En estos versículos bíblicos primero está el sembrar, después el llorar. Primero está andando, después está llorando. IRÁ ANDANDO Y LLORANDO.
Hay los que lloran pero no andan, hay los que derraman lágrimas pero no siembran. En tales casos las lágrimas, el lloro, carece de valor, nada resuelve. Lo que le da valor a las lágrimas es el sembrar, derramar lágrimas sin sembrar la semilla nada se logra. Estar llorando sin estar andando a ninguna parte se llega, es ANDANDO Y LLORANDO.
El Señor me salvó a la edad de diez años. Esa memorable noche el predicador me subió a la plataforma, posó sus manos sobre mi cabeza y oró: “Señor si tú te tardares en venir, haz de este niño un predicador del Evangelio”. Esa ocasión el Espíritu Santo la grabó en mi alma, esa noche de octubre de 1928 el Señor me salvó y me llamó al santo ministerio, encendió en mi corazón la llama del llamamiento divino, y poco después me bautizó en el Espíritu Santo.
Pocos meses después mi hermana Pilar, que dirigía la Sociedad de Niños en la Iglesia, me nombró para predicar en el culto. Llegó el día señalado, tembloroso me paré al frente, con voz temblorosa leí la Parábola del Sembrador, cuando terminé la lectura ya la voz no me salía, y comencé a llorar, estuve llorando no sé qué tanto tiempo, después de lo cual me senté. Ese fue mi primer sermón, un sermón en lágrimas, creo que ha sido el mejor. Parece que el Señor me estaba señalando la senda de lágrimas que tendría que recorrer en mi labor y en mi ministerio. “IRÁ ANDANDO Y LLORANDO EL QUE LLEVA LA PRECIOSA SEMILLA”.
Estudiando mi primer año en un Instituto Bíblico, en 1939, el Señor me llamó a la obra misionera, me señaló la senda de las lágrimas. Enseñando en el propio instituto donde me gradué, una mañana cuando íbamos a comenzar las clases, por allá en el 1941, pedí a uno de los estudiantes que nos guiara en oración, comenzó aquel joven a orar y el Espíritu Santo le tomó y le puso a hablar en lenguas extrañas, todos escuchábamos que eran lenguas extrañas, pero aunque yo escuchaba lenguas extrañas empero yo entendía en perfecto español, y el Señor me decía: “Yo te he llamado, yo te he escogido, vas a sufrir mucho, vas a ser perseguido, vas a ser calumniado, tendrás dificultades, tendrás oposición. Pero una sola cosa espero de ti, que te guardes en limpieza y en santidad; y Yo estaré contigo, te guardaré, te bendeciré, romperé toda oposición y te daré siempre la victoria”. ¡Gloria a Dios, que así ha sido!
Entregué a los oficiales de la misión una carta explicando mi llamamiento y mi propósito de obedecer la voluntad de Dios. Mis dos superiores se oponían a que yo saliera de Puerto Rico, decían que era muy útil a la Obra en Puerto Rico. El día que se reunieron para considerar mi caso los dos oficiales estaban de acuerdo para impedir mi salida. Pero el Espíritu Santo tomó a uno de ellos, y lo usó trayendo un mensaje en lenguas extrañas, y después tomó al otro y lo usó para traer la interpretación del mensaje. Y el Señor decía: Yo lo he llamado, yo lo he escogido, yo lo necesito, yo lo envío, así dice el Señor. Los dos oficiales depusieron su actitud.
Poco después surgió otra oposición de parte de otro oficial equivocado. Pero el Señor me habló por su Palabra y me dijo: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová” (Isaías 54:17).
Y recién casados, mi esposa y yo, salimos a la obra misionera a la República Dominicana, en el año de 1943, salimos sin ninguna ayuda económica, sino dependiendo enteramente del Señor. Tuvimos que cambiar nuestra ropa por alimento, mi esposa perdió el primer hijo, etc. Gracias damos a Dios por todas las pruebas y las lágrimas, pues eran el adiestramiento que Dios nos estaba dando para mayores responsabilidades y gloriosas bendiciones.
Mi primer libro, en el 1946, que era de experiencias misioneras, en esos primeros tres años lo intitule: “Gavillas que regó el llanto, andando y llorando”. Horas tras horas, días tras días, semanas tras semanas, no bastaría para mencionar los sufrimientos padecidos y las lágrimas derramadas en tantos años combatiendo contra los poderes infernales en bien de las almas. Pero muchos días, muchas semanas, muchos meses, muchos años, tampoco bastarían para mencionar las grandes bendiciones y las gloriosas victorias que el Señor nos ha concedido. Pues también es cierto que “VOLVERÁ A VENIR CON REGOCIJO, TRAYENDO SUS GAVILLAS”.
Hay también los que quisieran ir andando pero no llorando, quieren sembrar sin lágrimas; quieren el regocijo de la cosecha, sin el sudor ni las lágrimas de la siembra; codician el éxito, evaden el trabajo; bendicen la rosa, maldicen las espinas; envidian la bendición, rechazan la aflicción; buscan el reconocimiento, huyen del sufrimiento; desean ceñirse la corona, sin tener que llevar la cruz; los tales son parásitos, oportunistas, cuyo dios es el vientre. Esto es imposible, porque es ANDANDO Y LLORANDO.
Amado, si Dios le llama a dedicar su vida a la bendita obra de rescatar las almas para el reino de los cielos, o para ir a la obra misionera, lo mejor que usted puede hacer es obedecer al Señor. ¡Yo lo hice hace muchos años, y nunca me ha pesado!