Durante más de sesenta y seis años, el reverendo Rubén Rosas Salcedo, como un valiente soldado, sirvió a Dios y sostuvo entre sus manos las Escrituras para luchar por la salvación de la humanidad. Cofundador del Movimiento Misionero Mundial, junto con el reverendo Luis M. Ortiz, desplegó en vida una intensa labor evangelizadora que lo llevó a elevar la bandera del Evangelio de Cristo.
Nacido el 15 de abril de 1929, en la ciudad puertorriqueña de Aguadilla, situada al oeste de la Isla del Cordero, el pastor Rosas creció en un hogar cristiano, en el que aprendió a amar al Creador por sobre todas las cosas y se nutrió con la Biblia. Día a día, sus progenitores, Felipe Rosas y Eduviges Salcedo, impulsores del Evangelio en el barrio Aceitunas del municipio de Moca, le transmitieron la sana doctrina del Altísimo y lo guiaron por el camino de la fe.
El Todopoderoso, según su testimonio, empezó a tratar con él desde su niñez con la finalidad de convertirlo en uno de los pastores de su rebaño. En relación con este tema, en mayo del 2013, en el 9º Congreso Mundial de la Obra, celebrado en Panamá, declaró: “En el culto familiar, mi madre me ponía a su lado izquierdo, y a su lado derecho colocaba a mi hermano mayor, nos tomaba de las manos y oraba: Señor, yo te entrego a mis dos hijos y haz de ellos obreros tuyos”.
Escogido por Jesucristo, de forma similar que Moisés, Pablo y otros personajes GRAN FE bíblicos, para cumplir una labor determinada en la Iglesia, el reverendo fue consciente, desde los 9 años, de todos los sufrimientos, luchas y lágrimas por los que pasaban las personas que decidían predicar la Palabra. Entonces, a pesar de sus dudas, desarrolló una potente participación en el templo que lideraban sus padres, lo que lo llevó a ser un destacado miembro de su congregación.
GUERRERO DE DIOS
Resuelto a ser alguien de mucho futuro y dominado por la aversión a la idea de ser pastor, se enlistó en el Ejército de Estados Unidos tras cumplir la mayoría de edad. Luego, a mediados de 1950, fue destinado a intervenir en la guerra de Corea, en la que comprobaría en carne propia el amor restaurador de Jesús. Al frente de una un dad de texanos experimentó, además, los horrores de una conflagración que causó la muerte de más de tres millones y medio de individuos.
De espaldas a Dios, y en medio de la contienda bélica, el estallido de una granada lo dejó al borde de la muerte cuando caminaba junto con tres compañeros de su pelotón. En aquel momento, producto de la explosión, quedó con el lado derecho de su ingle destruido, su fémur destrozado, su vejiga perforada, su uretra separada de la vejiga y su espina dorsal se vio seriamente afectada. Sin embargo, el Señor no lo abandonó y evitó su muerte con su poder infinito.
A continuación del sangriento percance, experimentó un vasto período de tribulación en el que el Creador lo sometió a diversas pruebas antes de restablecerlo por completo. En primera instancia, fue traslado a la urbe de Seúl, donde fue estabilizado. Después fue llevado a una clínica de California. Más tarde, debido a la gravedad de sus heridas, lo derivaron a un nosocomio de la ciudad de San Antonio, en el que se le practicaron siete operaciones que resultaron infructosas.
El 14 de diciembre de 1951, luego de estar internado más de un año, Rubén se rindió incondicionalmente ante el Altísimo y le entregó todas sus metas cuando su cuerpo era apenas un amasijo putrefacto de huesos y piel. Dos días después, el Todopoderoso lo sanó ante la sorpresa de los médicos que lo cuidaban. Sobre este hecho milagroso, en alguna ocasión relató: “Dios había escuchado mi oración y había extendido su mano sanadora sobre mi cuerpo. ¡Aleluya!”.
