A este rey persa se le fue el sueño, esto no fue casualidad. Dios estaba en el asunto, cuando el sueño espiritual se va, empiezan a surgir profundas inquietudes en la vida del pueblo de Dios, en la iglesia, en la obra, donde quiera que nos movemos empezamos a afectar el ambiente.
El rey quizá buscó algunos músicos para que tocaran alguna melodía suave para poder conciliar el sueño que se le había escapado, pero no logró el efecto esperado. Tal vez después llamaría a uno de sus sirvientes para que le hiciera alguna tisana que le ayudara a relajarse, pero tampoco consiguió su objetivo. Finalmente, tras estos intentos fallidos una inquietud por leer las crónicas de su pueblo fue naciendo en su mente, este era el registro donde se anotaban los eventos importantes del reino. Este sentir lo puso Dios en el corazón del rey Asuero ¿Cuántas cosas lindas tiene Dios para nosotros, pero por no seguir ese sentir las perdemos?
El sueño, hablando en términos espirituales, representa el descuido, la insensibilidad, la oscuridad, la inactividad. El estar despierto, alerta, representa todo lo contrario: nadie piensa en dormir durante todo el día, el Señor dijo que el día era para trabajar y la noche para descansar, (Juan 9:4). La Biblia nos dice que nosotros somos del día (Colosenses 5:8). Los que duermen, de noche duermen; los que se embriagan de noche se embriagan; pero nosotros vivimos de día.
Hasta esa noche en que el sueño se le fue, el rey Asuero no se había mostrado interesado, ni se había preocupado por la vida del pueblo de Dios. Esa noche, todo cambió, ¿por qué? Porque cuando a uno se le va el sueño se ubica en los propósitos divinos y sabe dónde está parado. En el momento en que el rey perdió el sueño, Dios empezó a usarlo de forma extraordinaria. Aunque no era consciente de la importancia de su participación, Dios lo tomó sin que este lo supiera o decidiera. Dios usó su soberanía.
Fue la soberanía divina la que produjo la introducción de Ester en el palacio real. Cuando la reina Vasti decidió no presentarse al banquete real desafiando la orden del rey Asuero, por cuanto se estaban emborrachando los príncipes y súbditos del reino. Esta acción trajo como consecuencia su destitución inmediata. Por consiguiente, Ester ocupó el lugar de reina en el imperio persa.
En el reino de Asuero, Dios tomó la decisión de poner en el trono de la reina a una joven que no declaró su nacionalidad, pero que era judía. Dios introdujo a Ester en el palacio de Asuero usando su belleza, su donaire, para ubicarla en el centro del imperio persa. ¡Dios sabe lo que hace!
En medio de este mover divino surge algo negativo. Nadie debe sorprenderse que, en medio de la bendición de Dios, se levante alguien como Amán. Este sujeto empezó a ascender en el reino. Fue nombrado visir, cargo de gran importancia; era casi un virrey. Pero lo más glorioso es que antes que este hombre ascendiera a esa posición, ya Dios había colocado a Ester en el trono real. Amán se enalteció ante la importancia de su cargo y cada vez que estaba en algún vestíbulo del palacio la gente debía arrodillarse delante de él. Pero Mardoqueo, padre adoptivo de Ester, que también estaba en los vestíbulos del palacio, viendo lo que Amán estaba imponiendo, se mantuvo firme en su posición de no doblar sus rodillas delante de ningún hombre. Mardoqueo, hombre de fe pujante y de vasto conocimiento de la Palabra de Dios, decidió mantenerse firme. La Biblia dice que Mardoqueo “ni se arrodillaba ni se humillaba ante Amán” (Ester 3:2).
En su euforia y ascenso, Amán no se había percatado de la posición de Mardoqueo hasta que alguien lo denunció. Al instante, Amán mandó llamar a Mardoqueo y le preguntó la razón por la cual no se arrodillaba delante de él; éste le contestó que solo se arrodillaba delante de Dios. Al oír esto, Amán se enfureció y decidió matar a Mardoqueo y a todo el pueblo judío. Al consultar con los astrólogos le dijeron que los astros y las estrellas estaban a su favor. Con esta respuesta, Amán fue donde el rey Asuero y le dijo que existía un pueblo, diseminado en su reino, que no aportaba, que era improductivo y que no merecía vivir. Ofreció pagar diez mil talentos de plata para destruir a los judíos. El rey Asuero, que nada sabía sobre este pueblo ni tampoco le importaba lo que sucediera, le respondió: “La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te pareciere” (Ester 3:11).
