En tiempos de la reconstrucción de los muros de Jerusalén, bajo el formidable liderato de Nehemías, este juntamente con el pueblo tuvo que afrontar grandes dificultades y abierta oposición lo cual amenazaba seriamente el progreso de la obra.
Lo primero fue el expresado disgusto de Sanbalat por la presencia de Nehemías en Jerusalén con el fin de iniciar la obra de reconstrucción (Nehemías 4:1). A esto siguió la acusación de rebelión que este siniestro personaje Sanbalat formuló contra Nehemías, habiendo sido iniciada ya la obra de la reconstrucción de los muros estos mismos, Sanbalat y Tobías se reían y ridiculizaban la obra diciendo que si una zorra se subía al muro lo derribaría (Nehemías 4:2, 3).
Cuando se hubo terminado la mitad de la obra, Sanbalat, Tobías, y otros, conspiraron todos para venir a combatir a Jerusalén y hacerle daño (Nehemías 4:6-8). El gran líder Nehemías siempre afrontaba cada dificultad con oración, y dice: “Entonces oramos a nuestro Dios, y por causa de ellos pusimos guarda contra ellos de día y de noche” (Nehemías 4:9).
Después que toda la obra del muro hubo concluido, el Sanbalat de siempre, esta vez con ropaje de oveja envió un mensaje a Nehemías diciendo: “Ven y reunámonos en alguna de las aldeas en el campo de Ono. Mas ellos habían pensado hacerle mal” (Nehemías 6:2). La sabia respuesta de Nehemías desvaneció una vez más la conjura, Nehemías dijo: “Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros” (Nehemías 6:3). Por cinco veces consecutivas Sanbalat repitió el mismo mensaje, pero siempre fue rechazado por Nehemías.
Luego Sanbalat hizo un último esfuerzo para impedir la realización de la obra y alquiló un profeta falso para que dijese a Nehemías que se escondiese, porque esa noche lo iban a matar. Nehemías conocedor de la voluntad de Dios no se dejó engañar, ni amedrentar, y respondió: “¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré” (Nehemías 6:11).
Al fin de todas estas luchas se acabó el muro, “y cuando lo oyeron todos nuestros enemigos, temieron todas las naciones que estaban alrededor de nosotros, y se sintieron humillados, y conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra” (Nehemías 6:16).
Amados, al estudiar esta parte de la historia del pueblo de Israel, hayamos un marcado paralelo con la breve, pero gloriosa, historia de estos modestos esfuerzos del Movimiento Misionero Mundial. Ha habido disgusto, oposición, persecución, acusaciones, burlas, ridículo, desprecio, conspiración, traiciones, hipocresía, amenaza, falsas profecías, etc., de todo; pero gracias a Dios que en todo esto y en todo momento mediante la oración y la dependencia de Dios, hemos tenido la ayuda y la dirección de nuestro Dios para neutralizar toda suerte de ataques y oposición, y poder seguir adelante, sabiendo que a nosotros también
Dios nos ha encomendado una grande obra en el mundo. Esa profunda convicción de que estamos en el centro de la voluntad de Dios no ha mermado en nosotros, al contrario va en aumento, y seguimos adelante por los ‘Caminos de América y del mundo’, llevando el glorioso Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Se levantan los Sanbalat, los Tobías, los Gesem el árabe, los Alejandro, los Diótrefes, los que se apropian y se enriquecen con el dinero de la Obra de Dios, los que quieren destruir la Obra, pero “en todas estas cosas somos más que vencedores” (Romanos 8:37), pues Dios “nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Corintios 2:14).
Verdaderamente Dios nos ha confiado la realización de una grande obra. Es la grande obra de la evangelización del mundo; la grande obra de la conservación y proclamación del genuino testimonio del Pentecostés; es la grande obra de mantener encendida la llama del ministerio sobrenatural y milagroso de los dones del Espíritu Santo libre de los extremismos, de la incredulidad y del fanatismo; es la grande obra de crecer y al mismo tiempo guardarnos pequeños; es la grande obra de mantener un testimonio limpio, sin mezclas ni compromisos con lo mundano.
Y cuando alguno no es fiel a Dios, ni a la Obra de Dios, ni a su Palabra, ni a la confianza que se deposita en él o en ella, y traiciona la confianza a la congregación y a la Obra del Señor, Dios mismo se encarga de eliminarlo. “Los malos, que son como el tamo que arrebata el viento. Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos” (Salmo 1:4, 5).
Cuando Dios me ordenó salir de Cuba a fines de 1960, después de casi diecisiete años de obra misionera en ese país, porque había una obra grande que hacer, le pregunté al señor: “¿Señor y la Obra?” Luego me respondió: “La Obra es mía”. Y luego me mostró lo que yo tenía que hacer, lo cual hice. Y ciertamente la obra es del Señor.
Esta es su obra, nosotros sus obreros; esta es su labor, nosotros sus colaboradores; esta es su viña, nosotros su labranza; esta es su vid, nosotros sus pámpanos; esta es su Iglesia, nosotros sus redimidos; este es su cuerpo, nosotros sus miembros; esta es su posesión, nosotros sus siervos; este es su reino, nosotros sus súbditos; esta es su familia, nosotros sus hijos; esta es su herencia, nosotros sus herederos; esta es su ciudad, nosotros sus ciudadanos.
Amigos, y a la Obra de Dios, al Reino de Dios, a la Ciudad de Dios “no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27).
¿Quieres pertenecer a la Obra de Dios, a su Iglesia, a su Reino, a su Familia, a su Ciudad? Arrepiéntete de tus pecados, y acepta a Cristo como tu gran Salvador. Amén