Por Ron Rhodes
La maldad es la ausencia o la privación del bien. El mal existe como corrupción de algo bueno; es una privación y no tiene esencia propia.1 La descomposición, por ejemplo, solo puede existir mientras exista un árbol. Lo mismo sucede con la corrosión de la cerradura y la carrocería de un vehículo.
Norman Geisler, dice: «El mal es como una herida en el brazo, o como los agujeros en una prenda apolillada. Su existencia depende de la existencia de otra cosa; no puede tener existencia propia»2.
Si Dios no declarara qué es Bueno, la existencia del mal sería más fácil de explicar. Si el poder de Dios fuera limitado de manera tal que no pudiera resistir el mal, la existencia del mal también sería más fácil de explicar. Si la maldad no fuera más que una ilusión, carente de realidad, el problema ni siquiera se plantearía. Pero la maldad no es una ilusión. Es real.3
Hoy enfrentamos la realidad del mal moral que es la maldad cometida por agentes morales libres, que se involucran en guerras, crímenes, crueldad, lucha de clases, discriminación, esclavitud, limpieza étnica y genocidios, ataques suicidas con bombas, y varias otras injusticias. Además está el mal natural que involucra cosas como huracanes, inundaciones, terremotos, y otras catástrofes naturales.
Pensadores prominentes como David Hume, H.G. Wells y Bertrand Russell han concluido, sobre la base de sus observaciones del sufrimiento y la maldad, que el Dios de la Biblia no existe.4 Hume lo expresó, refiriéndose a Dios: «¿Está dispuesto a evitar la maldad, pero no puede? Entonces es impotente. Sí puede, ¿pero no está dispuesto? Entonces es malévolo. Puede y está dispuesto a evitar la maldad, ¿por qué existe la maldad, entonces?»5.
Es necesario determinar qué criterios se usarán para juzgar algo como malo.6 ¿Qué cosas se juzgarán malas y qué cosas no se juzgarán así? ¿Cuál será la unidad de medida moral que se usará para evaluar moralmente a las personas y los sucesos? ¿Qué proceso permitirá diferenciar el bien del mal, y viceversa?
La realidad es que resulta imposible distinguir el mal del bien si no contamos con un punto de referencia infinito que sea absolutamente bueno. El punto de referencia infinito para diferenciar el bien del mal solo se puede encontrar en la persona de Dios, porque solo Él puede colmar la definición de «absolutamente Bueno». Si Dios no existe, no hay absolutos morales que nos den derecho a juzgar algo (o a alguien) como malo. A la luz de esto, la realidad de la maldad reivindica la existencia de Dios más que refutarla.
ORIGEN DE LA MALDAD
La creación original fue «buena en gran manera» (Génesis 1:31). No había pecado, no existía la maldad, no había sufrimiento ni muerte. Hoy, en cambio, el mundo está sumido en el pecado, la maldad, el sufrimiento y la muerte. ¿Cómo se llegó a este estado? Las Escrituras enseñan que el descenso comenzó cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios (Génesis 3).
Algunas personas se preguntan por qué Dios no podría haber creado al ser humano de manera tal que nunca hubiera podido pecar, no dando cabida así a la maldad. El hecho es que dicho escenario implicaría que no fuéramos verdaderamente humanos. No tendríamos la capacidad para tomar decisiones ni para amar libremente.
Este escenario hubiera requerido la creación de robots capaces de actuar solo conforme a lo que estaban programados. Por eso Dios le dio el libre albedrío a Adán y a toda la humanidad.
Desde que Adán y Eva hicieron efectiva la maldad, la naturaleza del pecado se ha transmitido a todo hombre y mujer (Romanos 5:12; 1 Corintios 15:22). No debemos olvidar que como vivimos en un mundo caído, estamos sujetos a desastres de la naturaleza que no habrían ocurrido si el hombre no se hubiera rebelado contra Dios en un principio (Romanos 8:20-22).7
EL PROPÓSITO DE DIOS
Con demasiada frecuencia la gente cae en la trampa de creer que, como Dios todavía no ha acabado con la maldad, no está haciendo nada en absoluto.
Un día, Cristo regresará, despojará a los malvados de su poder, y la humanidad toda deberá rendir cuentas de lo que hizo durante su estadía en la Tierra (Mateo 25:31- 46; Apocalipsis 20:11-15). La justicia al fin prevalecerá. Quienes lleguen a la eternidad, sin haber confiado en Jesucristo para su salvación, entenderán lo bien que Dios se encargó del problema de la maldad.
¿No sería mejor que Dios acabara con la maldad de una vez por todas? Paul Little puntualizó: «Si Dios acabara hoy mismo con la maldad, lo haría de manera concluyente. Su acción tendría que incluir nuestras mentiras e impurezas, nuestra falta de amor, nuestra incapacidad de hacer el bien. Supongamos que Dios decretara que, a partir de la medianoche, acabaría con la maldad en el universo, ¿quién de nosotros quedaría?»8.
Aunque la solución final de Dios para el problema de la maldad está pendiente, Él ya ha tomado recaudos para que el mal no cunda caóticamente. En realidad, Dios nos ha dado gobiernos humanos para contrarrestar la ilegalidad (Romanos 13: 1,7). Estableció la iglesia para que fuera una luz en medio de la oscuridad, con el fin de fortalecer a Su pueblo y aun para restringir, mediante el poder del Espíritu Santo, la propagación de la maldad en el mundo (Hechos 16:5; 1 Timoteo 3:15).