Amán envío un anuncio por todo el imperio en distintos idiomas. Correos a caballo para que el día trece del mes duodécimo todo el pueblo de Israel fuera exterminado, destruido y sus propiedades expropiadas. Era una orden irrevocable, la sentencia se tenía que cumplir. “Y salieron los correos prontamente por mandato del rey, y el edicto fue dado en Susa capital del reino. Y el rey y Amán se sentaron a beber; pero la ciudad de Susa estaba conmovida” (Ester 3:15). Fue en este momento de angustia, desesperación y dolor en que Dios hizo que al rey se le quitara el sueño y empezara a usarlo sin que éste lo supiera. Si Dios despertó a un rey impío, ¿cómo no despertará a aquel que, siendo suyo, se ha adormecido?
“Entonces hallaron escrito que Mardoqueo había denunciado el complot de Bigtán y de Teres, dos eunucos del rey, de la guardia de la puerta, que habían procurado poner mano en el rey Asuero” (Ester 6:2). Al preguntar el rey Asuero si se había recompensado a Mardoqueo por su acto, le contestaron que nada se había hecho. En ese preciso momento llegaba Amán al palacio, el rey lo convocó y le hizo una pregunta: “¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey? Y dijo Amán en su corazón: ¿A quién deseará el rey honrar más que a mí?” (Ester 6:6).
Pensando que el rey hablaba de él, Amán pidió la honra máxima que se le podía dar a alguien en el reino persa. “Y respondió Amán al rey: Para el varón cuya honra desea el rey, traigan el vestido real de que el rey se viste, y el caballo en que el rey cabalga, y la corona real que está puesta en su cabeza; y den el vestido y el caballo en mano de alguno de los príncipes más nobles del rey, y vistan a aquel varón cuya honra desea el rey, y llévenlo en el caballo por la plaza de la ciudad, y pregonen delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el rey” (Ester 6:7-9).
“Entonces el rey dijo a Amán: Date prisa, toma el vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo, que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho” (Ester 6:10). Amán venía para colgar a Mardoqueo en una horca de veinticinco metros de alto; pero el rey, al que se le había ido el sueño y estaba siendo usado por Dios, le dijo a Amán que fuera donde estaba Mardoqueo e hiciera con él todo lo que había dicho. ¡Cuán grande es el poder de Dios! ¡Amán tuvo que pregonar por toda la ciudad que Mardoqueo era el hombre más honrado por el rey! Cuando Amán regresó a su casa, avergonzado por este episodio, su esposa le profetizó: “Si de la descendencia de los judíos es este Mardoqueo delante de quien has empezado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él” (Ester 6:13).
La trama asesina de Amán contra Mardoqueo y el pueblo judío estaba siendo contrarrestado por el Señor a través de Ester, la cual había despertado y comprendido su responsabilidad ante Dios y su nación. Aunque para acceder al rey era necesaria su invitación so pena de muerte, Ester recurrió a la oración y ayuno, buscó la invitación en Dios y Él le dio gracia ante los ojos de Asuero, el cual le dijo: “¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará” (Ester 5:3). Ante esta pregunta, Ester le rogó que fuese a un banquete que ella le había preparado; cuando llegó al banquete, Asuero le volvió a manifestar: “¿Cuál es tu petición, y te será otorgada? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino, te será concedida” (Ester 5:6), ella le pidió que viniera junto a Amán a otro banquete.
En este nuevo banquete el rey volvió a insistirle a Ester sobre lo que ella deseaba, finalmente ella le pidió que su vida fuese preservada, ya que junto a su pueblo había sido condenada a la exterminación. Estas palabras enojaron terriblemente al rey; ¿quién se había atrevido en su reino condenar a su propia esposa sin tan siquiera consultarle a él?; ante éste atrevimiento la Biblia dice: “Respondió el rey Asuero, y dijo a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está, el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto? Ester dijo: El enemigo y adversario es este malvado Amán. Entonces se turbó Amán delante del rey y de la reina” (Ester 7:5-6).
Encendido en ira el rey salió al huerto, mientras tanto Amán sintiendo la muerte sobre su cabeza, entró y se postró ante Ester para rogarle que perdonara su vida; al entrar Asuero y viéndolo recostado sobre el lecho de la reina gritó indignado: “¿Querrás también violar a la reina en mi propia casa?”(Ester 7:8). Los guardias del rey le cubrieron la cabeza; lo sacaron y lo colgaron en la misma horca que Amán había preparado para Mardoqueo. ¡Cuando el sueño se va, se desencadena un proceso de triunfo y de victoria sobre el pueblo de Dios!