Después del holocausto, en el que murieron seis millones de judíos, se intensificaron las exigencias judías de una tierra propia. El 14 de mayo de 1948, con la aprobación de las Naciones Unidas, nació el Estado de Israel.
Fue en verdad un milagro. Un país que no había existido por casi 2000 años había vuelto a renacer. Aun su propio lenguaje antiguo, el hebreo, ha revivido y permanece como la lengua oficial de Israel.
Desde el comienzo, Israel ha estado rodeado de países hostiles que tratan de destruirlo. Pocas horas después de que se retiraran las tropas inglesas, cinco ejércitos árabes atacaron la incipiente nación, que en ese momento tenía una población judía de tan sólo medio millón de personas. Cientos de ellos murieron en la guerra de independencia de Israel.
Cientos más morirían en otras guerras. La siguiente se presentó en 1956, cuando los egipcios se apoderaron del canal de Suez, entonces en manos de los ingleses y los franceses. Una intervención militar de las dos naciones europeas e Israel fue abortada por la presión que ejercieron los Estados Unidos.
SEIS DÍAS QUE CAMBIARON EL MUNDO
En 1967, Israel se encontraba nuevamente en grave peligro. “La población de Israel había continuado creciendo, especialmente por medio de la inmigración; en 1967 era de 2.300.000, de los cuales los árabes escasamente constituían el 13 por ciento. Su fortaleza económica se había incrementado, con la ayuda de Estados Unidos, contribuciones de judíos fuera de Israel, e indemnizaciones de Alemania Occidental. También había ido aumentando la fortaleza y la pericia de sus fuerzas armadas, y especialmente su fuerza aérea” (Albert Hourani, A History of the Arab Peoples [“Historia de los pueblos árabes”], 2002, pp. 412-413).
Tres semanas más tarde, la guerra comenzó. “A medida que aumentaba la tensión, Jordania y Siria hicieron pactos militares con Egipto. El 5 de junio Israel atacó a Egipto y destruyó su fuerza aérea; en los días siguientes de lucha, los israelíes ocuparon el Sinaí y llegaron hasta el canal de Suez, Jerusalén, y la parte palestina de Jordania, una parte del sur de Siria (las alturas del Golán), antes de que un acuerdo de cese al fuego pusiera fin al conflicto” (ibídem).
La guerra marcó un punto crucial de cambio en el Cercano Oriente. “Prácticamente no ha habido un plan de paz árabe en los últimos 40 años, incluida la versión actual saudita, en la que no se exija un regreso al estado de cosas que existía el 4 de junio de 1967. ¿Por qué esta fecha es tan sagrada? Porque fue el día previo al estallido de la guerra de los seis días en la que Israel logró una de las victorias más resonantes del siglo XX. Los árabes han tratado durante cuatro décadas de deshacer sus consecuencias” (Charles Krauthammer, columna del 18 de mayo de 2007).
Las fronteras que tenía Israel antes de la guerra de los seis días les daban una ventaja militar a sus vecinos hostiles. Esa debilidad fue lo que inspiró a Egipto, Siria y Jordania a atacar, convencidos de que podían lograr una rápida victoria.
“Este período de tres semanas entre el 16 de mayo y el 5 de junio nos ayuda a explicar la negativa que Israel ha mantenido durante 40 años de ceder lo que obtuvo en la guerra de los seis días —el Sinaí, las alturas del Golán, la ribera occidental del Jordán y Gaza— a cambio de garantías de paz, firmadas en papel. Israel tenía esta misma clase de garantías en 1956, en la guerra de Suez, después de la cual evacuó el Sinaí a cambio de que las Naciones Unidas establecieran una fuerza de choque y de que las potencias occidentales aseguraran libre paso a través del estrecho de Tirán.
Es difícil exagerar lo que tuvo que vivir Israel en esas tres semanas. Egipto, quien ya estaba aliado con Siria, celebró un pacto militar de emergencia con Jordania. Iraq, Argelia, Arabia Saudita, Sudán, Túnez, Libia y Marruecos empezaron a enviar fuerzas para unirse a la lucha. Con tropas y ejércitos apostados en toda frontera con Israel, los informes radiales árabes proclamaban con júbilo que la última guerra para el exterminio de Israel era inminente. La cabeza de la Organización para la Liberación de Palestina, Ahmed Shuqayri, afirmaba: ‘Destruiremos a Israel y a sus habitantes…’” (ibídem).
La sorprendente victoria de Israel alteró completamente el equilibrio en el Cercano Oriente, mostrándole al mundo que Israel era militarmente superior a sus vecinos. Esa guerra también le dio a Israel control total sobre Jerusalén, incluso los lugares considerados sagrados para los judíos, cristianos y musulmanes.
Después de la guerra de los seis días los judíos pudieron adorar libremente en su lugar más sagrado, el muro occidental del monte del Templo. En la cima de este mismo monte del Templo están dos de los lugares más sagrados para los musulmanes: la Cúpula de la Roca y la mezquita de al-Aqsa.
Los judíos consideran a Jerusalén como “la capital eterna e indivisible” de Israel. Los musulmanes jamás aceptarán esto, y la mayoría de ellos tampoco aceptan la existencia del estado judío.
“Olvidamos que Israel no tenía la intención de ocupar la ribera occidental. Israel le suplicó al rey Hussein de Jordania que se mantuviera aparte del conflicto. Enfrascado en un combate feroz con un Egipto numéricamente superior, Israel no tenía ningún deseo de abrir un nuevo frente de batalla a pocos metros de la Jerusalén judía y a pocos kilómetros de Tel Aviv. Pero Nasser le había dicho personalmente a Hussein que Egipto había destruido la fuerza aérea de Israel y sus aeropuertos, y que la victoria total estaba al alcance. Hussein no pudo resistirse a la tentación de unirse a la guerra. Se unió. Perdió” (ibídem).
UN CAMPO DE GUERRA
La ciudad de Jerusalén sigue siendo una gran fuente de conflicto entre los israelíes y los palestinos. Al hablar de las condiciones en los últimos días, Jesucristo advirtió: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados… Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén” (Lucas 21:20-24).
El profeta Zacarías, quien vivió en el siglo sexto antes de Cristo, también profetizó acerca de lo que le sucedería a Jerusalén en los últimos tiempos: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos…” (Zacarías 12:2-3, 9).
En Zacarías 14:4 se aclara que esto se está refiriendo a los sucesos que van a ocurrir inmediatamente antes del regreso del Mesías con poder y gran gloria: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur.”
Jesucristo caminó en el monte de los Olivos hace cerca de 2000 años, y volverá a caminar allí para cumplir definitivamente esta profecía.
El deseo de destruir a Israel continúa inspirando a los dirigentes en todo el Cercano Oriente. Pero la Biblia muestra que la nación de Israel seguirá existiendo hasta los sucesos del tiempo del fin que precederán el regreso de Jesucristo.