Para este tiempo la gente piensa mucho en lo nuevo, traje nuevo, muebles nuevos, calzado nuevo. Y llevados irresistiblemente hacia lo nuevo hay los que equivocadamente consideran a los verdaderos seguidores de Cristo como gente anticuada, ridícula y de mal gusto. Pero la verdad es otra, nosotros los cristianos somos la gente de las cosas nuevas, porque nosotros mismos, todo nuestro ser ha sido hecho nuevo, y nuestro hombre interior se renueva de día en día (2 Co. 4:16).
A causa del pecado la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada, el hombre está muerto en delitos y pecados, se requiere un nuevo principio, una nueva creación, un nuevo nacimiento (Jn. 3:3). En este nuevo nacimiento, somos engendrados de Dios por medio del Espíritu Santo.
Si la creación del primer hombre fue la obra maestra de la creación, la regeneración o la nueva criatura es la obra maestra de la eternidad. La multiforme sabiduría de Dios es notificada a todo el universo por medio de los nacidos de nuevo. El que “está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
Esta nueva criatura posee un nuevo corazón. Cristo declaró que “… del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mr. 7:21-22). En vista de estas cosas, Dios dice: “Os daré un corazón nuevo…” (Ez. 36:26).
Además de un corazón nuevo también nos es dada una mente nueva. La mente ejerce un poder tan determinante en nuestras vidas, que dice la Palabra de Dios: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Pr. 23:7). Entonces, con una mente nueva podemos pensar en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo que es de buen nombre, en todo lo virtuoso (Fil. 4:8).
Y como un complemento indispensable de esta nueva criatura, también nos es dado un cuerpo renovado. El cuerpo del hombre sin Cristo es juguete de las pasiones del alma. Los miembros del cuerpo son ahora instrumentos de iniquidad, el amo es el espíritu humano controlado por el alma pecaminosa, el cuerpo es el esclavo, el alma pecaminosa manifiesta su maldad por medio del cuerpo. “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia… y cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21). Se hace necesario que nos sea dado un cuerpo renovado. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros… vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu” (Ro. 8:11). Y con este cuerpo renovado nuestros miembros son presentados a Dios como instrumentos de justicia, todo consagrado a Dios.
Esta nueva criatura, con corazón, mente, cuerpo nuevo, no queda desconectada o aislada del Señor, de Él recibe cada día nueva vida.
La nueva criatura tendrá nuevas fuerzas. El hombre sin Cristo es víctima del diablo, es débil, no tiene fuerzas morales, ni espirituales, para resistir al demonio. Ahora esta nueva criatura puede cumplir el primer y grande mandamiento que dice: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:30; Dt. 6:5).
La nueva criatura es gobernada por la virtud del amor. El mundo está lleno de violencia, de odios y de guerras. ¿De dónde vienen esas cosas? De la codicia y el egoísmo; estas dos pasiones humanas son las que rigen las relaciones entre los hombres (Stg. 4:1-2). Pero ahora esta nueva criatura es gobernada por la virtud del amor. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros”, aun “amad a vuestros enemigos” (Jn. 13:34; Mt. 5:44). “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:7-8).
Y esta nueva criatura tendrá un nuevo nombre. “Y te será puesto un nombre nuevo…” (Is. 62:2) “Y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17).
También vivirá en una nueva ciudad. La morada final de los perdidos es descrita en las Escrituras con palabras solemnes y terribles: tinieblas de afuera, hornos de fuego, el abismo, el infierno, lago de fuego y azufre, y si esta descripción es tan terrible, ¿cómo será la realidad?… Pero la nueva criatura morará en la ciudad de mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de mi Dios, una nueva ciudad cuyos fundamentos son piedras preciosas, cuyas puertas son perlas, cuya plaza de oro como vidrio transparente, cuyo templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, cuya luz es el resplandor de Dios, y el Cordero es su lumbrera. En ella no entrará cosa sucia que hace abominación y mentira, sino los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero, allí serán también los cielos nuevos y la tierra nueva (Ap. 21).
Y como un glorioso resumen de todo esto, nuestro Dios enfáticamente declara: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21:5).