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09 de Noviembre del 2012
El significado de la Resurrección
La resurecciòn de los muertos en Cristo, será la más grande manifestación del Poder del Espíritu Santo. Es la destrucción del postrer enemigo que es la muerte.
Entre señales y hechos que acompañaron a la muerte y resurrección de Cristo, contamos con la siguiente afirmación: "y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos" (Mateo 27:52, 53).
Las tumbas se abrieron, los cuerpos que dormían se levantaron y abandonaron los sepulcros. Nada puede ser más explicito; nada más claro; se trató de una de una resurrección literal, un retorno literal a la vida de los cuerpos que yacían en la tumba. Fue el primer fruto de la resurrección, señal y símbolo de la nuestra.
La resurrección de Cristo fue el gran modelo de la nuestra. Jesús le dijo a sus discípulos: "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved" (Lucas 24:39). Les mostró sus manos y su costado, una resurrección literal de su cuerpo traspasado, lacerado y sangrante. Esta es la indiscutible autoridad y esperanza de nuestra resurrección. Hemos de resucitar dentro los muertos, no de un germen, como sostiene la tesis paganizada, no será una rehabilitación, ni una nueva creación, si no un levantarse de nuevo de la misma cosa que cayó, resucitada y trasfigurada, refinada y glorificada en sus condiciones, sus relaciones sus cualidades. Así será exactamente, la resurrección de los muertos.
Las primeras herejías lo fueron respecto a la resurrección; aquí comenzó nuestro descarrío. En el magistral alegato de Pablo, en la carta a los Corintios, para refutar estas resurrecciones heréticas, sostiene la resurrección literal: el cuerpo es sembrado en debilidad y resucitado en poder; resucitado el mismo cuerpo que fue sembrado. Lo mortal –es decir, el cuerpo muerto– se viste de inmortalidad. Lo corruptible se viste de incorrupción (1 Corintios 15).
Los muertos han de tener que comparecer ante Dios en Juicio. Hemos de ser juzgados por los hechos ejecutados en este cuerpo. Este cuerpo es compañero inseparable de todos nuestros actos, y compartirá las recompensas en ese día del juicio, hemos de ser juzgados por hechos ejecutados en este cuerpo.
Cristo dijo que el alma y el cuerpo pueden ser echados por Dios en el infierno. La identidad, la unidad y la semejanza se perpetúan en la historia de la eternidad. Estos viles cuerpos han de ser cambiados, no otros cuerpos que puedan ser formados, si no estos mismos que tenemos y serán puestos en la tumba, han de experimentar la fuerza regeneradora y transformadora de la resurrección.
Dijo el profeta Daniel: "y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua" (Daniel 12:2).
Se levantarán los que duermen. El que duerme es el cuerpo; el alma jamás duerme, lo que habrá de despertar es lo que duerme en el polvo de la tierra. Despertarán los que duermen en el polvo de la tierra. Solamente el cuerpo duerme sobre el polvo de la tierra.
¿Qué puede ser más específico y directo que esta afirmación?
Dijo nuestro Señor: "No os maravilles de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Juan 5:28, 29).
¿Vemos aquí que la resurrección es el abandono de la tumba? Estos cuerpos mortales, y lo que pusimos en la tumba, ¿y qué es lo que depositamos en la tumba? Estos cuerpos mortales, y lo que pusimos en la tumba habrán de oír su voz y saldrán del sepulcro.
Pablo sostiene la doctrina de manera edificante y plena de consuelo: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él" (1 Tesalonicenses 4:13, 14).
