Por Rev. José A. Soto
Cuando Israel se acercó, después de su salida de Egipto, a la frontera de la tierra prometida, Dios le dijo a Moisés: “Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos” (Nm. 13:2). Y mandaron doce príncipes de acuerdo con el mandato de Dios, uno de cada tribu, y los mandó para que vayan a espiar la tierra prometida. Hubo mucho entusiasmo por aquella tierra.
Luego, el pueblo oyó atentamente el informe que dieron: “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella” (Nm. 13:27). Básicamente, era eso lo que decía el informe; inicialmente el problema vino después, cuando diez de los doce espías volvieron atemorizados y al parecer el temor fue mayor que el entusiasmo.
Aquel temor fue transmitido a la mayoría del pueblo, el cual creyó a los diez y no a los dos que decían: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Nm. 13:30). A dos años de haber salido de Egipto, Dios quería que el pueblo entrara y tomara posesión de aquella tierra. ¿Qué era lo que tenían que hacer? Una sola cosa, creer.
Los doce espías exploraron la tierra y la encontraron como Dios les había dicho. Era buena tierra, cultivable, fértil, hermosa, un lugar lindo y fructífero. Recordemos que ellos venían de la esclavitud en Egipto, dos años atrás eran esclavos; un esclavo no tiene necesariamente que vivir cómodamente, en Egipto ellos vivían en una pobreza al máximo. Tenían dos años en el desierto y ahí tampoco se vive cómodo. Ahora vieron una tierra hermosa para vivir.
Pero diez de los doce quedaron muy impresionados por las dificultades que tendrían que vencer para poseer esa tierra se fijaron en los problemas. Observaron ciudades amuralladas, fortificadas; vieron gente preparada para la guerra, y se encontraron nada menos que con los descendientes de Anac, gente de casi tres metros de altura. Esa fue su visión, pero una visión negativa, una visión según el mundo, según la lógica terrenal; el asunto es que la fe va muy encima de todo.
Josué y Caleb actuaron bajo el principio de que Dios es mayor que las circunstancias. Ellos vieron lo que el Señor les había prometido: tierra que fluye leche y miel.
Los diez espías solo vieron obstáculos y problemas, la visión de ellos del Dios de poder estaba eclipsada; por lo tanto, lo que vieron fueron problemas y lo único que cosecharon fue atemorizarse y acobardarse, y lo peor fue que lo transmitieron al pueblo. Los diez espías llegaron tan bajo, que dijeron: “… Y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Nm. 13:33). Pero hubo dos que dijeron: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Nm. 13:30). Diez espías se creían langostas porque no tenían fe, y dos se creían “vencedores de gigantes” porque tenían fe. Estos dos, Josué y Caleb, tenían fe en lo que Dios les había prometido, y trataron de convencer al pueblo.
Sabemos que Dios castigó a esos diez espías, que murieron de una plaga en un mismo día, y después Dios dijo: “Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis. En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto” (Nm. 14:31-32). A Josué y Caleb, Dios les preservó la vida porque ellos sí actuaron conforme a la fe.
Cuarenta años más para que ese pueblo diera una gran vuelta en el desierto y volviera a las fronteras de la tierra prometida, pero ya no sería el mismo pueblo porque en esa vuelta de 40 años todos los de 20 años para arriba se murieron, y eso no es una bendición, eso es una derrota; marcaron sus caminos con sepulturas, con muerte; de otra manera no podían hacerlo porque no quisieron creer en la vida que Dios les prometió. Josué capitaneó la conquista de Canaán, él fue el general de las fuerzas de Israel que entró a la tierra prometida, comandando a los ejércitos del pueblo de Dios y comenzó a repartir la tierra; por lo menos siete campañas militares lo llevaron prácticamente a tener una gran victoria, aunque no ocupó toda la tierra. Josué fue el que vio caer los muros de Jericó, el hombre que confió en Dios no hizo una guerra de artillería contra aquellos muros, solamente obedeció lo que Dios le dijo.
Si tienes un problema, solo cree que Dios te empezará a dar la victoria, no mañana, hoy mismo. La Biblia dice que “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro. 8:37).