Las Sagradas Escrituras recogen, en Mateo 19:16-30, el caso de un joven rico que tenía una necesidad grande de Dios. El joven al que nos referimos ahora, tenía unos principios morales y religiosos muy arraigados. Según las Escrituras, vivía de acuerdo a la luz que poseía, y guardaba los mandamientos de Dios. Aquel hombre sentía un profundo interés por los asuntos espirituales.
Esta característica demuestra el hecho de que el joven llegara corriendo hasta el lugar donde se encontraba Jesús. Aquel muchacho tenía ciertas interrogantes en su vida, y fue a Jesús para que Él le alumbrara con respecto a éstas.
Hermanos y amigos, nunca olvidemos que Cristo es la respuesta para cualquier problema que podamos tener, sea espiritual, sea matrimonial o con respecto al noviazgo, sea económico, o sea físico. Nuestro Dios siempre tiene la solución adecuada para todo.
Sin embargo, pese a las grandes y loables virtudes que aquel joven profesaba, éste acudió a Jesús porque sentía un gran vacío en su vida. ¿Cuál podía ser el problema de aquel joven virtuoso y rico, a quien todo le sonreía?
Cuando llegó ante el Maestro, aquel el joven expresó el gran interrogante que tenía: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16). Notamos que el joven le atribuyó un título honorífico y un epíteto laudativo (de elogio) a Cristo: “Maestro bueno”. Por supuesto que Jesús es bueno, no hay nadie tan maravilloso como Él. Sin embargo, la respuesta de Jesús ante este apóstrofe halagador fuera algo sorprendente: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios.” (Mateo 19:17).
El problema estribaba, simplemente, en que aquel joven se estaba acercando a Jesús con un concepto erróneo de sí mismo. Al ser hombre de profundos valores morales y religiosos, quiso igualarse a la persona de Cristo.
Cuando Jesús le enumeró los mandamientos a obedecer, el joven rico contestó que los había seguido desde su niñez. Luego, preguntó qué más le faltaba. Jesús, pues, le miró con gran compasión y le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.” (Mateo 19:21).
Al oír aquellas palabras, el joven, afligido, inclinó su rostro y se fue, dándole la espalda al Maestro. Cristo había puesto el dedo en la llaga, y, en otros términos, le había dicho que amaba demasiado al dinero para poder seguirle.
El Señor nos reta a dejar de lado las cosas materiales, y a seguirle. En lo que a nosotros se refiere, ¿estaremos dispuestos a aceptar el reto del discípulo? Si no nos despojamos del materialismo, seremos como aquel joven rico, que no abandonó su bienestar personal bajo ninguna circunstancia.