En esto no hay refinamiento al contraponerse a la maligna filosofía que reina en el día de hoy. No hay vestigios de que se entregue a la alta crítica racionalista y saducea. Es una valiente y al mismo tiempo tierna afirmación de una preciosa y divina verdad. ¿Quiénes son los que duermen en Cristo? ¡Bien! ¿Lo sabemos nosotros? Nosotros unimos sus manos con lágrimas en los ojos, los despedimos con un beso y los pusimos a dormir; luego escribimos sobre sus tumbas las palabras de esperanzas y de resurrección. No pudimos ver sus espíritus y no pudimos seguirlos en su raudo vuelo hacia las alturas celestiales, pero sí tomamos sus cuerpos, transidos de dolor, y los pusimos a dormir, y su recuerdo quedará para siempre grabado en nuestros corazones, y Cristo no los devolverá sacándolos de sus tumbas y despertándolos de su sueño, entregándolos a nuestros brazos y también a nuestros corazones.
Cantamos, al ponerlos a dormir, "Dormido en Jesús". Lo grabamos en el mármol que señala el lecho de su sueño: "¡Dormido en Jesús! ¡Bendito sueño! Del cual nadie jamás despierta para llorar."
¡Es de la tumba de donde habrán de salir! ¡Es del polvo de la tierra de donde habrán de venir! ¡Vendrán de las profundidades del mar! El cuerpo está en la tumba, el cuerpo está en el polvo, el cuerpo está en el mar. El cuerpo, imperecedero como el espíritu, saldrá de la tumba a la voz del Hijo de Dios, saldrá del polvo, saldrá del mar. Hecho glorioso, realidad misteriosa; pero Dios, el Hijo de Dios, la Palabra de Dios plantea y resuelve el misterio. La fe se aferra a Dios, la fe se aferra al Hijo de Dios, la fe se aferra a la Palabra de Dios. Le fe, la todopoderosa fe, ve a Dios, ve al Hijo de Dios, ve su Palabra, de ríe de misterios e imposibilidades, y exclama a gran voz: "¡Será hecho!"
SIN DEBILIDADES
¡Se nos informa que Moisés y Elías también aparecieron en gloria! Una gloria algo similar, hemos de suponer, si bien muy inferior, a la gloria con la cual estaba investido Cristo. Al igual que Él estaban ataviados en vestiduras de excepcional blancura y esplendor; en cuanto a sus rostros tienen que haber cambiado, tomando un aspecto brillante y formidable. Tiene que haber sido una ajustada representación del estado glorificado de los santos en el cielo. En el Monte de la Transfiguración se puso especial énfasis en dos principalísimas doctrinas: una resurrección general y un día de retribución.
El cambio no será ni en substancia material ni en forma. Cristo tuvo el mismo aspecto, la misma forma y la misma substancia antes y después de la resurrección, pero refinado, glorificado. El maravilloso cambio se basa simplemente en el poder de Dios quien, a partir de la misma substancia y de la misma materia, puede hacer diversas cosas. Muchos de los más serios y perniciosos errores se han originado en el hecho de no saber discriminar entre la resurrección del cuerpo y su milagroso cambio. El error entre algunos de los corintios, respecto a la doctrina de la resurrección, pareciera haber sido la moderna idea de que este cuerpo, terrenal, torpe, bajo, carnal en su naturaleza y apetencias, estaba por lo tanto inhabilitado para la vida celestial, y, por ende, no resucitaría. La Biblia interviene y afirma que será cambiado y refinado en substancia, no un cuerpo nuevo, sino un cuerpo cambiado, para adecuarlo a condiciones distintas. El marido construye una casa amplia y bien equipada para su uso cuando contrae matrimonio, y la familia está reducida a su mínima expresión; pero cuando la familia aumenta y las condiciones cambian, con medios suficientes no construye una nueva casa, sino que con la substancia y el material de la antigua cambia su hogar.
