Predicó la Palabra de Dios con el coraje de un valiente, la agudeza de un maestro y la pasión de un guerrero. Su amor y dedicación por el Señor fueron sus principales armas a la hora de luchar por el crecimiento del cristianismo. Por intermedio de él innumerables personas conocieron el perdón, la luz y el amor de Dios. Su entrega al Todopoderoso fue absoluta y gracias a su fecunda labor misionera pasará a la historia de la Iglesia como un batallador infatigable y un férreo propulsor de la fe en Jesucristo.
AMARGA REALIDAD
Aguirre, quien dejó de existir el pasado 16 de enero a la edad de 68 años, nació en la ciudad de Lima, la capital del Perú, el 16 de septiembre de 1944. Segundo de los cinco hijos de Antonio Aguirre y Julia Navarro, se crió en el tradicional barrio limeño de La Victoria y desde que llegó a este mundo soportó una lluvia constante de carencias. Por lo tanto, como muchos niños pobres, a muy corta vida tuvo que trabajar para contribuir con la endeble economía de su hogar. En gran parte de su infancia y adolescencia lavó vehículos, lustró zapatos y hasta incluso fue ayudante de construcción.
Igual que otros infortunados del mundo, fue empujado por las desdichas hasta las faldas de la maldad. Temerario desde su niñez, fue uno de los muchachos más díscolos del “callejón de la lata”, el violento vecindario que lo cobijó gran parte de su existencia, donde en más de una ocasión se portó con la fiereza de un boxeador callejero y sin el más mínimo respeto. Todo ello acompañado por una gran dosis de alcohol, hedonismo y lujuria que lo convirtieron en un peligro ambulante. Su agresividad, incluso, lo llevó a ser detenido varias veces por la Policía por alterar el orden y protagonizar pleitos en la vía pública.
Sin embargo, con el paso de los años dejó a un lado su ferocidad y optó por aferrarse a una existencia más tranquila y ordenada. Consciente de su pasado atolondrado, solía narrar que antes de cumplir la mayoría de edad ingresó a laborar a una imprenta y torció sus días en dirección del ambiente gráfico. Este suceso, como un resorte, además lo impulsó a buscar mejores horizontes para su vida y al cabo de un tiempo montó con mucho esfuerzo su propio negocio. Luego, con su empresa viento en popa, se mudó al distrito del Rímac y allí conoció a Corina Laulate Lanza, con quien posteriormente se uniría en matrimonio el 19 de enero de 1974.
AL ENCUENTRO CON EL SEÑOR
Después, y pese a su éxito terrenal, Marco Aguirre no fue inmune a los embates del mal y volvió a caer rendido ante la infelicidad. Criado dentro de la religión tradicional, con costumbres licenciosas, fue atrapado una vez más por el remolino de la bebida y cada fin de semana se hundió bajo una carpa de aturdimiento y confusión. No obstante, en una de sus resacas, en los inicios de los años ochenta, experimentó un acontecimiento que lo marcaría para siempre: sintió que algo se introdujo en su cuerpo. Fue tal su consternación que, acompañado por su esposa, buscó de inmediato ayuda médica, pero sólo se le diagnosticó un cuadro severo de ansiedad.
Ese estado de agitación, producido según su propio testimonio por el diablo, lo golpeó con todo una y otra vez hasta llevarlo al límite del suicidio. Durante más de cuatro años observó un sinfín de demonios y escuchó permanentemente una voz que lo impulsaba a matarse. Empero, su calvario acabó el 27 de abril de 1985 cuando acudió a un templo evangélico en Lima y decidió entregarse al Altísimo. Conforme a la manifestación de sus deudos, había ido hasta ese lugar, un cine convertido en templo evangélico, por orden explicita de Dios y entonces fue impactado por la prédica del pastor del lugar.
Se bautizó, junto a su madre, al año de su ingreso a la Iglesia y le despertó el interés por la evangelización de los inconversos.
En 1991 fue llevado a la ciudad de Cerro de Pasco, en el altiplano de la Cordillera de los Andes, cuando el Perú sufría los mazazos de la organización subversiva Sendero Luminoso.
OBRA MISIONERA
A 4,330 metros sobre el nivel del mar, en la ciudad más alta del planeta, Aguirre realizó desde su llegada una arrolladora labor a favor de la divulgación del Evangelio. Su entusiasmo por proclamar las buenas nuevas fue tal que no le importó ni siquiera ser herido de bala en una incursión terrorista luego de una campaña evangelística. Amparado por la gracia de Dios, el fruto de su tesón quedó graficado en las copiosas cosechas de su labranza pastoral. Asimismo, ungido como ministro de Jesús lideró la consolidación del cristianismo en las ciudades de Huancayo, Huánuco, Tingo María, La Merced, Oxapampa, La Oroya y Tarma.
En opinión del pastor Raúl Caldas, entrañable amigo de Aguirre Navarro desde su infancia y reconocido miembro del Movimiento Misionero Mundial en suelo peruano, el reverendo Marco Antonio fue un “hombre de oración que amó a Dios por sobre todas las cosas y lo alabó y lo glorificó hasta el último instante de su vida con todo su corazón. Yo lo conocí a muy corta edad, cuando era un muchacho alocado, y pude apreciar con beneplácito su conversión al cristianismo y la forma en la que después ganó miles de almas para el Señor”. Al reverendo Rodolfo González, su consejero y guía espiritual, por su parte sólo le despertó siempre un grato concepto: “el seguidor más efusivo de Dios”.
En el 2000, Marco Aguirre, que descollaba en vida por su efusividad a la hora de mencionar al Salvador, retornó a la urbe limeña tras sufrir un coma diabético que colocó en peligro su existencia. Sin embargo, con el favor del Todopoderoso, se restableció y de inmediato recibió la misión de asumir las riendas de la Iglesia que tiene la Obra del Señor en el distrito de Chorrillos, a orillas del Océano Pacífico.
Desde ese pintoresco punto del sur de Lima, famoso por ser un pueblo de hombres de mar, continuó pescando almas descarriadas para las arcas del Señor hasta que su resquebrajada salud se lo permitió.
Marco Antonio Aguirre Navarro afirmaba que el Espíritu de Dios lo sacó del mal camino y lo levantó de forma increíble del barro de la perversidad donde creció. Querido por toda la comunidad del Movimiento Misionero Mundial en el Perú porque siempre siguió la sana doctrina, él le aportó energía y resolución a la difusión del Evangelio en la geografía incaica. Con la Palabra como principal munición, encendió múltiples focos del cristianismo en puntos remotos de las alturas andinas y elaboró una brillante historia de redención que sólo terminó cuando la virulencia de diversos males físicos le cegó la vida a mediados del mes de enero de 2013.