonas remotas, y muchos pecadores se entregaron a Cristo. Desde la mañana hasta la noche estábamos tan ocupados que apenas comíamos. Nos levantábamos temprano para pasar tiempo con el Señor, y después trabajábamos con diligencia todo el día, predicando, enseñando y viajando antes de caer rendidos en la cama alrededor de la medianoche. Antes del amanecer del día siguiente estábamos de pie, preparándonos para repetir todo el proceso de nuevo.
HÉROE – UN ETERNO ERUDITO
Por Arthur Kinder
Traductor al español de las Sagradas Escrituras. Perseguido por la Inquisición. Casiodoro de Reina marcó el inicio de una nueva era en el cristianismo hispanohablante con una magnífica versión de la Biblia que perdura hasta el día de hoy.
Buscado por la Inquisición y las autoridades españolas, Casiodoro de Reina se abrió paso a mediados del siglo dieciséis por su fidelidad a la Palabra de Dios y porque llevó a cabo una labor que hasta el día de hoy perdura y se mantiene vigente: la traducción completa de las Sagradas Escrituras al idioma castellano. Siervo humilde del Todopoderoso, fue además un creyente que, debido a su amor por el Señor, afrontó numerosos riesgos a lo largo de su vida.
Natural de la localidad de Montemolín del Reino de Sevilla, según los inquisidores que lo investigaron por su disconformidad con las ideas de la iglesia tradicional, el traductor de la Biblia nació alrededor de 1520. En su juventud asistió a la Universidad de Sevilla, en la que aprendió presumiblemente latín, griego y hebreo. Luego, se incorporó al monasterio de San Isidoro del Campo, situado a las afueras de Sevilla, donde se aproximó a la fe cristiana.
SIERVO PERSEGUIDO
En el convento de San Isidoro del Campo, institución que por aquellos días se había volcado a impulsar el estudio del Evangelio entre sus frailes, Reina se constituyó en guía espiritual de sus compañeros debido a su particular interés por descubrir el auténtico mensaje de Cristo.
Interesado por las ideas reformadoras que socavaban los cimientos del catolicismo, estudió asimismo las obras de Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio y Miguel Servet.
Defensor de una teología centrada en el Creador, el seguidor de Jesús huyó en 1557 del monasterio de San Isidoro del Campo, junto a otros monjes disidentes, entre los que se encontraban Cipriano de Valera y Antonio del Corro, para evitar caer en las redes sangrientas de la Inquisición. Al partir, en busca de futuro mejor, se volvió enemigo de la corona española y fue catalogado como blasfemo y recibió el título de “heresiarca” (maestro de los herejes).
Pese a haber escapado de la intolerancia imperante en su patria en ese momento, Casiodoro no se libró de ser juzgado, en ausencia, por la Inquisición. El 26 de abril de 1562, en la plaza San Francisco de Sevilla, uno de los principales escenarios de la brutal represión inquisitorial de la época que se manifestaba por medio de sangrientas penas, fue quemado en efigie, al lado de las figuras de Antonio del Corro y Cipriano de Valera. Y todo por su “mala doctrina”.
CRISTIANO ERRANTE
Una vez fuera de España, Reina llegó primeramente a la ciudad de Ginebra, cuna de la Reforma promovida por Calvino en Suiza, donde lo esperaba el refugiado sevillano Juan Pérez de Pineda, quien en vida fue un activo promotor de la Palabra. Allí, cerca de Francia, se unió a una congregación integrada por fieles italianos y conoció a Calvino. Sin embargo, y pese a lograr cierto reconocimiento, pronto se incomodó con el rígido sistema de los calvinistas.
Durante el período que permaneció en Ginebra, antes de marcharse a Londres tras la coronación de la reina Isabel I, se hizo conocido porque cada vez que pasaba por el lugar donde había sido ejecutado el teólogo Servet, quien murió en la hoguera el 27 de octubre de 1553, se le escapaban abundantes lágrimas de los ojos. Cuando se fue a la capital de Inglaterra, sus simpatizantes lo nombraron como el “Moisés de los españoles”, por su errante existencia.