Pablo sostiene la capacidad de Dios de cambiar el cuerpo, tomando como ejemplo la siembra de la semilla. El granjero siembra el grano de trigo desnudo; Dios posee la capacidad de tomar ese grano de trigo y alterarlo de tal manera, que se transforma en una espiga, que es el cuerpo que Dios escogió darle. Dios toma la substancia –carne, nada más que carne– y cambia una parte de ella en la más elevada jerarquía de carne, la carne de los hombres; luego cambia la misma substancia y la transforma en un tejido más tosco, la carne de las bestias, carne de peces y con otra parte dispone la carne de las aves; ello muestra el poder de Dios para diversificar al infinito la misma substancia. Luego la capacidad de Dios se extiende para formar, a partir del mismo material, cuerpos para usos celestiales y cuerpos para usos terrenales. El ilimitado poder de Dios se manifiesta no solo en diversificar la misma carne en distintos tipo y no solo hacer de la misma substancia cuerpos para inferiores usos terrenales y también cuerpos para usos celestiales; el poder que tiene le permite diversificar y hacer que la misma substancia sea distinta en su gloria, como el sol, la luna y las estrellas, todas iguales en forma, en substancia, pero diferentes en gloria según el poder de Dios, de ahí el argumento de que Dios puede cambiar los elementos y el material de que está formado este cuerpo y darle una textura gloriosa. Así replica a los heterodoxos corintios, que en espíritu de infidelidad preguntaron: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?" (1 Corintios 15:35). Resucitados, responde Pablo, por el poder de Dios, y cambiados, dice Pablo, para adecuarse a las exigencias de la vida de resurrección.
Tenemos esta categórica afirmación en Filipenses: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:20, 21).
El momento en que habrá de producirse el cambio será con motivo de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.
"Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero" (1 Tesalonicenses 4:16), y el (el Señor Jesucristo) transformará este cuerpo de nuestra humillación, es decir, el viejo cuerpo. El modelo que le servirá para transformar nuestros cuerpos será su propio glorioso cuerpo, nada más elevado, nada más esplendoroso, nada más divino, nada más bello que el glorificado cuerpo de Jesús.
En la transfiguración de Jesús tenemos un atisbo de su glorioso cuerpo. Dice Trench: "Siempre la iglesia ha considerado el hecho de la transfiguración como una profecía de la gloria que los santos tendrán en la resurrección. Como fue el cuerpo de Cristo en el Monte de la Transfiguración, así serán sus cuerpos glorificados de los redimidos. Todas estas escrituras apuntan a la gloriosa conformación que tendrán sus cuerpos, con todas las características que en esa ocasión tuvo su cuerpo y que ahora se mostró en sí mismo como las primicias de la nueva creación que en el futuro se reproducirá en todos los suyos." ¡Cuán luminoso se mostró su cuerpo en la noche de la transfiguración! Los discípulos lo describen así: "Resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (Mateo 17:2). "Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos" (Marcos 9:3). "Y en entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente" (Lucas 9:29). ¡Verdaderamente ahí estaba la gloria! Moisés y Elías aparecieron en gloria.
El modelo según el cual se ajustará nuestra resurrección lo hallamos en el glorificado cuerpo de Cristo. Y no se trata de una simple insinuación de las Sagradas Escrituras sino que es una inequívoca afirmación de la Biblia: "Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial" (1 Corintios 15:45-49).
LA IMAGEN DEL CELESTIAL
¿Cómo pueden pretender el polvo y la ceniza ascender al cielo de los cielos si no creen, con la máxima convicción, que Uno que fue hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne, penetró en ese reino antes que nosotros llevando nuestra propia naturaleza, glorificada y hermoseada, a la diestra del eterno Padre?
La Biblia declara que son estos cuerpos los que han de ser cambiados y no otros cuerpos hechos o desarrollados; estos cuerpos viles, los cuerpos terrenales que nos pertenecen, los cuerpos de nuestra humillación, vergüenza y debilidad, han de cambiar y tomarán la forma del glorioso cuerpo de Cristo. El cuerpo de Cristo que fue glorificado fue el mismo cuerpo traspasado y muerto en la cruz, el cuerpo que durmió en la tumba de José de Arimatea.
Será, pues, nuestro propio cuerpo, el cuerpo que sufrió la humillación, el que compartirá la gloria. Y esto lo hará, por su divino poder, en la hora de su segunda venida.