OBRERO VALEROSO
De regreso a Puerto Rico, con la salud recuperada, el siervo Rosas canalizó su existencia en las aguas de Cristo y optó por cumplir fielmente la voluntad del Redentor. Más tarde, el 11 de julio de 1953, contrajo matrimonio con la creyente Carmen Rodríguez, a quien había conocido a los 18 años. Posteriormente, junto con ella, su leal compañera, comenzó a anunciar las buenas nuevas y se sumergió en un apasionado y enérgico quehacer evangelístico.
Una madrugada de inicios de 1963, el Salvador le habló con voz audible y le dijo: “Te quiero al lado de mi siervo Luis M. Ortiz”. Obediente al mandato celestial, fue partícipe de la fundación del Movimiento Misionero Mundial, que se concretó el 13 de febrero de aquel año. Presto a difundir el Evangelio, secundó, de inmediato, al hermano Ortiz en la edificación de una denominación que se extendería, con el transcurrir del tiempo, a los cinco continentes.
Luego, empapado del mensaje del Señor, cumplió por más de seis años diversas labores que ayudaron a cubrir a Puerto Rico con la doctrina de Cristo. Acto seguido, el 4 de julio de 1969, viajó a España con la mi sión de establecer la primera filial europea del MMM. Allí, en la península ibérica, donde permaneció tres años, sembró la semilla del Evangelio y promovió una congregación que se destacó por contar con ovejas abnegadas como el hermano Alberto Ortega.
En 1972, tras ser convocado para reintregarse a la sede central de la Obra de Dios, retornó a la isla del Caribe, donde lo esperaba el pastor Luis M. Ortiz, líder del Movimiento Misionero Mundial, quien le tenía reservada una importante labor evangelizadora junto a él. Entonces, trabajó en el templo del Barrio Obrero, ubicado en el municipio de San Juan, que se constituyó en una fuente de salvación para miles de almas que descubrieron de su boca las verdades que contiene la Biblia.
PASTOR EMBLEMÁTICO
Con humildad, abnegación, sacrificio y dedicación, el reverendo escaló paulatinamente posiciones en la estructura de la Iglesia creada con la bendición del Espíritu Santo. Así, en 1975 fue nombrado Secretario Internacional de la organización cristiana. Al año siguiente, recibió la tarea de dirigir el Instituto Bíblico Elim (IBE), entidad educativa que encabezó durante dieciocho años, y además se le encomendó el encargo de administrar un templo del municipio de Bayamón.
Dirigido por Dios, desplegó una fructífera actividad que es recordada hasta la actualidad. Bajo su dirección, el IBE propagó su radio de acción y consolidó su presencia por medio de sucursales levantadas en Venezuela, Panamá, Estados Unidos y Australia gracias a su audacia y decisión. Asimismo, desde el púlpito de la iglesia de la urbanización Hermanas Dávila, situada en la médula de Bayamón, consiguió que gran número de hombres y mujeres se entregaran a Jesucristo.
En 1995, tras permanecer una década al frente de la iglesia del sector de Canta Gallo del municipio de Guaynabo, el pastor Rubén fue nombrado Presidente Internacional del Movimiento Misionero Mundial por el reverendo Ortiz. A partir de allí, llevó a cabo un trabajo sustancial que posibilitó que la Obra anclara en Camerún, Italia, Jamaica, Rumanía, Suiza, India y Hawái. Fueron diez años de un liderazgo ejemplar y reluciente cimentado en la fe cristiana.
La vida terrenal del siervo Rubén Rosas, quien siempre bregó por propagar la Palabra de Dios, concluyó el 14 de setiembre pasado en su natal Puerto Rico, luego de pelear la buena batalla. Seguidor incondicional de Jesús, se marchó al encuentro con el Señor a los 89 años. Su legado, amplio y fecundo, permanecerá intacto en cada una de las iglesias y templos que ayudó a constituir en su dilatada biografía y en los corazones de los fieles que tuvieron la dicha de conocerlo.