En los últimos años, bajo el influjo de la Escuela de Fráncfort y la Asociación Americana de Antropología, se ha desarrollado, especialmente en los ambientos académicos y periodísticos del mundo occidental, lo que se llama lenguaje “políticamente correcto”. Esta corriente nace del supuesto de que si se cambia el lenguaje se cambiará la realidad que algunas minorías consideradas discriminadas.
La ideología liberal radical de izquierda, como los movimientos feministas, promueve ampliamente esta estrategia. No es extraño que existan grandes intereses en la manipulación del lenguaje, porque éste tiene mucha más relevancia de lo que parece. Entre lo que se piensa y lo que dice hay una relación muy estrecha.
Filósofos como el alemán Edmund Gustav Albrecht Husserl, entre otros, confirman la relación que existe entre el lenguaje y la cultura o la sociedad. Esto es un hecho que se ha comprobado repetidamente en las últimas décadas y que continúa dándose en la actualidad. Se supone que la aceptación de los postulados de la ideología de género por parte de sus promotores, conlleva una nueva forma de hablar para llegar a su ideal de apertura a la diversidad y tolerancia.
Allí nace el llamado “lenguaje inclusivo” que implica una serie de manoseos del lenguaje. La manifestación más clara, en el caso del idioma español, es sustituir la “o” del masculino neutro por una “e” o una “x” con lo cual se pretende abarcar a todas las sexualidades diversas, y “no dañar la autopercepción de ningún individuo”.
El problema es que estas modificaciones parten de un presupuesto falso: que el lenguaje actual discrimina. En español se puede distinguir entre el género no marcado (aquel que se puede utilizar como término genérico para designar a todos) y el marcado. Lingüísticamente, en el idioma español no tiene ningún fundamento decir continuamente “ellos y ellas” o sustituyendo la letra “o” del masculino neutro por una “x” o una “e”.
La única razón que existe para hablar así es ideológica. El mismo hecho de llamar “lenguaje inclusivo” a esta deformación del español es también una infiltración ideológica. Por razones históricas y lingüísticas, el género no marcado es el masculino, pero eso no implica que el lenguaje sea machista y haya que cambiar la lengua por completo. Al contrario, lo único que significa es que se puede utilizar perfectamente el masculino como un neutro, para referirse a todos. La Real Academia Española (RAE) uno de los mayores referentes de la lengua española ha fijado su posición al respecto: “Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.
Existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar a todos los individuos sin distinción de sexos. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”. La posición de la RAE es bien clara. Además, agrega que se trata de un hecho que va contra la economía del lenguaje. La evolución normal de todas las lenguas lleva a una reducción del número de palabras utilizadas. Decir lo mismo con el menor número de palabras posible. Sin embargo, en la actualidad, lo “políticamente correcto” es utilizar el “lenguaje inclusivo” a pesar de ser un error gramatical y conceptual advertido infinidad de veces. Y quien se sale de lo políticamente correcto casi que no merece ser escuchado ni respetado. El “lenguaje inclusivo” se ha extendido hasta a las instituciones en numerosos países, como en el caso de Perú.
El problema es que las asociaciones y movimientos que promueven estas ideologías están deformando la lengua española. La propia Naciones Unidas tiene participación activa en esa manipulación. Por eso ordenó a su personal aplicar una serie de «estrategias para no discriminar» como la siguiente: Emplear pares de femenino y masculino (desdoblamiento) puede utilizarse cuando se quiere hacer visibles tanto a mujeres como a hombres. Por supuesto, aporta también frases de ejemplo como «Los niños y las niñas deben asistir a…», «El tribunal está integrado por jueces y juezas…», «ellos y ellas», etc. Por otro lado, el organismo internacional define al lenguaje inclusivo como “la forma de expresarse sin discriminar a un sexo o identidad de género y sin perpetuar estereotipos de género”. Es una definición en la que puede observarse la gran carga ideológica y de género que tienen.