Respecto a cuándo ocurrirá esto, será inmediatamente después de la resurrección. El cambio no se reproducirá debido al beneficioso efecto de un clima favorable ni adelantado por lentas etapas progresivas. Será instantáneo, el acto inmediato del poder creador y regenerador de Dios.
Ésta será la hora de nuestro triunfo final; el último enemigo, la Muerte, será destruida, y no quedarán ni vestigios del asolamiento de la muerte ni de los estragos y ruinas provocados por el pecado. Tendremos entonces la prueba palpable de la correcta posición sustentada por el apóstol y sus resultados concomitantes: "Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Romanos 8:18).
Entonces veremos en acción el poder transmutador de Dios, cómo las cosas torpes y monótonas de esta vida pueden ser transformadas en brillante joyería; cómo las ligeras y leves aflicciones, que nos parecieron pesadísimas cargas, obraron a nuestro favor produciendo en nosotros un peso de gloria cada vez más excelente y eterno (2 Corintios 4:17). Entonces no veremos más oscuramente, como por un espejo; sino cara a cara, en la plenitud del conocimiento como así también de la luz, conoceremos cómo somos conocidos (1 Corintios 13:12). Entonces comprenderemos cómo aquí, aun con la más elevada visión espiritual, el ojo no pudo ver, el oído no pudo oír y el corazón del hombre no pudo captar ni concebir las cosas que Dios ha preparado para los que le aman (1 Corintios 2:9).
Estos son los dos gloriosos hechos que esperan a estos cuerpos, cuerpos destrozados y aprisionados en esta vida y humillados hasta el polvo con la muerte. Han de resucitar de entre los muertos, despertarán por el poder de Dios del largo sueño de la muerte, cuando suene la trompeta del arcángel; pero también enseña que el cuerpo así resucitado sufrirá un cambio para adaptarse a su gloriosa vida de resurrección.
Pablo nos dice que este cambio consistirá en varias peculiaridades distintas que establecerán un contraste con el cuerpo actual y que el apóstol describió de la siguiente manera: "Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción" (1 Corintios 15:42). Cambiados de corrupción en incorrupción.
Ahora nuestros cuerpos están gastados, gastados por la enfermedad, gastados por la edad, gastados por la ansiedad, gastados por el trabajo. Todo, absolutamente todo, lleva la marca de la corrupción: se esfuma su belleza, declina la fuerza, la flaqueza y la debilidad se apoderan de la vida. Nuestros cuerpos celestiales no sufrirán los efectos con la vejez; no heredarán la enfermedad, ni la muerte. De estos cuerpos podrá decirse que: "No habrán de sentir jamás, ni la enfermedad, ni la tristeza, ni el dolor, ni la muerte."
La tristeza y las faenas de esta vida terrenal debilitan la fuerza de este cuerpo y éste se desgasta. Nuestro cuerpo de resurrección no se verá afectado por ninguna de estas cosas.
"Se siembra en deshonra, resucitará en gloria" (1 Corintios 15:43). La deshonra, la ignominia, la vergüenza, la tumba, el polvo, la podredumbre. Enterramos a nuestros muertos fuera de nuestra vista, deshonrados, sin poderlos ver, entregados a la oscuridad, la soledad, el silencio, la podredumbre, los gusanos, a la tierra, a las cenizas, al polvo.
Estos cuerpos son objetos indistintos y deshonrados, cuerpos de humillación, de vergüenza y de sufrimiento; detienen la plenitud de todo gozo y frenan el éxtasis y el embeleso del espíritu inmortal. La transformación que experimentarán los hará gloriosos, y brillarán con un esplendor que sobrepujará a la luz del sol. Sin duda alguna serán luminosos y atractivos, bien formados, con perfecta simetría y forma, brillantes con vida sin fin, radiantes en su inmortal encanto.
¿Habremos exagerado el cambio?: ¿Resucitados en gloria? Los ingredientes de ese cambio serán gloria, magnificencia, excelencia, preeminencia, dignidad, gracia, esplendor, luminosidad. Cristo dijo de ellos: "Resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mateo 13:43). "Resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad" (Daniel 12:3)
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