Por el Rev. José Arturo Soto Benavides
EL REY PERSA ASUERO, gobernó su imperio en el zenit del mismo, y tuvo al pueblo de Dios diseminado en unas ciento veinticinco provincias. Sabemos que cuando la reina Vasti decidió no presentarse al banquete real, desafiando la orden del rey Asuero, esta acción trajo como consecuencia su destitución inmediata.
Dios tomó la decisión de poner en el trono de la reina a una joven que era judía, llamada Ester En medio de este mover divino surge algo negativo. Amán, fue nombrado visir, cargo de gran importancia. Amán se enalteció y la gente debía arrodillarse delante de él. Mardoqueo, padre adoptivo de Ester, se mantuvo firme en su posición de no doblar sus rodillas ante Amán (Est. 3:2). Amán se enfureció y decidió matar a Mardoqueo y a todo el pueblo judío.
Al consultar con los astrólogos le dijeron que los astros y las estrellas estaban a su favor. Amán fue donde el rey Asuero y le dijo que existía un pueblo, diseminado en su reino, que no aportaba, que era improductivo y que no merecía vivir. Ofreció pagar diez mil talentos de plata para destruir a los judíos. El rey Asuero, que nada sabía sobre este pueblo, le respondió: “La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te pareciere” (Est. 3:11).
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