Por Rev. José Soto
La iglesia primitiva tuvo claro lo que tenía que hacer, el Señor los había comisionado. “Entonces volvieron a Jerusalén… Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch. 1:12-14).
Y ahí estaban ellos en oración y ruego. La oración era un valor que ellos consideraban importantísimo para cualquier decisión en la iglesia y en la obra del Señor. De nada vale que nos metamos a un cuarto a definir estrategias, a inventar métodos, a buscar recursos y herramientas para cumplir la misión si no hacemos lo esencial que es buscar a Dios y Su poder a través de la oración. El diablo le tiene miedo a un siervo de Dios de rodillas, porque él sabe que la oración tiene poder.
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