Antes de partir a Londres, empero, pasó en 1558 algunos meses en la urbe alemana de Fráncfort. Después, en 1559, se instaló en suelo inglés y reunió a un grupo de creyentes hispanos a quienes predicó las buenas nuevas e instruyó en el Evangelio tres veces por semana en una casa privada. Entonces, se le ocurrió escribir un texto teológico que, al poco tiempo de ser editado, despertó grandes polémicas fuera de Inglaterra: “Confesión de fe cristiana”.
En 1560, con su grey consolidada, Reina envió una carta al ministro Edmund Grindal, cabeza de la iglesia de Londres, y al secretario de la reina Isabel I, William Cecil, en la que solicitó un lugar para constituir un templo. Con su misiva, logró la concesión de un edificio en la calle St Mary Axe. No obstante, su rebaño no tuvo un futuro favorable. El 21 de setiembre de 1563, el pastor abandonó el territorio británico al ser acusado falsamente de sodomía.
Después de escabullirse por el Canal de la Mancha, arribó a la metrópoli de Amberes, una de las plazas comerciales más importantes del norte de Europa de aquellos días, en la que fue protegido por el banquero de estirpe judía Marcos Pérez de Segura, que se había entregado a Dios y auxiliaba a los cristianos en los Países Bajos. Pero pronto, debido a que el rey Felipe II de España puso precio a su cabeza, se vio obligado a viajar de forma clandestina a Fráncfort.
OBRA CUMBRE
En Fráncfort, pese a los peligros que corría, de inmediato se dedicó con afán a trabajar en la traducción de las Escrituras al español y se unió a la comunidad de evangélicos franceses. Sin embargo, acechado por los esbirros de la Inquisición, deambuló una y otra vez, como un nómada, por las ciudades de Estrasburgo, Orleans, Amberes y Heidelberg durante tres años. Su azarosa subsistencia jamás evitó que prosiguiera con su versión de la Biblia.
En busca de un lugar propicio para imprimir su obra, se desplazó en 1567 al núcleo urbano de Basilea, convertido en ese instante en el centro editorial del Viejo Continente, donde cristalizó su obra cumbre con la autorización del ayuntamiento local. Ayudado de nuevo por Pérez de Segura, imprimió 2600 ejemplares de las Sagradas Escrituras en lengua castellana en 1569. Los libros, grabados con la imagen de un oso en su portada, marcaron el inicio de una nueva era.
La Biblia del oso, por la misericordia del Altísimo, se distribuyó enseguida por muchas regiones europeas y se agotó con una velocidad inusitada. La falta de copias fue una de las razones por las que Cipriano de Valera publicó en 1602 una segunda edición del material de Reina, con una revisión exhaustiva de alrededor de veinte años, que hoy en día es la versión por excelencia de las principales denominaciones evangélicas hispanas de todo el mundo.
LOABLE LABOR
En 1570, Casiodoro regresó a Fráncfort para bregar por la predicación de la Palabra junto a su familia y se sumó a una congregación liderada por el exégeta Théodore de Bèze. Tres años después, lanzó un tratado de comentarios de los Evangelios de Juan y Mateo. Después, en 1580, editó un manual de doctrina cristiana que fue impreso en latín, francés y holandés. Igualmente, redactó un estatuto para una sociedad de ayuda a los pobres y perseguidos, que aún se conserva.
Leal al Redentor, se ocupó de pastorear un templo en Amberes entre 1578 y 1584. Varón de fe genuina y servicial, en marzo de 1579 tras probar su inocencia, fue absuelto de las imputaciones de las que había sido víctima en Londres años antes. En el tramo final de su historia, de vuelta en Fráncfort, batalló en beneficio del cristianismo y tendió la mano a los creyentes necesitados. El 15 de marzo de 1594, con más de setenta años encima, dejó de existir.
Ser humano bueno, respetable, amante de la paz, sabio y experimentado, Casiodoro de Reina se enfocó en su paso terrenal en evitar las disputas importunas, las defensas violentas y los pretextos cautelosos. Consciente del poder de Jesucristo, trabajó para que el Evangelio del Creador discurriera en cualquier lengua por todos lados, tan libremente como el Sol por el cielo, como lo señaló en la amonestación a los lectores de su versión de las Sagradas Escrituras.