En Su Palabra, Dios nos ha provisto una norma moral para guiarnos y conducirnos por el camino de rectitud (Salmo 119). Nos ha dado el núcleo de la familia para traer estabilidad a esta sociedad (Proverbios 22:15; 23:13), ¡y muchísimo más!9
¿Es la maldad solo una ilusión? Mary Baker Eddy, fundadora de la Ciencia Cristiana, argumentaba que la materia, el mal, la enfermedad y la muerte no tienen realidad y que son ilusiones de la mente mortal.10 Dentro de la Corriente Unitaria del Cristianismo, Emily Cady, escribió de modo similar: «El mal no existe… El dolor, la enfermedad, la pobreza, la vejez y la muerte no son reales, y no tienen poder sobre mí»11.
Ernest Holmes, fundador de la Ciencia Religiosa, escribió: «Todo el mal aparente es resultado de la ignorancia, y desaparecerá de tal grado que nadie más pensará en este, ni creerá en este, ni lo sufrirá»12.
Si el mal no es más que una ilusión, sin embargo, ¿por qué combatirlo? Aunque Mary Baker Eddy sostenía que el sufrimiento de la enfermedad corporal y la muerte no eran más que ilusiones, es un hecho histórico que, en los últimos años de su vida, estuvo bajo atención médica, recibió inyecciones de morfina para aliviarle el dolor, usó lentes, tuvo extracciones de dientes, y al final murió, «retractándose» de todo lo que había profesado creer y enseñar.13
Cuando dicen que el mal es una ilusión, creo que tengo derecho a preguntarles si de noche cierran con llave las puertas de sus hogares. (Si lo hacen, les pregunto por qué). ¿Van al dentista? (¿Por qué? ¿No quedamos en que el dolor de muelas era una ilusión?). Si el mal no es más que una ilusión, estas acciones serían completamente innecesarias.
Jesús, sin duda, creía en la realidad del mal. En la oración del Padre Nuestro, no dijo que oráramos: «Líbranos de la ilusión del mal», sino que nos enseñó a orar: «Líbranos del mal». De aceptar el punto de vista de la Ciencia Cristiana de que el mal es una ilusión, estaríamos negando nuestras propias experiencias sensoriales y personales. En 1 Juan 1:1, leemos: «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida». Los mismos sentidos que nos permiten testificar con tanta convicción de Cristo, testifican de la realidad del mal en nuestro mundo.
LA CONFIANZA
Dios tiene una razón para permitir las circunstancias dolorosas que se manifiestan en nuestra vida, aun cuando escapen a nuestra comprensión. Por eso Dios nos invita a confiar en Él (Hebreos 11). El apóstol Pablo declara: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; Hebreos 12:2; 1 Pedro 1:6-7).
Aun cuando tengamos que sufrir, Dios puede hacer que el mal redunde para bien (Romanos 8:28). Tenemos un ejemplo en la vida de José. Sus hermanos le tenían celos (Génesis 37:11), querían matarlo (v. 20), y lo vendieron como esclavo (v. 28). Sin embargo, más adelante, pudo decirles: «Porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros» (Génesis 45:5), y «vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Génesis 50:20).
A veces el «bien» que Dios produce, a partir de nuestro sufrimiento, implica acercarnos más a Él. Joni Eareckson Tada, que se quebró la espina dorsal en un accidente de natación y quedó cuadripléjica, dice que su tragedia la acercó mucho más a Dios. Incluso se la cita diciendo que preferiría estar en una silla de ruedas con Dios antes que caminar sin Él.
REFERENCIAS Y NOTAS:
1. Ken Boa y Larry Moody, I’m Glad You Asked [Qué bien que hayas preguntado], Victor, Colorado Springs, Co, EE.UU., 1994, p. 129. 2. Norman L. Geisler, Baker Encyclopedia of Christian Apologetics [Enciclopedia Baker de Apologética Cristiana], Baker, Grand Rapids, MI, EE.UU., 1991, p. 220. 3. Norman L. Geisler y Ronald M. Brooks, When Skeptics Ask [Cuando los escépticos preguntan], Victor, Wheaton, IL, EE.UU., 1990, pp. 59-60. 4. Ken Boa y Larry Moody, I’m Glad You Asked [Qué bien que hayas preguntado], Victor, Colorado Springs, Co, EE.UU., 1994, p. 122. 5. Citado en Erickson, Introducing Christian Doctrine [Introducción a la doctrina cristiana], pp. 138-139. 6. Robert Morey, The New Atheism and the Erosion of Freedom [El nuevo ateísmo y la erosión de la libertad], Bethany House, Minneapolis, MN, EE.UU., 1986, p. 153. 7. Rick Rood, The Problem of Evil: How Can a Good God Allow Evil? [El problema de la maldad: ¿Por qué un Dios bueno permite la maldad?], 1996, sitio internet de Ministerios Probe: www.probe.org 8. Paul E. Utde, Know Why You Believe [Sepa por qué cree], InterVarsity Press, Downers Grove, IL, EE.UU., 1975, p. 81. 9. Citado en Dan Store, Defending Your Faith [Defendiendo tu fe], Nelson, Nashville, TN, EE.UU., 1992, pp. 176-177. OJO: FALTA LA CITA Nº 10 11. Mary Baker Eddy, Miscellaneous Writings [Escritos varios], Christian Science Publishing Society, Boston, MA, EE.UU., 1896, p. 27. 12. Emily Cady, Lessons in Truth [Lecciones en la verdad], Unity School of Christianity, Kansas City, MO, EE.UU., 1941, p. 35. 13. Ernest Holmes, What Religious Science Teaches [Lo que enseña la ciencia religiosa], Science of Mind Publications, Los Angeles, CA. EE.UU., 1974, p. 13.