ARMA DE MANIPULACIÓN
El uso del lenguaje como arma de manipulación es, probablemente, tan antiguo como el ser humano. Por ejemplo, en su libro LTI: La lengua del Tercer Reich, el filólogo e historiador alemán Víctor Klemperer analiza la importancia que tuvieron las palabras para imponer el nazismo en la sociedad alemana. El libro proporciona numerosos ejemplos que muestran como la elección de determinadas palabras o frases y su continua repetición se convirtió en una de las principales técnicas de manipulación en la época. La LTI (Lingua Tercii Imperii) envenenó las mentes convirtiendo gradualmente ideas que el imaginario colectivo consideraba repulsivas en conceptos aceptables. Un ejemplo es la connotación positiva que fue ganando la palabra “fanatismo”. Antes de la llegada de Hitler al poder, el vocablo se usaba peyorativamente.
Sin embargo, los nazis consiguieron que el fanatismo acabara resultando positivo usándolo en expresiones que sugieren audacia y compromiso. Se hablaba de “valentía fanática”, de “juramento fanático”, de “amor fanático por el pueblo” En los momentos postreros, cuando ya la palabra había perdido fuerza, Goebbels (el ministro de Propaganda, diseñador de las técnicas de manipulación nacionalsocialistas) empezó a hablar de “fanatismo feroz” para añadirle potencia al concepto Por su lado, el abogado, periodista y escritor español César Vidal Manzanares considera que la ideología género “es un plan extraordinariamente ambicioso de la historia del mundo por cambiar la naturaleza humana”.
Haciendo un parangón con la estrategia comunista, Vidal Manzanares señala que los promotores de la ideología de género no proporcionan información ni educación a las masas, sino que las usan en la agitación y la propaganda. “La mentira es un arma revolucionaria, de acuerdo a un principio leninista. Y siguiendo esa táctica, el marxismo logró crear “palabras mordaza”, una forma de manipulación del lenguaje que sigue teniendo éxito hasta el día de hoy”, señala. Hay palabras que silenciaban a la persona que querían debatir o discutir la situación política de ese entonces.
Las “palabras mordaza” de aquel entonces era “lacayo” o “pequeño burgués” y más adelante el término “fascista” en un sentido totalmente negativo y condenar a la muerte civil al adversario, recuerda. La ideología de género utiliza también “palabras mordaza” para que nadie se le ocurra cuestionar determinadas tesis de la ideología de género lo cual tiene un efecto paralizador al menos en los medios de comunicación occidentales. “Homofóbico”, “retrógrada”, “cavernario”, son algunos de ellos. MANIPULACIÓN CONCEPTUAL Indistintos investigadores sociales señalan que el lenguaje constituye un reflejo y, al mismo tiempo, una poderosa arma utilizado en el proceso de la llamada “filosofía o cultura del género”. Existe un uso “estratégico” del lenguaje, que agudos estudios están desvelando con perspicacia. En América y Europa se ha denunciado el uso del lenguaje en clave de género y su relación con la deconstrucción de determinadas instituciones y realidades, como la familia, etc. La manipulación del lenguaje no solo se ciñe a las “palabras mordaza”, sino también a raciocinios y conceptos que desafían el sentido común y que sirven de herramienta para lograr objetivos políticos.
Por ejemplo, el aborto ha pasado a denominarse “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE). Según Gustavo Bueno, un filósofo español que se declara materialista y ateo, “la ley de interrupción voluntaria del embarazo es un síntoma claro de corrupción ideológica. Es una técnica de control de la población, alternativa al infanticidio, propia de una época bárbara y representa un arcaísmo inadmisible”. Otro término equívoco es el de “reproducción asistida” que enmascara técnicas como la fertilización in vitro (FIVET). Las posibilidades que ofrecen actualmente estas técnicas, con la selección de óvulos y de espermatozoides y la manipulación y descarte de embriones, las alejan cada vez más de la finalidad inicial, resolver la esterilidad, hasta llegar a una situación en que la reproducción queda totalmente desvinculada de los progenitores y de la familia y confiada a la responsabilidad de los técnicos.
“Se hubiera llegado a la mayor locura de la historia: una sociedad que edita niños, sin padre ni madre”. Otro concepto al que se ha cambiado el nombre es el de “vientre de alquiler”, que se ha pasado a llamar “gestación subrogada”. Esta terminología le confiere asepsia, como si fuera una técnica más de reproducción asistida. La mujer ni siquiera es madre sino solamente gestante, y el hijo se convierte en “producto de gestación”, objeto de una transacción económica; pero crear un nombre sustitutivo para estas prácticas no elimina la cosificación de la mujer, ni del hijo, ni la realidad de un proceso.
(*) Con información de internet