El capitán Morris agarró con fuerza el timón del Dumfries, un barco a vela de cuatrocientas toneladas, mientras gritaba sus órdenes a la tripulación compuesta por veintitrés marinos. En ese momento, en el camarote situado bajo cubierta, el único pasajero Hudson Taylor, escribía en su diario. Este joven inglés de baja estatura, ojos azules y pelo rubio navegaba rumbo a China para servir como misionero. La lámpara del camarote comenzó a moverse con mayor fuerza que hasta entonces, detalle que Hudson advirtió aunque ignoraba que el barco esta adentrándose en una tormenta.
Decidido a obedecer a Dios, y confiando en la provisión de aquel que le había llamado, Hudson Taylor superó las persecuciones y se sobrepuso a las circunstancias personales más dolorosas. Todo con el fin de llevar la verdad del Todopoderoso a los “campos listos para la cosecha” de China. En la obra “Peripecia en la China”, Janet y Geoff Benge, sus autores, así lo relatan a lo largo de los quince capítulos que contiene este texto que fue publicado originalmente en inglés por YWAM Publishing, en 1998.
Ahora que era creyente, Hudson esperaba con impaciencia la llegada del domingo para ir a la iglesia de Pinfold Hill. La lectura de la Biblia había dejado de ser una tarea aburrida y se convirtió en una actividad dinámica y llena de significado. Y los que en otro tiempo consideraba sermones inútiles e insulsos habían adquirido un nuevo sentido. Era cierto, y así lo admitía, que aún era demasiado joven para presidir el estudio bíblico de la iglesia o cualquier otra actividad, pero sabía que, llegado el momento adecuado, podría hacer algo para el reino de Dios.
Nacido el 21 de mayo de 1832, en la ciudad inglesa de Barnsley a orillas del río Dearne, Taylor es de una de las figuras más emblemáticas de la evangelización del país más poblado del mundo: China. Pionero en más de un sentido, defensor de la sana doctrina y sembrador de la Palabra de Dios, Hudson fue el constructor de una obra misionera que hasta el día de hoy es un testimonio inspirador para cualquier seguidor de Cristo que desea proclamar el mensaje del Evangelio a los que carecen de esperanza y fe.
Fue durante aquellos días cuando tuvo una idea que habría de cambiar el curso de su preparación: le gustaba la medicina y la noción de ser doctor, pero el conocimiento médico era sólo una herramienta. Su verdadero llamamiento era ser evangelista, y de una cosa estaba seguro: Dios no le había llamado a China sólo para fundar un hospital en una de las ciudades portuarias del tratado. Había sido llamado para evangelizar las regiones remotas al interior de China, y la Rebelión Taiping parecía ofrecerle una maravillosa oportunidad para ir adonde se sabía llamado: a lo más profundo del corazón de China.
La estructura de “Peripecia en la China” está cimentada sobre las obras del doctor Howard Taylor, segundo hijo de Hudson, quien escribió los libros “Hudson Taylor y la Misión Interior de China: el crecimiento de una Obra de Dios” y “Hudson Taylor en sus primeros años: el crecimiento de un alma”, y la autobiografía de los primeros años de vida de Hudson Taylor publicada en 1875. Sin embargo, el libro no esquiva temas, no juega a la recopilación distanciada o de observación quieta. Se compromete con la figura del misionero, la busca con pasión.
Los otros misioneros le observaban atentamente. La Sociedad para la Evangelización de China era una organización nueva y querían ver cómo cuidaba a su único obrero. A juzgar por los resultados, no demasiado bien. En opinión de sus colegas, la sociedad había enviado a una persona incompetente, soltera, sin instrucción alguna sobre lo que querían que hiciese y, viendo la ropa que utilizaba y los alimentos que comía, con muy poco dinero. ¿En qué estarían pensando? Transcurridos varios meses, Hudson empezaba a hacerse la misma pregunta y su sentimiento de soledad iba en aumento. No se atrevía a decir a nadie cuán difícil era todo esto para él.
