“Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.” Lucas 9:57-62.
Ampliado
Aceptemos la piedra por almohada, porque Cristo la hace blanda para los obedientes. Aceptemos la sepultura de los sentimientos, Cristo es el que resucita los muertos. Aceptemos el arado de la responsabilidad, porque el reino de los cielos nos ofrece estas oportunidades. Quien supera estas condiciones tendrá un discipulado vigoroso, pujante; vencerá en Cristo y con Cristo.
Un discípulo es una persona que acepta, de forma consciente y voluntaria, el ser enseñado y moldeado por un maestro. Jesús era un experto, sabía escoger y reproducir su persona, en aquellos que aceptaban ser moldeados bajo su autoridad y su ministerio. El pasaje citado nos presenta tres casos, dos de ellos se ofrecieron a seguirle y uno fue llamado por el Señor.
I. UN ENTUSIASMO SUPERFICIAL
“Uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré a dondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos, mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (vv. 57-58). Mateo 8:16-18 nos describe ciertos detalles de esta promesa de discipulado, en que un escriba tomó la decisión de seguirle; el Señor estaba echando fuera demonios, sanando enfermos; lo que produjo euforia colectiva, admiración, simpatía, entusiasmo.
Bajo este ambiente es que se produce la proposición del escriba. No veía el costo del discipulado, veía ganancias económicas, veía fama. Eso ocurre con muchos, no ven el costo de seguir a Cristo, eliminan de su mente las privaciones, los padecimientos, y esto los lleva al fracaso. Si el maestro no tiene almohada, el discípulo tampoco la tendrá; que no hay tiempo ni lugar para las comodidades terrenales, solo las urgencias del reino de los cielos son prioritarias. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
II. LA PRIORIDAD EQUIVOCADA
“Déjame que primero vaya y entierre a mi padre” (v. 59). Debemos aclarar que este hombre no se hallaba en el velorio de su padre; era una costumbre en Israel que el hijo soltero no se independizara del hogar a menos que se casara o que el padre falleciera. Este discípulo le pidió al Señor que esperara hasta que él cumpliera con la costumbre o la tradición existente.
En la vida hay dos clases de prioridades, las nuestras y la del Señor; cuando queremos ser discípulos solo existe una prioridad: la del Señor. En este caso, aunque este hombre expresó su aceptación al llamamiento, su respuesta era negativa, estaba puesta bajo la prioridad personal.
Este discípulo le dijo al Señor: “déjame”; en el original significa líbrame de, déjame libre de, o sea veía el discipulado como una atadura. ¿Por qué? Porque estaba atado con una costumbre, una tradición, una conveniencia. El llamamiento de Cristo no es incompatible con las responsabilidades humanas, de esposo o esposa, padre o madre, hijo o hija; pero tambalea las prioridades fruto de compromisos equivocados, tradiciones humanas o razonamientos personalistas. El llamamiento de Cristo no se equivoca de tiempo u hora, ni de circunstancias (“En tu mano están mis tiempos”, Sal. 31:15). Cuando Dios llama hay que desatarse de todo compromiso.
Cuando este hombre dijo “déjame”, Jesús le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Este hombre decidió quedarse cumpliendo con sus prioridades y pasó a la compañía de los muertos. Desligarse del llamamiento de Cristo es volver a la muerte.
III. LA INDECISIÓN
La respuesta de este último discípulo fue: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa” (v. 61). Este discípulo expresó ataduras sentimentales.
El Señor no le estaba prohibiendo despedirse de su familia, lo que este hombre estaba reflejando era el temor de no volver a ver a los suyos. El discípulo no puede dudar del cuidado y de la protección divina; muchos viven asustados, nunca han probado una vida dependiente del Dios viviente. “Él dijo: No te desamparé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:5-6).
Jesús le contestó: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás es apto para el reino de Dios” (v. 62). Dios cuida a los que se ponen en sus manos, y aún más, bendice a los familiares inconversos por medio de los creyentes que le siguen.
¿Qué haremos con el llamamiento de Cristo? Aceptemos la piedra por almohada, porque Cristo la hace blanda para los obedientes. Aceptemos la sepultura de los sentimientos, Cristo es el que resucita a los muertos. Aceptemos el arado de la responsabilidad, porque el reino de los cielos nos ofrece estas oportunidades. Quien supera estas condiciones tendrá un discipulado vigoroso, pujante; vencerá en Cristo y con Cristo.