En 1982, la reina Isabel II concedió el prestigioso título de Sir al piloto de aviación Douglas Bader, el primer hombre que no hizo la genuflexión ante la monarca, pues le habían amputado las dos piernas como consecuencia de un accidente aéreo anterior a la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, combatió provisto de dos prótesis artificiales; sus hazañas, llenas de valor y gallardía, lo mantuvieron cumpliendo el deber hasta las últimas consecuencias. Ya anciano, se dedicó a visitar heridos de guerra para darles ánimo y esperanza.
Nosotros, nos encontramos hoy en el campo de batalla del mundo, librando la lucha entre el bien y el mal. A veces la refriega es tan intensa que recibimos heridas, algunas de muerte. Tales heridas recibidas en combate posiblemente han sanado con el paso del tiempo, pero dejado tremendas y profundas cicatrices que aún producen dolor. Si has salido vencedor, no te avergüences de ellas, pues dan testimonio de que, con nuestro capitán Cristo Jesús al frente, podemos obtener la victoria. Las cicatrices de guerra están ahí para recordarte que Dios estuvo, está y estará siempre contigo.
La batalla de la vida es constante y permanente, y llegará a su fin solamente cuando el Soberano del universo levante su diestra y diga: «Todo se ha cumplido». Mientras el tiempo dura lidiemos con valor, seguros de que Dios dirigirá nuestro avance si nos revestimos con su poder.
Recordemos que “notenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo,y habiendo acabado todo, estar firmes”(Efesios 6:12, 13).
¡Tengamos ánimo, el Señor está con nosotros!