Los hombres de oración deben ser hombres de acero, pues serán atacados por Satanás aun antes de empezar ellos a atacar su reino.
La oración, que consiste en llenar un formulario dirigido al Creador del Universo, es sólo la parte más pequeña de una labor que tiene muchas facetas. Como todo lo demás en la vida cristiana, la oración puede venir a ser coja. La oración no es un sustituto del trabajo, del mismo modo que el trabajo no puede sustituir la oración. El libro “El Arma de la Oración”, de E. M. Bounds, dice: «Es mejor descuidar el trabajo que la oración»; y en otro lugar: «Los oyentes más eficaces en esparcir el conocimiento de Dios, que establecen su obra sobre la tierra y ejercen de muralla contra las amenazantes alas del mal, han sido siempre los líderes de la Iglesia, que son a la vez personas de oración. Dios confía en ellos, les emplea y les bendice.»
Seguramente el despertamiento tarda porque la oración decae. Nada temen más Satanás y el infierno que los hombres que oran. Una vida eficaz no es necesariamente una vida larga. Un hombre que muere a los 20 años puede haber hecho como si hubiese vivido un siglo.
Por propia naturaleza el fuego produce fuego. Si hay combustible a su alcance el fuego lo convierte en más fuego. “¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!”, dice Santiago. El fuego no puede producir hielo, ni el diablo hacer santos; así, pastores fríos no producirán guerreros en la oración. Sin embargo, una pequeña chispa puede prender fuego a una ciudad. De una vela pueden encenderse diez mil.
De la perfecta vida de oración de David Brainerd prominentes ganadores de almas han recibido su fuego inicial. (Por ejemplo, Carey, Payson, etc.)
Guillermo Carey leyó la biografía de Brainerd y se encendió un fuego en el pecho del joven que le trajo a la India. De la llama de Brainerd se propagó asimismo la luz por la voluntad de Dios en el corazón de Payson.
Simplemente del Diario de aquel cowboy que vino a ser el dolorido apóstol de la India de Norteamérica, recibió Payson la inspiración que le hizo principiar a los 20 años una vida de oración que casi eclipsó la de Brainerd. Otro grande en oración que siguió los pasos de Brainerd, terminando una vida bien madura a la edad de 29 años, fue Roberto Murray McCheyne. Este gigante en la oración fue magnetizado para realizar «el más grande de los oficios que un alma humana puede ejercer», leyendo acerca de Brainerd.
Otra alma grande, la de Jonathan Edwards, que fue testigo de las lágrimas de su hija mientras el cuerpo de Brainerd se consumía bajo la tuberculosis, escribió: «Doy gracias a Dios de que permitió en su providencia que Brainerd muriera en mi casa, de modo que pudiera yo escuchar sus oraciones, ser un testigo de su consagración y sentirme inspirado por su ejemplo.» Cuando Brainerd estaba muriendo, Wesley empezaba su vida de conquista espiritual.
Wesley dijo: «¿Qué se puede hacer para reavivar la decaída Obra del Señor?» Y el incansable evangelista que conmovió tres continentes dio a renglón seguido la respuesta: «Que cada predicador lea con atención la biografía de David Brainerd.»
Así que tenemos en línea a Payson, McCheyne, Carey, Edwards y Wesley, todos ellos hombres de renombre en la obra de Dios, que encendieron su llama espiritual y son todos deudores al enfermo Brainerd. Hemos llegado al clímax del conflicto espiritual de los siglos y nos encontramos con esta sociedad corrompida, cualquier cosa menos bíblica, mezclada con el mundo y deshonrando al que llama su Señor. Un verdadero fraude de la piedad, pues la verdadera Iglesia es nacida de arriba, no hay en ella pecadores sin redimir. Nadie puede añadir un nombre indigno a su lista, ni puede borrar de ella un nombre digno. Esta Iglesia todavía existe, gracias al Señor, como un pequeño rebaño en el mundo; vive y se mueve, teniendo su todo en la oración. La oración es el sincero deseo de su alma.
Aquí tenemos una guerra, no con Dios, sino contra las potestades infernales, pues Satanás se deleita en los perdidos. Las almas de los hombres son sus más apreciados tesoros. Almas condenadas, dudosas, desobedientes, enfermas; almas de jóvenes y viejos; almas de borrachos, de gentes religiosas pero no regeneradas, son gobernadas por él con diversos grados de dominio. Almas con diversos grados de espiritualidad son los principales objetivos de sus agudas saetas; pero «el escudo de la fe» las quebranta y rechaza, librándolas de daño. Gracias al Señor, la oración no es suficiente defensa, sino el escudo de la fe. La oración es nuestra arma secreta. No somos capaces de vencer a Satanás por medio de la oración. Cristo lo hizo hace dos mil años. El maestro en el arte de la oración dijo: «Os doy potestad… sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.» Esta es la victoria. El alma es levantada mediante la oración. Al principio parece que el tiempo corre lentamente, no sabemos qué decir, pero a medida que nos elevamos espiritualmente en oración y el alma está ejercitada, tenemos tanto que decir que el tiempo vuela cuando oramos.
Además, la oración enternece el alma. Generalmente no oramos por aquellas personas a las cuales criticamos, ni criticamos a aquellas por las cuales oramos. Ya sé que lo que limpia el pecado es la sangre de Jesucristo. Pero es por la oración que actúa poderosamente la sangre que fluye de las venas de Dios y opera una gran limpieza mediante el Espíritu Santo.
A Satanás no le importa, creo yo, que avancemos hasta en conocimiento de la Biblia; con tal de que nos abstengamos de orar, lo cual es el cumplimiento de la instrucción que recibimos por el estudio de la Palabra. ¿De qué sirve mayor conocimiento si tenemos corazones más ruines? ¿Qué vale tener más aprecio de los hombres si nos falta el de Dios? ¿Qué importa la higiene física si tenemos la mente sucia? ¿De qué vale la piedad externa si tenemos carnalidad en el alma? ¿Qué importancia tiene la fortaleza física si padecemos flaqueza espiritual? ¿De qué sirve la riqueza si tenemos pobreza espiritual? ¿Quién puede complacerse en la popularidad humana si es desconocido en las regiones del espíritu? La oración es el remedio para toda esta clase de paradojas.