A Marco Aurelio, le sucedió en el trono su indigno hijo Cómodo (180-192). Durante su reinado, los cristianos fueron atendidos por los poderes públicos. Sin motivo justificado, se afirma que Marcia, favorecida por el emperador, intercedía por ellos. Cuenta Ireneo que los cristianos fueron considerados como ciudadanos, pudiendo viajar según les conviniera, por tierra y por mar, y establecerse donde quisieran, llegando algunos a alcanzar honrosos cargos en el palacio imperial.
Esto, no obstante, los gobernadores del Asia Menor hicieron padecer a los cristianos. En otras provincias del imperio se les condenaba al tormento, especialmente durante las revueltas políticas y las guerras civiles que siguieron al asesinato de Septimio Severo, Clemente de Alejandría escribía, por entonces, que todos “todos los días veía como se quemaba, crucificaba y decapitaba a algunos de los fieles”
LAS DOCTRINAS EXTRAÑAS
En aquellos días, la iglesia estaba agitada a causa de doctrinas extrañas y especulaciones filosóficas, conocidas con el nombre de gnosticismo. Casi todos los escritores cristianos emplearon su pluma para refutar aquellos errores. El apóstol Juan habló ya de algunos de ellos (los nicolaitas), y les señaló agitándose en las iglesias de Asia (Ap. 2:6, 15).
Esta tendencia penetró rápidamente en Asia, Siria, y en las escuelas de Alejandría. Innumerables extravagancias, que bajo el pomposo título de teorías filosóficas se propagaban sin descanso, lograron gran aceptación. En una antigua y clásica significación, el calificativo gnóstico (hombre de ciencia) se aplicaba a los que, en las manifestaciones científicas, se distinguían del vulgo. En adelante, se dio el nombre de gnósticos a los que, con estrafalarios sistemas, producto de absurdas combinaciones de diversos elementos entresacados de las teorías de Platón, de la teogonía hebraica, Brahmanismo, del panteísmo, del Budismo y del Evangelio, pretendían sostener una doctrina superior al paganismo, al judaísmo y al propio cristiano
Más atentos a sus estériles lucubraciones que a las verdades de la nueva doctrina, se esforzaban vanamente en sondear el abismo misterioso y sombrío en el que había naufragado la filosofía pagana. Así, Tertuliano escribió:
“Los mismos temas ocupan a los herejes que a los filósofos. Encallados en las mismas preocupaciones, se preguntan: ¿De dónde viene el mal? Pero, ¿es que existe? El hombre, ¿de dónde procede y a que viene? ¿Cuál es el principio de Dios? Pero, ¿es que existe algo común entre Atenas y Jerusalén, la Academia y la Iglesia, los herejes y los cristianos? Nuestra secta procede del pórtico de Salomón, que nos enseña a buscar a Dios con corazón sencillo y recto. ¿En que están pensando los que pretenden arreglar un cristianismo estoico, platónico o sazonado con el fárrago de la dialéctica? Para los que tienen a Cristo, son inútiles estas curiosidades; a los que encuentran satisfacción en el Evangelio, nada pueden ofrecerles las discusiones filosóficas”
Cooper, en su libro sobre La Iglesia libre en el antiguo cristianos Llama al gnóstico “la espuma producida por a la poderosa levadura del Evangelio, que penetra y vivifica al inanimado paganismo”. Hatch, con una bella frase, describe su enseñanza “llena de ensueños” y, después de demostrar el simbolismo de Filón, que hacía del Antiguo Testamento una alegoría fantástica, añade:
“Para los que llegan a estas conclusiones, las narraciones evangélicas sólo se prestan a interpretaciones alegóricas. Indudablemente que para las inteligencias ordinaria, para aquellos que sólo veían con la vista del cuerpo, Cristo era una persona real, que vivió, murió y subió al cielo; las comunidades cristianas eran las asambleas visibles de sus discípulos, al par que las virtudes cristianas ciertas tendencias del espíritu que se manifestaban por ciertos actos. Pero para los espirituales, para los espíritus cultivados, para aquellos que se dejaban guiar por la razón, todo esto no era otra cosa que fantasmagoría y misterio. Los hechos que se atribuían a Cristo eran poderosas fuerzas espirituales en conflicto; la Iglesia, una emanación de Dios, las virtudes cristianas, diversas fases de iluminación intelectual, unidas por débiles lazos a los actos materiales y hasta completamente independientes de ellos. Pronto se ensanchó el círculo. Aquellas abstracciones, poco a poco, tomaron forma material, se mezclaron y combinaron, como las visiones de un sueño. Se creó una nueva mitología, en la cual, a Júpiter y a Venus, a Isis y a Osiris se les llamó el abismo y la ciencia, la sabiduría y la fuerza. El cristianismo dejó de ser para ellos una religión, para transformarse en un poema del platonismo; dejó de ser la regla de su conducta, para ser una cosmología”
No se crea, sin embargo, que todos los gnósticos eran unos visionarios, se daba aquel nombre a un sin número de doctrinas y de costumbres. Es indudable que algunos gnósticos merecieron ser llamados blasfemos; otros, se introducían en los hogares para destruir la fe de los débiles; mientras otros se hicieron silenciosos o llamaron la atención por lo exagerado de su ascetismo; pero, al lado de estos, se veían otros muchos, cuyo celo y vida podían citarse como ejemplo a los ortodoxos. Puede, sin embargo, afirmarse que los gnósticos eran los miembros de la Iglesia que más se acercaban al mundo pagano.
Gilbon dice de ellos que “eran los más finos, más sabios y más ricos de entre los cristianos”. En una época en la que no había autores ortodoxos, desplegaron una prodigiosa actividad literaria. Según hace observar Milman, “estaban tan orgullosos de su pureza intelectual y espiritual que no hacían escrúpulo ninguno en tomar parte en los cultos oficiales del paganismo, aunque declaraban de antemano del desprecio que les merecía, como tampoco rehusaban comer carnes sacrificadas a los ídolos”
Los gnósticos obligaron a la Iglesia a repensar las doctrinas cristianas a la luz de su entorno cultural, prestando atención a las razones de la fe. Pese a lo loable de su intento, Basílides, Valentín, Carpócrates y sus imitadores pusieron en peligro el carácter histórico del cristianismo, reduciendo sus doctrinas a un sistema de mitología interpretado alegóricamente Ireneo, del cual ya hemos hablado como discípulo de Policarpo, sucedió a Photin en el obispado de Lyon (177-202), siendo elegido a su regreso a Roma. Los hermanos de Lyon le habían confiado unas cartas para el obispo Eleuterio, referentes a la nueva secta de los montanistas
El obispo escribió varios folletos, entre los cuales, el más importante es el libro Contra las herejías.