Por Rev. Luis M. Ortiz
Jeremías fue a casa del alfarero. Una vez en el taller del alfarero recibió el mensaje de la Palabra de Dios, que luego comunicó al pueblo.
Hoy como ayer la Palabra de Dios tiene que ocupar el lugar preponderante que Dios le ha asignado en la vida del creyente, del pueblo de Dios, y aun de toda la humanidad. Pero con tristeza hay que decir que muchos creyentes, predicadores, congregaciones y denominaciones siguen colocando la Palabra de Dios en un segundo plano. Y siguen dando relieve a sus conceptos particulares, dogmas, a sus actividades y programas, a sus conciertos, payasos, títeres, marionetas, entretenimientos, excursiones a playas públicas; a sus llamados himnos con música mundana y sensual, que definitivamente no sirven para elevar el espíritu en adoración.
La Palabra de Dios sigue siendo atacada y sigue sufriendo irreverentes alteraciones y cambios. Dios ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). Y también es cierto que Dios siempre ha tenido un pueblo que honra y obedece Su Palabra.
Pero volvamos al pasaje citado, Jeremías es enviado a la casa o al taller del alfarero para recibir un mensaje de parte de Dios, debidamente ilustrado con la labor del alfarero en su taller, para que luego lo predicara al pueblo.
Aquí hay un mensaje para el pueblo de Israel de aquel tiempo, y en esta ocasión queremos ocuparnos del Alfarero Celestial y tres vasijas especiales.
LA PRIMERA VASIJA
El alfarero es Dios. El taller del alfarero es esta Tierra, la cual vino a ser como su taller, pues el Alfarero Celestial trabajó con barro, y “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Esta es la primera vasija.
Jeremías notó en el taller del alfarero que la primera vasija “se echó a perder” (v. 4). El problema no estaba en el alfarero, sino en el barro, el primer Adán se echó a perder. Desobedeció, pecó y se alejó de Dios. Pues “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres… por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 5:12; 3:23). La primera vasija, Adán, y su descendencia “se echó a perder”.
LA SEGUNDA VASIJA
Pero el profeta Jeremías ve que el alfarero “hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”. Esta segunda vasija la hizo mucho mejor. De igual modo, “cuando vino el cumplimiento del tiempo” (Gá. 4:4), el Alfarero Celestial volvió a bregar con el barro de la naturaleza humana, y la virgen concibió, y dio a la luz un hijo, y llamó su nombre “Emanuel” (Is. 7:14), y “envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gá. 4:4). Es decir, por medio de un proceso genético divino operado por el Espíritu Santo en la virgen María nació Jesucristo y conservando su eterna naturaleza divina es llamado Hijo del Altísimo, Hijo de Dios, y participando de la naturaleza humana, la naturaleza de barro, es llamado Hijo de Hombre. Este es el postrer Adán, la segunda vasija, la cual ciertamente quedó maravillosamente perfecta.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Jn. 1:14). “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad…” (1 Tim. 3:16). “Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (Is. 53:9).
Y así como Satanás logró echar a perder la primera vasija, el primer Adán, aun con mayor fuerza atacó y trató de echar a perder esta segunda vasija, el postrer Adán, nuestro Señor Jesucristo, por medio de la muerte prematura, la tentación, la vanagloria, la persecución, el insulto, la acusación falsa; y cuando creyó que le vencería el Señor ascendió al calvario, fue crucificado “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz… por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Col. 2:15; Heb. 2:14). La segunda vasija, nuestro Señor Jesucristo, triunfó cabalmente sobre Satanás.
LA TERCERA VASIJA
“¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano…” (Jer. 18:6). La tercera vasija que Dios hace es la presencia de la naturaleza Divina en el barro, que Pedro le llama la “participación de la naturaleza divina” en la naturaleza humana (2 Pe. 1:4).
Esta participación de la naturaleza divina en la naturaleza humana se produce por un acto de Dios ( Jn. 1:13), y el resultado es un nuevo nacimiento, “nacido del Espíritu” de Dios ( Jn. 3:1-8), “nacido de Dios” (1 Juan 5:1), renacido por la Palabra de Dios (1 Pe. 1:23), “hechos hijos de Dios” ( Jn. 1:12; 1 Jn. 3:1-2) y se recibe la vida eterna ( Jn. 3:16), por lo cual “nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; y he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
Esta participación de la naturaleza divina en la naturaleza humana, o sea, esta regeneración, esta transformación, este nuevo nacimiento, esta nueva criatura, es característica únicamente del verdadero Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.