Quién se hubiera imaginado que lo que empezó como un pequeño grupo hace medio siglo, hoy sea toda una gran Obra establecida en muchos países, con un gran número de congregaciones y obreros en todo el planeta, sin contar campos blancos o anexos. Esto afirma que Dios es especialista en tomar lo poco y lo insignificante para convertirlo en grande y poderoso, como dice la Escritura: “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios” (1 Co. 1:28), pero en sus manos lo vil y lo menospreciado se ha convertido en algo grande y valioso.
Todo empezó con un hombre humilde y sencillo de corazón, llamado Luis M. Ortiz; en él, Dios puso la carga y la visión de iniciar esta gran labor. El 13 de febrero de 1963, el reverendo Luis M. Ortiz inició la labor evangelística acompañado de su esposa –la hermana Rebecca– y otros hermanos bajo el nombre que ya había recibido anteriormente, MOVIMIENTO MISIONERO MUNDIAL, siendo la Isla del encanto, Puerto Rico, el escenario de inicio.
La hermana Rebecca de Ortiz, fue el apoyo incondicional para el hermano Ortiz, mujer de gran testimonio y de oración que amaba esta Obra, y por su ejemplar labor y trayectoria la recordamos con cariño. De la vida del reverendo Ortiz aprendimos a amar la Obra, a ser fieles a la misma, a trabajar desinteresadamente mientras el día dura, a entregarnos totalmente a esta noble labor, y sobre todo a estar dispuestos a defender la sana doctrina. Con su ejemplo nos enseñó a ser humildes, pero a la vez firmes de carácter para enfrentar la adversidad. Fue un hombre lleno de sabiduría y de la gracia de Dios; sus consejos oportunos, precisos, y su inquebrantable vocación lograron transmitir la visión que había recibido del Señor.
He aquí algunos de sus consejos y palabras oportunas, que a pesar de que ya no está con nosotros, siguen siendo palabras de inspiración y motivación:
“Los grandes concilios poderosos, influyentes, millonarios; se desmoronaron bíblica, doctrinal, moral y espiritualmente; los frutos verdaderos de arrepentimiento, de santidad, de genuinas conversiones van desapareciendo. Pero esta Obra, la desamparada, la menospreciada por muchos, se adhiere cada vez más y más a la Palabra de Dios; se vigoriza con el poder del Espíritu Santo y sigue dando a luz hijos… Amados, en esta Obra donde Dios nos tiene, que está en perfecta unidad, nadie buscando lo suyo propio, ni buscando su propio provecho, ni promoviendo su propia imagen y ministerio, sino que todos en perfecta unidad, juntos trabajamos como un equipo, para el engrandecimiento de la Obra de Dios y para gloria de Su nombre.”
Poco a poco se fueron uniendo personas de muchos países, las cuales captaron la visión y juntamente con él sirvieron al Señor. Fueron personas sencillas y humildes, muchos sin títulos, sin reconocimientos, sin apoyo humano, pero con un corazón grande en fe, los cuales fueron sembrando la semilla con lágrimas, con gran esperanza de un día ver una gran cosecha de almas. Fueron hombres y mujeres que se humillaban continuamente a Dios, que sabían gemir e interceder, que sentían en su corazón la llama del Espíritu Santo y el deseo de evangelizar. Y aunque en muchos lugares eran despreciados, sus vidas estaban llenas del poder y de la gloria de Dios.
Fueron años muy sufridos, en medio de carencias de recursos económicos y de capacidades intelectuales. Fueron personas usadas con poder, y abundante conocimiento de las Sagradas Escrituras, supieron manejar cada situación frente a la oposición de esos días, y continuamente dependieron de la mano del Señor en cada necesidad. No padecieron de miopía espiritual, nunca escatimaron esfuerzo alguno, sino que prefirieron muchas veces privarse de comodidades con tal de llegar a un pueblo, o a un país más. Nunca les importó el medio de transporte que tuvieran que utilizar, si tenían que caminar muchas horas por las montañas, por caminos polvorientos, incluso con el barro hasta las rodillas, o cruzar ríos; porque la visión que tenían era aún más grande, la pasión que los consumía por cada alma que pudieran ganar por las veredas rurales o las ciudades era más fuerte y eso les dio la fuerza para no desmayar; por esta razón la visión no quedó encerrada sino que se extendió a muchos lugares más.
Pero también es necesario mencionar que en medio de estos hombres fieles, sinceros, se infiltraron aquellos que serían motivo de dolor y de lágrimas para el corazón del reverendo Ortiz; porque eran hombres que buscaban sus propios intereses, ventajas y posiciones, buscaban levantar su propia imagen, sin importarles los daños que la Obra de Dios pudiera tener. Como dicen las Escrituras: “… cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza, que sólo piensan en lo terrenal” (Fil. 3:19).
Otros hombres se dejaron dañar en el transcurso del camino, por el descuido espiritual y la falsa confianza en sí mismos por lo que Dios les había dado; se desviaron de la verdad, al igual que varios reyes de la historia bíblica, pues al verse grandes se olvidaron que todo lo habían recibido de Dios; se olvidaron de esto y se llenaron de soberbia, orgullo, altivez, vanagloria, y esto hizo que Dios se alejara de ellos. “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos” (Sal. 138:6). Se fueron siguiendo el camino de Balaam, como lo indican los apóstoles Pedro y Judas; se fueron amando el lucro; se rebelaron como Coré, Datán, Abiram, Absalón y Diótrefes. Sin embargo, a pesar de todo, la Obra sigue en pie como testimonio de que esta Obra no es de hombres sino de Dios.