Devocionales
12 de Febrero del 2020
EL COMIENZO DE UN AVIVAMIENTO
“Pero, cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Juan 16:13
Por Rev. José A. Soto
Dios siempre actúa siguiendo los patrones que Él establece, y nunca bajará, su estándar, sino que mantendrá en alto los principios que nos ha dejado expuestos en su Palabra. Hoy más que nunca, es menester que haya un movimiento profundo del Espíritu de Dios en medio de su pueblo. El mundo está intentando envolver a la iglesia con sus dogmas y filosofías, por eso debe haber en el corazón de cada creyente un conocimiento sólido de lo que es vivir una vida en Cristo.
Estamos viviendo los últimos minutos del día de la gracia, y el pueblo del Señor necesita poner en orden muchas cosas, a fin de estar preparado a encontrarse con su Salvador en las nubes. La iglesia de Éfeso era una iglesia muy cercana al corazón del apóstol Pablo. Éste último ganó algunos discípulos de las sinagogas, y más adelante Apolos siguió con el trabajo de edificar aquella iglesia naciente. Sin embargo, cuando Pablo regresó a esta ciudad para visitar a los hermanos, se dio cuenta de que, a pesar de haber recibido la Palabra, les faltaba algo más.
Por lo tanto, les hizo una pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo” (Hch. 19:2). “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hch. 19:6) Tras este acontecimiento, vino sobre Éfeso un auténtico avivamiento que revolucionó la ciudad (Hch. 19:8-20).
La ciudad de Éfeso era tan comercial como religiosa, en ella se encontraba una de las siete maravillas del mundo antiguo: el majestuoso templo de la diosa Diana El avivamiento del Espíritu Santo, sin embargo, rompió el espíritu de idolatría que se había apoderado de los efesios; hasta tal punto, que los comerciantes se alteraron ante la perspectiva de perder su negocio lucrativo de templecillos de Diana. Por este motivo Demetrio, un platero de Éfeso, reunió a los artesanos del mismo oficio, y vinieron a formar tal alboroto que conmocionó la ciudad durante más de dos horas (Hch. 19:23-41).
El Espíritu Santo, fuente de poder y esperanza. En el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan se dirige a la iglesia de Éfeso, exhortándola de parte del Señor Jesucristo (Ap. 2:2-5). La iglesia de Éfeso había sido sufrida; trabajadora, paciente ante la prueba; celosa de Dios y de su Palabra, valiente y tenaz. Sin embargo, Dios la acusó de haber abandonado su primer amor, y le advierte de arrepentirse para no ser eliminada.
Aquella congregación no obedeció al mandato de arrepentimiento y por ende desapareció cuando la ciudad de Éfeso fue destruida; que este ejemplo nos sirva de experiencia. Según los planes de Dios, es imposible hacer su obra y ejecutar sus propósitos si no se mueve libremente en la iglesia el Espíritu Santo de Dios con su ministerio de poder, guianza y saturación.
La iglesia no puede subsistir sin tres cosas: la Palabra; el Espíritu; y el servicio. La iglesia de Éfeso servía a Dios con efusividad, pero había olvidado el motor de la Obra de Dios y de la iglesia. Sin el Espíritu, la iglesia cae y Dios la quita del medio. El Espíritu Santo nos revela a Jesucristo como Salvador, y nos convence de pecados y de juicio. Sin Él, nunca podríamos llegar a los pies de Cristo. Una vez dado este primer paso de fe, el Espíritu Santo nos edifica y nos da a conocer las verdades y los misterios de Dios. Por medio de Él, llevamos una vida de fe triunfante que nos permite acabar nuestra carrera con gozo (2 Tim. 4:7-8). Amados lectores, el Espíritu Santo va más allá de hablar en lenguas y de hacer milagros. La Tercera Persona de la Trinidad quiere formarnos según la estatura de la plenitud de Cristo, y poner en nosotros el mismo sentir que hubo en Jesús.
El diablo no puede engañar al que sabe en quién ha creído. Uno puede perderlo todo y padecer los peores males, pero siempre levantará la mirada hacia el cielo, hacia la esperanza de gloria con la certidumbre de que nuestro Redentor vive. Dios se goza cuando nos ve resistir a las asechanzas del enemigo. Él no se impresiona con los logros de los hombres en este mundo, sino de vernos apagar los dardos de fuego de Satanás con el escudo de la fe.
Por último, el apóstol quería que conociéramos la clase de poder que tenemos a nuestra disposición para que sepáis “cuál es la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajos sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef. 1:19-22).
El poder que el Espíritu Santo nos ha dado es aquel que levantó a Cristo de los muertos (Ro. 8:11). La victoria de nuestro Redentor fue completa, y asimismo tiene que ser la nuestra. Este poder nos garantiza el triunfo sobre nuestros enemigos, sobre la muerte, y nos hace coherederos con Cristo. Dios les bendiga y los lleve de victoria en victoria, de triunfo en triunfo, y de poder en poder. Amén.
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