La obra de Geoff y Janet Benge, como gran parte de la serie “Héroes cristianos de ayer y hoy”, relata la emocionante y conmovedora historia de un hombre común cuya confianza en el Señor hizo posible una serie de hazañas para la gloria del Altísimo. Además de ser un recorrido por parte de la niñez y la juventud de Taylor, esta obra de la literatura evangélica se manifiesta, también, como un compendio del trabajo desplegado por la Misión al Interior de China, institución fundada por Hudson junto con el cristiano William Thomas Berger en 1865.
25 de mayo de 1866. El primer grupo oficial de misioneros de la Misión al Interior de China partía al día siguiente a bordo del Lammermuir con rumbo a Shanghai. Hudson dejó la pluma sobre el escritorio una vez terminada la lista de pasajeros que debía entregar al capitán Bell a la mañana siguiente. Oró por cada uno de ellos y pidió a Dios que les concediera fuerzas para el viaje. Pensó en cada uno y recordó su primer encuentro, el brillo de sus ojos y su fe robusta. Los nuevos misioneros formaban un buen equipo. La gran mayoría era gente común y corriente, no eruditos.
Hudson Taylor pasó 51 años en China. La obra misionera que emprendió por mandato del Creador, la Misión al Interior de China, fue responsable de llevar a territorio chino a más de 800 misioneros quienes fueron los encargados de la edificación de 125 escuelas en diferentes puntos de la nación hoy convertida en la primera potencia económica mundial. Además, la Misión al Interior de China, guiada por Taylor, consiguió dieciocho mil conversiones, así como el establecimiento de más de trescientas filiales con más de quinientos ayudantes locales en dieciocho provincias.
Los testimonios sobre los misioneros de la Misión al Interior de China eran conocidos en todo el mundo. Muchos de ellos eran atrevidos y aventureros como el fundador. Tanto hombres como mujeres cruzaron China y dejaron sus viajes plasmados en mapas que detallaban las zonas recorridas. John Stevenson y Henry Soltau fueron los primeros occidentales en atravesar el país de este a oeste, cubriendo un total de 2,850 kilómetros en menos de tres meses. Jennie, la segunda esposa de Hudson, y dos misioneras más fueron las primeras mujeres occidentales en trasladarse a interior del corazón de China.
Hudson Taylor fue un hombre con convicciones firmes y una fe inquebrantable en Jesucristo. Fue, según los escritores Janet y Geoff Benge, valiente, abnegado, un administrador excepcional y un hombre de oración. El 3 de junio de 1905, varias semanas después de visitar las tumbas de sus familiares, murió en paz en su cama. Fue enterrado al lado de su familia. Su vida acabó donde siempre quiso estar: en lo más profundo del corazón de China.
Tenía 72 años y ansiaba volver a China. Había a tantos a quienes ansiaba animar y mostrar gratitud. En el curso de la primavera de 1905, Hudson, acompañado de su hijo Howard -quien también era médico- y su esposa Geraldine, iniciaba su undécima travesía a China. Fue un viaje memorable. En esta ocasión pudo viajar en tren a muchos lugares, un medio de transporte mucho más cómodo que las carretillas de los primeros tiempos. Donde quiera que este fuese la gente se reunía para escucharle. Tuvo la oportunidad de celebrar su septuagésimo tercer cumpleaños en uno de los siete centros que tenían en la provincia de Henan.
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Le gustaba la medicina y la noción de ser doctor, pero el conocimiento médico era sólo una herramienta. Su verdadero llamamiento era ser evangelista. Dios no le había llamado a China sólo para fundar un hospital en una de las ciudades portuarias del tratado. Había sido llamado para evangelizar las regiones remotas.
Hudson Taylor pasó 51 años en China. La obra misionera que emprendió por mandato del Creador, la Misión al Interior de China, fue responsable de llevar a dicho país a más de 800 misioneros que edificaron 125 escuelas y consiguieron 18 mil conversiones en 18 provincias.